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Cristina Losada

El inmigrante que vive bajo un árbol

La censura que se impone por una buena causa se acaba volviendo en contra de la buena causa.

Santiago Abascal, interviene este miércoles, durante la primera sesión de control del nuevo período de sesiones en el Congreso. EFE/ Fernando Villar | EFE/ Fernando Villar

Por una vez, Sánchez no gritó ¡bulo! Era lo que se podía esperar de su réplica, en el Congreso, a un Abascal que leyó un listado de delitos contra mujeres cometidos por inmigrantes en fechas recientes. Pero no lo hizo. En vez de responder que todo lo dicho por el dirigente de Vox era puro bulo, como viene siendo norma, hizo ademán de ponerse serio, condenó la violencia machista y proclamó que su Gobierno la combate toda, venga de donde venga, de nacionales y de extranjeros. Es significativo que no negara la veracidad de lo que acababa de leerle Abascal ni le echara en cara que relacionase inmigración y delincuencia, vínculo que desata pasiones censoras en los partidos de izquierda. Ni siquiera le dijo que los nacionales delinquen más y mejor que los inmigrantes, que es lo que aseguran los censores apasionados, ministros incluidos, haciendo alarde de incomprensión estadística.

La sola mención de tantas violaciones y agresiones sexuales perpetradas en unos pocos días contuvo, seguramente, a Sánchez. Pero la lista de delitos que leyó Abascal no sólo fue impactante por su contenido. Lo fue también porque parte de ese contenido, el que tiene que ver con el origen de los presuntos autores, no se difunde, salvo en unos pocos casos en los que la ocultación se hace imposible. Se trata de un dato que se le hurta al público, no por descuido, sino de forma deliberada. En España, al igual que en otras democracias europeas, aunque en algunas la pauta está cambiando, se ha decidido que no debe decirse que un delito ha sido cometido por un inmigrante para evitar "la criminalización del colectivo". Hay recomendaciones y existen guías destinadas a orientar a la prensa sobre cómo informar - o no informar - de estos casos. Todas aseguran que no hay correlación entre inmigración y delincuencia y, a la vez, enseñan cómo evitar que esa correlación se establezca.

El problema de este empeño censor es que provoca precisamente lo que pretende evitar. La ocultación, cuando se produce de modo sistemático, y esta es así, alienta la sospecha de que hay muchos más delitos cometidos por inmigrantes de los pocos que, excepcionalmente, salen a la luz. El resultado es que el propósito de evitar "la criminalización del colectivo" provoca o ayuda a provocar "la criminalización del colectivo". La censura que se impone por una buena causa se acaba volviendo en contra de la buena causa. Los que oyeran a Abascal se habrán enterado por primera vez de la reincidencia en la agresión sexual de un inmigrante que salió libre la primera vez y dijo vivir debajo de un árbol. No sé si desmentirán desde el ministerio del Interior estos hechos, pero al menos lo de vivir debajo de un árbol resulta perfectamente verosímil. Muchos de los inmigrantes ilegales que llegan a España acaban así, en la calle. Estarán contentos los humanitarios.

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