
El desastre de los incendios de este verano demuestra varias cosas. Es prueba de que nuestros políticos son en general unos ineptos, aunque unos lo sean más que otros. También de que las leyes que exacerban el ecologismo son contraproducentes. Evidencia que el Gobierno, al tener que gastarse el dinero en comprar votos, ha descuidado inversiones necesarias, especialmente las de la prevención de incendios. Y certifica más allá de toda duda razonable que el Estado de las autonomías no funciona. Porque la competencia en la lucha contra los incendios la tienen transferida y es obvio que es como si no porque las autonomías no pueden combatir ni prevenir lo que no pase de una quema descontrolada de rastrojos y siempre que acierten a pillarla a tiempo. ¿Para qué la tienen entonces? ¿Para que haya un rosario de organismos iguales en las diecisiete comunidades, llenas de enchufados, que carecen de los medios con los que cumplir su función? No pasa sólo con los incendios. También ocurre con las inundaciones. Y con la vivienda. Y con un montón de cosas.
Más grave si cabe es lo que se avecina, pues estamos a semanas de que papá Estado le condone a las comunidades autónomas la deuda que tienen para poder perdonársela a Cataluña sin que las demás protesten. Es tan injusto como casi todo lo que se hace desde el Gobierno en materia autonómica porque, como siempre, incentiva el gasto desordenado y castiga la administración responsable.
Y este inútil, elefantiásico, carísimo e incompetente Estado de las autonomías tan sólo existe para que Cataluña y País Vasco sean autónomos y se mal conformen con ser parte de España. Si al menos eso se hubiera logrado, podríamos tratar de aceptar lo uno por lo otro como un peaje por seguir siendo los que somos desde 1528. Pero resulta que tampoco, que ni una ni otra comunidad están contentas con la mucha autonomía que disfrutan. Para empezar, aspiran a financiarse en parte con el dinero de los demás y desde luego, como ya hacen País Vasco y Navarra, compartir poco o nada de lo suyo con el resto.
Esto no funciona. No hay más que ver las reuniones de los gobernantes de las comunidades autónomas con los del Estado, llenas de banderas y de personas en nombre de sus diferentes regiones para defender los intereses de unos españoles frente a los de otros. Y el Estado haciendo de árbitro, naturalmente vendido a catalanes y vascos. Es como una Unión Europea en pequeñito. Por parecernos a ellos hasta hemos puesto pinganillos, no vaya a ser que nos entendamos más de la cuenta. Eso sí, cuando piden dinero, todos lo hacen en español.
Tendríamos que abrir un proceso constituyente e ir a un verdadero y genuino Estado federal, ya que no es posible volver al Estado centralista, antes de que nos convirtamos en una confederación de facto sin apenas nada en común. Claro que con estos políticos a ver quién se atreve a abrir el melón constitucional. De hacerlo, podríamos acabar siendo la confederación de repúblicas socialistas ibéricas, con capital en Mataró. Así que no queda otro remedio que volver a la vieja plegaria: Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy.
