Pocos mandatarios en el mundo deben viajar como Pedro Sánchez, quien tiene a su disposición unos medios que contrastan con la falta de medios para hacer frente a los incendios. Nos sobran aviones para el presidente y nos faltan aviones para apagar los fuegos. No es una prioridad del Gobierno, acostumbrado a lidiar con los resultados de sus delirantes políticas energéticas y ambientales, apagones, gotas frías e incendios. Para Sánchez es más importante contratar asesores que contratar bomberos.
El presidente del Gobierno confunde gobernar con mandar y viajar a lo grande, sin restricciones. El poder está para exhibirlo y a ello se dedica con un afán digno de mejores causas. Su forma de moverse por la España devastada por los volcanes, las riadas y los incendios es de una falta de empatía asombrosa. No hay presupuestos para movilizar al Ejército ante emergencias como la DANA o los fuegos, pero sí para que nuestro presidente viaje a placer, sin que nadie le moleste.
Salvo que modifique su conducta en la anunciada visita para este martes a Extremadura, Sánchez ha evitado el más leve contacto con los afectados por los incendios. Tal vez le pese el recuerdo de Paiporta, pero debería saber que un gobernante está obligado a dar la cara en las peores circunstancias.
Sin embargo, hace tiempo, por no decir que desde siempre, que Sánchez prefiere abstenerse de incurrir en riesgos relacionados con el contacto con sus compatriotas. Se mueve en entornos absolutamente controlados, blindado, rodeado por afines cuya misión es cumplir sus órdenes y ajeno a cualquier contacto auténtico con la realidad que le envuelve.
Sufre la versión más extrema del síndrome de Moncloa y su forma de viajar por la España en llamas es uno de los síntomas más evidentes. Pero hay más, muchos más. La alergia a relacionarse con las víctimas de las catástrofes es otro de ellos. Pero es que esa alergia la hace extensiva a todo aquel que no baje la cabeza sumiso ante su presencia. Se le nota perfectamente en sus comparecencias ante la prensa a pesar de que ese es otro de los entornos controlados.
Sánchez confía en que los incendios no le pasen factura. Debe pensar que tendría gracia caer por unos fuegos en vez de por la corrupción. Tiene razones para suponer que esta no será su última crisis en el combate entre su supervivencia política y la supervivencia de España en sentido literal.

