Sin pasar por el Congreso, por su cuenta y riesgo y al modo de ordeno y mando que le caracteriza, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha decidido enviar un buque de la Armada, el Furor, a desafiar al Estado de Israel y dar cobertura a la flotilla a favor de Hamás encabezada por personajes tan siniestros como Ada Colau y Greta Thunberg. La exalcaldesa de Barcelona, que se jacta de ser una gran pacifista, llevaba días reclamando a las televisiones el envío de un barco militar para hacer frente a las supuestas agresiones a base de drones que, sostienen los embarcados en la flotilla, les lanza Israel.
La operación propagandística de la flotilla "humanitaria" que pretende romper el bloqueo de Gaza queda completada con el envío de una embarcación militar, hecho que puede ser considerado por Israel perfectamente como un acto hostil. El delirio sanchista es de tal calibre que no repara en gestos marcadamente belicistas para dar cobertura a un grupo de extremistas que a tenor de sus registros en las redes sociales están de crucero revolucionario por el Mediterráneo cantando el Bella Ciao y cuyo único objetivo es provocar una reacción violenta de Israel para después hacerse las víctimas.
Que Sánchez apoye esa peligrosa pantomima movilizando un buque de la Armada es de una irresponsabilidad asombrosa. El despliegue de este barco y la flotilla forman parte del mismo plan que el boicot a la Vuelta ciclista y las amenazas que están recibiendo miembros de la comunidad judía en España sin que el Gobierno haga lo más mínimo para evitarlo. Mientras en España se amenaza impunemente a ciudadanos judíos, Sánchez envía a la Armada en auxilio de un grupo de antisemitas partidarios de Hamás cuyo objetivo es violar las aguas israelíes, desafiar al ejército de ese país y provocar un conflicto de impredecibles consecuencias. Y en vez de instar a los componentes de esa lamentable flotilla a regresar a casa y no causar males mayores, Sánchez los alienta como ya hizo con quienes reventaron la Vuelta en Madrid.
Que Sánchez ni se haya dignado a pedir autorización en el Congreso es una prueba, otra más, de la absoluta falta de respeto por las más elementales normas de la democracia y de su deriva autoritaria. Está claro además que uno de los objetivos de este movimiento es tapar las crecientes dificultades judiciales de su hermano y de su esposa, pero cabe preguntarse qué pasará si Israel, como acostumbra, detiene a quienes entren en sus aguas sin permiso y con el único propósito de provocar un conflicto diplomático. ¿Actuará el barco de la Armada, artillado por cierto con tecnología israelí, o se limitará a tomar nota del eventual incidente? ¿Qué órdenes se han dado a la tripulación militar? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Sánchez en su guerra particular contra Israel? Parecía imposible, pero Sánchez ha dado otro ejemplo de su peligrosa irresponsabilidad, de su desprecio por la democracia y de su acentuado carácter autoritario. Para preservar el supuesto derecho de Ada Colau y sus amigos a provocar a Israel en sus propias aguas y tapar los crecientes escándalos de corrupción en su entorno, Sánchez, en un acto de insensatez extrema, está dispuesto a poner en peligro a toda España.

