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Víctor Hernández Bru

El 'sabinianismo'

Lo más sorprendente de Sánchez es su facilidad para la apariencia, la mentira, la manipulación, el timo, el truco, eso que llama "cambio de opinión".

Pedro Sánchez, tras reunirse con el Rey en Mallorca. | EP

Tengo la puñetera costumbre, supongo que por cotilla, de pararme siempre a pensar en ese momento en el que se originan las decisiones, las situaciones y las estrategias; en ese punto del que emana todo lo que nos llega después, trátese de lo que se trate en cada caso.

En este sentido, he de reconocer que ha sido muy ilustrativo, para comprender el funcionamiento del sanchismo, el modus operandi de ese ignoto y singular cerebro que luce Pedro I El Falso – Pedro Chapote un poco más arriba de sus afamadas quijadas, el surgimiento informativo de la figura de Sabiniano, su ilustre suegro; ese señor que bajo la apariencia de hombre respetable, de íntegro empresario, escondía los negocios que ya todos sabemos que escondía.

Alguien podrá pensar que no es muy elegante esto de referirme ahora al amigo Sabiniano, el prostituyente, cuando sus restos descansan un palmo debajo de la línea de vida que ostentamos los que podemos leer estas líneas, pero siempre he pensado que esto de que la muerte nos convierta a todos en respetables o, al menos, nos otorgue patente de olvido, es una gran injusticia. Yo, que no conocí ni a Hitler, ni a Stalin, ni a Largo Caballero ni a La Pasionaria, siento por ellos, afortunadamente muertos, el mismo respeto que si hubieran sido mis vecinos del quinto.

Pero vamos al lío que me pierdo en disquisiciones y estoy ya aterrizando en la mitad del artículo: diré que uno de los aspectos que más me han llamado la atención del personaje –del yerno, no del suegro–, desde que todos tenemos la enorme desgracia de conocerlo públicamente, es su facilidad para la apariencia, para la mentira, para la manipulación, para el trampantojo, para el timo, para el truco, para eso que él llama "el cambio de opinión".

En algún recóndito lugar de su experiencia vital tenía que estar aposentado el germen que posibilita que un ser humano aparentemente normal sea capaz de defender una cosa y la contraria cuando más le apetece y, sobre todo, cuando más le conviene, con tal naturalidad; que permite esa rotunda falta de respeto por la verdad y por quien tiene enfrente en cada momento; algo que explique por qué alguien es capaz de prometer que no pactará con ninguno de los partidos con los que termina encamándose, que no concederá indultos o amnistías que luego regala, que reclama al contrario responsabilidades que él jamás asume, que trastoca y amolda a su interés hasta las más sólidas instancias del Estado, que ve crecer a su alrededor las redes de choriceo y corrupción que se han desarrollado y no cree tener ninguna responsabilidad, a pesar de que llegó al cargo precisamente acusando de eso mismo a quienes lo habían antecedido y prometiendo una radical regeneración en ese aspecto.

Mucho se ha escrito sobre la demagogia y la falta de coherencia de determinadas clases sociales. Todos hemos leído alguna vez algo acerca de esas familias profundamente católicas de misa diaria, cuyo padre salía de la Iglesia y se marchaba directamente a casa de su querida con luz y taquígrafos; o de esos comunistas y socialistas que pregonan la igualdad, la fraternidad y la solidaridad con una mano y amasan un extraordinario patrimonio personal con la otra.

El sabinianismo, ahora lo conocemos, consistía en esculpir una figura de empresario respetable y suegro de prometedor dirigente socialista que venía a salvarnos de la corrupción y a trabajar por el feminismo, la igualdad y el progreso de las clases menos favorecidas, pero que en realidad se dedicaba a la explotación sexual y al desarrollo de negocios relacionados con la prostitución con total naturalidad.

En ese ambiente, flotando en ese magma moral, ¿qué podíamos esperar del tipejo que preside el Gobierno de España? En realidad, el pobre no es más que una víctima del sabinianismo. Roguemos por él.

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