
Que la primera víctima de una guerra es la verdad es una sentencia de autoría discutida, pero de uso común, lo que significa que es de conocimiento general que en una guerra hay dificultades extraordinarias para distinguir la verdad de lo que no lo es o, para ser más precisos, distinguir aquello que es verdadero de lo que es fabricación propagandística. Sin embargo, nadie diría hoy que la experiencia acumulada en la tal frase es de conocimiento común. Lo muestra con suficiente claridad la guerra que se libra en Gaza desde la masacre de Hamás en territorio israelí el 7-O. Parte de la política y de los medios se pronuncian o informan como si no hubiera dificultad ninguna para distinguir la verdad. Por las razones que sean, dan credibilidad casi total a una de las partes, niegan casi totalmente credibilidad a la otra y encuentran apoyo respetable a este desequilibrio en agencias de la ONU cuyo sesgo hacia una de las partes en conflicto es conocido.
Para un observador lejano, uno de los elementos más peculiares de la supuesta verdad sobre esta guerra es el que se refiere al número de víctimas. Desde el primer instante, la fuente de información sobre las víctimas palestinas es la organización Hamás. Pese a que se sabe que tiene un interés político en usar a las víctimas para ejercer presión sobre su enemigo, a través de la comunidad internacional, el recuento de Hamás se ha aceptado como veraz. Incluso cuando no hay fuentes fiables con las que contrastarlo. El hecho de que "informaciones" suyas se demostraran falsas no ha servido para introducir cautela. Tampoco se ha reflexionado sobre lo extraño de que sus "datos" no distingan entre civiles y combatientes. Ni sobre lo raro de que en la situación en Gaza que, según la prensa, es caótica, Hamás mantenga una estructura capaz de ofrecer con exactitud el número de víctimas de cada acción del ejército israelí. Hay explicación para estas rarezas, pero no se quiere pensar que Hamás ha dado orden de maximizar las víctimas y de consignarlas todas como civiles. Ni que lo haga a través del control que tiene sobre los hospitales.
Lejos de todos los interrogantes y las incertidumbres, el presidente del Gobierno español dice saber con certeza absoluta qué es lo que está ocurriendo en Gaza. Si su fuente es Televisión Española o el ministro Albares o el propio Hamás, no lo sabemos. Pondrá a una sesgada comisión de la ONU como aval, pero tampoco es relevante. Lo que le interesa de la guerra de Gaza es la ocasión que le proporciona para la guerra política que libra contra unos partidos de la oposición que crecen en intención de voto. Sánchez ya lanzó la acusación de genocidio en otros escenarios bélicos y en otros momentos. Quien usa con ligereza la acusación de genocidio revela que no se toma en serio el genocidio. Como hace un uso propagandístico, le pone signos de exclamación y subrayados. Cuando se lo escuché, me recordó el episodio en que respondió con absoluta certeza - "¡sí, por supuesto!" - a la pregunta aquella de Patxi López en un debate de primarias: "Pedro, ¿sabes lo que es una nación?". Por supuesto que no lo sabía. Alguien debería preguntarle si sabe qué es genocidio. Ningún otro dirigente europeo le acompaña en la banalización.
