Después de su larga siesta de una semana, en la que Sánchez ha descansado plácidamente y sin escuchar los ladridos que su lugarteniente Puente le dedicaba en X a los presidentes autonómicos del PP, el presidente del Gobierno ha tenido a bien en mostrar cierta preocupación por la ola de incendios que está arrasando España desde hace diez días.
Este sábado lo hizo telemáticamente, sin tener que abandonar las comodidades que todos los españoles le pagamos en La Mareta, y ya el domingo se ha decidido a volar a la península y presentarse en algunos de los lugares que han sufrido con más fuerza el desastre.
Y, como no cabía esperar otra cosa de un hombre que ha elevado la mentira a la categoría de costumbre, Sánchez ha vuelto a soltar un gran embuste y a evidenciar su incapacidad para gestionar ninguna circunstancia y, todavía peor, su alergia a asumir cualquier tipo de responsabilidad.
El cambio climático es, como ya lo fue en la Dana de Valencia, el escudo con el que el presidente del Gobierno trata de protegerse de las consecuencias de su nefasta gestión y, sobre todo, el escondite en el que se refugia para no tener que tomar una verdadera decisión.
Porque no es verdad: los incendios no son peores ni están provocados por el cambio climático, y no lo decimos nosotros: lo dicen los informes oficiales del propio Ejecutivo que señalan el abandono del monte y las causas humanas como origen principal del 87 % de los fuegos.
Es todo una mentira, una cortina de humo y perdonen que usemos esta metáfora justo ahora, es sólo una estrategia más para superar la dificultad del momento, que no se llevará a la práctica –porque Sánchez no tiene ninguna intención de llegar a un acuerdo de Estado sobre nada– como no se ha llevado desde 2018 cuando lo presentó como una de las prioridades de su primer Gobierno. Como, por poner sólo otro ejemplo, no se ha hecho nada en materia de vivienda, después de anunciar varios planes y la construcción de cantidades descomunales de viviendas que, efectivamente, no han llegado a materializarse absolutamente en nada.
La realidad, por el contrario, es que desde 2018 la inversión incluida en los presupuestos del plan nacional de prevención de incendios ha caído en un 45%, pasando de unos 225 a 115,8 millones de 2025.
Dirán muchos que las principales competencias en la lucha contra los incendios están cedidas a las comunidades autónomas y es, en buena parte, cierto: también los ejecutivos autonómicos deberían extraer lecciones de lo ocurrido y asumir su parte de responsabilidad. Sin embargo, ni eso ni la supuesta influencia del cambio climático deberían ser excusa para un Gobierno que se niega sistemáticamente a gestionar las emergencias, que sólo sabe aprovecharlas para lanzárselas a la cara de sus rivales políticos y que sí podría haber hecho mucho más de lo que hace: para empezar, desmontar el enloquecido marco legislativo que él mismo ha creado y que es, en buena parte, lo que ha hecho que los montes españoles sean, cuando las circunstancias juegan en nuestra contra, auténticas piras esperando la llegada de una chispa.


