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Barcelona y la solidaridad con el terror

Aunque nadie se lo pregunte, algún día tendremos que hablar de para qué ha servido toda esa solidaridad que los palestinos llevan décadas recibiendo.

Aunque nadie se lo pregunte, algún día tendremos que hablar de para qué ha servido toda esa solidaridad que los palestinos llevan décadas recibiendo.
Una concentración propalestina en Barcelona. | EFE/Alejandro García

El Ayuntamiento de Barcelona ha declarado que varias localidades palestinas, entre ellas Gaza, pasan a ser parte de la propia ciudad dentro del llamado Distrito XI, una creación de Pascual Maragall, nos cuenta Pablo Planas, inventada para que la ciudad tuviese un papel más importante en la reconstrucción del Sarajevo destrozado por la guerra.

Yo diría que los ciudadanos de Barcelona tienen algunos problemas bastante más graves y mucho más relacionados con la política municipal, pero curiosamente ninguno de ellos se acaba de solucionar. Por poner sólo unos ejemplos: la seguridad no es ni mucho menos la que era, algunas zonas están muy degradadas, la vivienda está fuera del alcance de la mayoría y subiendo… y hay, muy de actualidad, hat barceloneses que tienen que soportar toda una persecución porque un camarero no hable catalán.

Sin embargo, en lugar de atender a esas cuestiones el socialista Collboni ha decidido que lo que necesita su ciudad es solidarizarse al máximo con los palestinos, vehicular más ayuda, insultar a Israel y discriminar a los israelíes en acuerdos municipales racistas y, por tanto, completamente anticonstitucionales que la justicia acaba tumbado sistemáticamente.

La jugada está clara: Collboni se viste de solidario y se suma a la ola antiisraelí y antisemita – sorpresa: una cosa es equivalente a la otra– que arrasa por el mundo y que tiene en la capital catalana un terreno abonado, con esa extrema izquierda locoide capaz de ponerse a gritar desde un balcón en esas escenas, tan propias de la actual Barcelona, que hace unos años nos habrían parecido disparatadas –e hilarantes– de haberlas visto en una película.

Aunque nadie se lo pregunte, porque aquí lo único importante es estar del lado correcto de la pancarta, algún día tendremos que hablar de para qué ha servido realmente toda esa solidaridad que el pueblo palestino lleva décadas recibiendo: no ha habido ninguna región del mundo a la que haya llegado tanto dinero de una forma tan constante y durante tanto tiempo como a los territorios palestinos. Piensen en la catástrofe natural o artificial que quieran y les aseguro que allí habrán llegado muchos menos fondos que a Gaza y a Cisjordania.

Un dinero que, sin embargo, no ha servido para mejorar el nivel de vida de la gente, ni para crear las infraestructuras –ni las políticas ni las otras– de ese Estado Palestino que, según Sánchez y sus acólitos, va a traer la paz a Oriente Medio como por ensalmo. La realidad es que las cantidades ingentes de millones que la Unión Europea, Estados Unidos y otros muchos países hemos regalado a los palestinos han llenado los bolsillos de unos pocos; han reforzado una dictadura totalitaria y teocrática que es lo peor que les ha pasado a los palestinos en los últimos 50 años; se han usado para educar a varias generaciones en un feroz odio antisemita; y, sobre todo, han servido para llenar Gaza de armas y de túneles en los que torturar a judíos secuestrados.

Toda esa solidaridad ha sido en realidad solidaridad con el terror, pero no nos engañemos que aun así han cumplido con el que era su verdadero cometido: hacer propaganda y desbordar de satisfacción moral a los supuestos solidarios. Y todo son ventajas: en la mayoría de los casos encima sin tocarles la cartera, que para esta ese dinero público que, ya saben ustedes, "no es de nadie".

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