Tiburones: en el mar y en el cine
Flaco favor de Spielberg a los tiburones con su taquillera película de cuyo estreno se cumplen cincuenta años.
Flaco favor porque una de las peores amenazas que pueden recaer sobre un grupo animal es su implicación en leyendas, sobre todo si éstas son terroríficas; esto le ocurrió, hace ya cincuenta años a los tiburones con el estreno de la taquillera y oscarizada Tiburón, del genial Spielberg.
¿Hay tiburones gigantescos?
Los hubo en el pasado, pero se duda que pudieran coexistir con nuestros antepasados humanos: el Otodus megalodon, un escualo verdaderamente ciclópeo, comparable al protagonista asesino de la película, se extinguió hace unos doce mil años, y aunque nuestros ancestros, ya verdaderamente humanos por aquellos tiempos, hubieran podido coexistir con el mismo, no andarían todavía lo suficientemente tecnificados para bucear, de manera que nada hay que suponer sobre imaginarios encuentros.
Existe en realidad un verdadero tiburón gigante en nuestros días, pero no solo no implica peligro, sino que nadar junto a él supone uno de los más atractivos incentivos para los buenos buceadores, placer del que pueden disfrutar por ejemplo en aguas canarias.
Este gigante, de más de 25 metros de eslora bien justifica su nombre de tiburón ballena, y no supone un peligro para los humanos porque no se trata de un depredador de presas mayores, sino de un filtrador, como las ballenas: se alimenta de pequeños animalillos marinos que captura abriendo su gran boca y filtrando zooplancton y fitoplancton.
Los tiburones en la realidad
Los verdaderos tiburones son animales suficientemente interesantes como para no ser necesarias leyendas o invenciones sobre ellos con las que interesar al público: antes de Spielberg siempre lo habían sido.
En los mares tropicales o en el ámbito del océano Pacífico, donde verdaderamente interfieren frecuentemente con bañistas y pescadores, a los que atacan con relativa frecuencia, son mitificados y hasta deificados y, por supuesto, temidos.
La realidad abarca un grupo muy primitivo de animales marinos: aparecieron en el periodo Devónico de la Era Paleozoica; son eficaces depredadores y, a pesar de su origen remoto, están tan formidablemente diseñados por la evolución que han llegado hasta nosotros sin haber superado más peligros que los generados por el hombre.
De estos peligros no es el único la sobrepesca para el consumo directo de la carne: a éste se unen prácticas como el aleteo, un indeseable tipo de pesca, ejemplo de pesca no sostenible, consistente en la amputación de las aletas para devolver el animal al mar, pero ya incapacitado para sobrevivir: el comercio, sobre todo en Oriente, para la elaboración de sopas de tiburón, es el culpable.
La industria de cosméticos a base de cartílago y la farmacéutica, que encuentra en el hígado dividido en dos grandes lóbulos de los tiburones, un buen material para la obtención de vitamina D, son otras tantas causas de que las poblaciones de tiburones estén sufriendo alarmantes descensos.
Escualos y batoideos
Con estos términos se conocen científicamente los dos modelos funcionales de estos condrictios o peces cartilaginosos. Los escualos son los tipos nadadores, con su característica forma de huso y su hocico afilado, boca ventral y aleta caudal de dos lóbulos diferentes, o heteromorfa. No existen opérculos para las branquias, sino simples hendiduras branquiales, seis o siete pares en los ejemplos más abundantes.
Los batoideos han adoptado la vida bentónica, es decir, se aplastan sobre los fondos marinos como hacen los peces similares a los lenguados; este tipo morfológico se conoce con el nombre genérico de "rayas". Hay rayas eléctricas, capaces de generar electricidad y transmitirla en forma de descargas; otras son venenosas y pueden inocular dolorosas toxinas cuando los buceadores pisan su aleta dorsal.
El peligro real de los tiburones
Los ataques de diversas especies de tiburón al hombre son reales, aunque muchas veces la leyenda los exagere o mitifique. Y aquí es donde incide la película de Spielberg con sus tres óscares: el tiburón blanco, en el que se basa el monstruo cinematográfico, es uno de los más peligrosos, aunque también generan accidentes otras especies, como el tiburón toro, cuya tolerancia a las aguas dulces le permite penetrar en la desembocadura de algunos ríos de aguas templadas, donde puede sorprender a los bañistas.
En el Mar Mediterráneo viven más de setenta especies de tiburones y ninguna de ellas supone para el hombre un verdadero peligro, aunque la prudencia nunca sobra: son frecuentes la tintorera o tiburón azul; el marrajo, de formidable dentadura y consumido, sobre todo en Andalucía, con el nombre de cazón y profusamente aliñado; el tiburón martillo y algunos de modesto tamaño, como la pintarroja o lija.
El término lija, que hace referencia a la sensación táctil que produce su piel, se debe a los dentículos dérmicos. Los condrictios no tienen escamas como los peces, pero sí estas formaciones de la piel que ayudan a la natación en forma silenciosa.
Verdaderamente las adaptaciones de estos peces cartilaginosos son prodigiosas, aunque para el hombre sean conocidos sobre todo como terribles enemigos, lo que, como tratamos de demostrar, no es cierto para la mayoría de las especies. Documentales como los producidos por la factoría Cousteau, donde se revela la verdad zoológica y no la pseudociencia-ficción, son mucho más interesantes que la fantasía reflejada por la película cuyo cumpleaños recordamos, más que celebramos.
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