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No hay alternativa: el futuro de Israel pasa por los dos Estados

Desear un Estado judío sin palestinos que englobe todos los territorios ocupados por Israel es un deseo que nunca podrá ser realidad.

Desear un Estado judío sin palestinos que englobe todos los territorios ocupados por Israel es un deseo que nunca podrá ser realidad.
Benjamin Netanyahu, en la sede de Naciones Unidas. | EFE

En casi todos los órdenes de la vida, pero sobre todo en política, suele haber una enorme distancia entre lo que se desea y lo que se puede. Sin embargo, existen algunos momentos en los que los pueblos, por la conjunción de diferentes circunstancias, llegan a creerse que lo que desean es posible y este es el caso del actual gobierno de Israel, y es la primera vez que ocurre en su historia, y con este objetivo acude Netanyahu a reunirse con Trump.

La creación del Estado de Israel respondía a una justicia histórica: devolver su territorio a los judíos que llevaban errantes y perseguidos por todo el mundo desde la destrucción del Templo hace dos mil años y de paso resolver un problema a muchos gobiernos de la posguerra europea. Los sionistas aspiraban a tener su estado en los territorios de los que fueron expulsados por la fuerza, lo que parece del todo punto razonable. Un estado basado en una religión no podía obviar el aspecto bíblico en su reconfiguración y en el sueño sionista se encontraba que sus Santos Lugares y Jerusalén, como capital histórica del antiguo reino de Salomón, fueran parte inseparable de aquella solución. Pero un estado basado en la religión judía debía congeniar con dos aspectos básicos: con la existencia de una población mayoritaria no judía en sus territorios y con un sistema democrático de corte occidental en el que cada uno de los ciudadanos, cualquiera que fuera su credo, tuviera los mismos derechos.

El problema palestino se creó cuando Israel decidió en 1967 anexionar Cisjordania y Gaza, donde existía una enorme mayoría de musulmanes. Entre 1967 y 2005, la solución de un Estado judío que ahora propugna de nuevo Netanyahu fue la imperante. El objetivo durante todo este tiempo fue colonizar con judíos llegados de otras tierras estos territorios para equilibrar la balanza religiosa y justificar la presencia de Israel en ellos. El resultado ya lo conocemos. Aquello derivó en una situación imposible de manejar por Israel que se vio obligada a reconocer a la Autoridad Palestina, a abandonar Gaza en 2005 ante la imposibilidad de proporcionar seguridad a sus colonos y a negociar la partición en dos estados.

Ahora el empeño de una parte mayoritaria de la coalición de gobierno de Netanyahu sigue siendo el mismo: reducir la presencia musulmana en los territorios de Cisjordania y Gaza e incrementar la presencia judía. El problema es que ya no hay judíos de Rusia ni de Etiopía a los que llevar y la población musulmana es mucho más importante que hace cuarenta años. Es decir, no van a conseguir equilibrar las poblaciones y lo que es más grave para los intereses de Israel, la población musulmana en el Estado de Israel, incluyendo a los territorios bajo la Autoridad Palestina, ya será mayoría en un breve periodo de tiempo y de ahí la urgencia de Israel de acometer un exilio "forzoso" de una parte de la población musulmana hasta unas cifras que considere que puede manejar, lo que en los años cuarenta en los se reconfiguró el mundo colonial fue terrible pero posible, con cientos de miles de muertos, pero que ahora es inviable, en la sociedad del siglo XXI.

La primera guerra de Gaza iniciada a continuación del ataque militar contra la población civil el 7 de octubre terminó con la retirada limitada a mediados de 2024. La expectativa de un triunfo de Trump llevó a Netanyahu a mantener la intensidad de la ofensiva. Con la llegada de Trump y sus fantasiosos planes inmobiliarios, comenzó la Segunda Guerra de Gaza, extendida a Cisjordania, que tiene por objetivo la imposibilidad de la "solución de dos estados" y la ocupación del territorio palestino forzando una retirada de una buena parte de la población musulmana para construir un estado de mayoría judía viable. Es decir, los atentados del 7 de octubre que legitimaron la primera guerra están ya muy lejos de los orígenes y objetivos de la actual guerra, que son mucho más profundos y estratégicos.

Netanyahu, aunque ve su sueño posible, tiene enormes dificultades para abordar su proyecto. Israel apenas comercia con sus vecinos, necesita a Europa, y romper los lazos con el Viejo Continente le debilita cuando precisamente más fuerza va a necesitar. Trump será sustituido, si es que hay elecciones libres, por Newson o Pritzker, y entonces Estados Unidos se alineará con el resto del mundo, y todo su deseo caerá definitivamente en saco roto, ya que Israel existe gracias al soporte militar de Estados Unidos. Y sobre todo porque la sociedad israelí ya no es sionista, ni judía en una gran parte: es una sociedad occidental donde los jóvenes no quieren ir a la guerra, sino convivir y crecer; en la que las empresas necesitan estabilidad y acceso a los mercados y que necesita seguridad sin tener que arruinar a su país para mantener un ejército ocupante y un reguero continuo de muertes. Existen dos mundos en Israel, el de los colonos y el de las grandes ciudades, y cada vez están más alejados, una fractura que es el mayor obstáculo para el futuro de Israel.

El futuro y la existencia de Israel pasan por la solución de dos Estados. No hay alternativa, les guste o no. Es cierto que los palestinos se negaron a firmar unos acuerdos que les eran muy convenientes, pero entonces las presiones radicales sobre Arafat para darle patadas a Estados Unidos en el culo de Israel surtieron efecto. Ahora la presión es en sentido contrario y por eso Israel no puede ir contra la dinámica de este momento.

El plan que propone Trump a Netanyahu, consensuado con los países árabes moderados, es ambicioso, pero presenta dos escollos complejos. En primer lugar, protege a los líderes de Hamás y la estructura existente permitiendo el regreso de cientos de condenados palestinos, incluyendo muchas cadenas perpetuas y no queda claro quién tomará el control efectivo de Gaza en esas circunstancias. Un nuevo Alto Comisionado británico para Palestina no fue la solución hace cien años ni lo va a ser ahora, pero quizás sea la única manera de satisfacer a Netanyahu. La segunda cuestión es más compleja. Este acuerdo provocará la caída del actual gobierno y abrirá las puertas a unas elecciones en las que Netanyahu quedará fuera, perdiendo su inmunidad y sobre todo que no podrá hacer valer un acuerdo que es malo para sus intereses y que es en cierta forma una patada hacia adelante. Esto le vale a Trump, pero no va a resolver los problemas que llevaron a Netanyahu a la invasión. Al final, el éxito de este acuerdo dependerá de la voluntad real de Hamás e Irán por un lado y de Israel por el otro, y esto es una gran incógnita que teniendo en cuenta la historia no puede acabar bien.

Este acuerdo de cese del alto el fuego conducirá en unos años a otro acuerdo mucho más importante y definitivo, que es la resolución del conflicto entre Israel y el Estado Palestino, quizás una negociación que Netanyahu siempre ha querido evitar en su afán de no permitir un estado enemigo insertado entre el estado de Israel, pero que es inevitable y que será impulsado desde Washington.

Desear un Estado judío sin palestinos que englobe todos los territorios ocupados por Israel es un deseo que nunca podrá ser realidad por mucho desarrollo inmobiliario o incentivos que se pongan sobre la mesa, cada vez habrá más palestinos y menos judíos y es imposible abordar el problema en su conjunto sin contar con este aspecto fundamental. Israel ya hace años que dejó de ser ese pueblo de colonos apoyados por la Internacional Socialista amenazado por cientos de millones de árabes ultra religiosos y ahora la guerra de Gaza ha creado una visión antagónica de aquella idílica que ha llevado a trastocar los papeles originales. Sin duda, esta es la peor consecuencia de esta invasión que nunca debería haberse producido. Golda Meir y Eshkov habrían sido mucho más quirúrgicos y efectivos en su respuesta a Hamás y a los terribles atentados del 7 de octubre, pero a ellos solo les importaba la supervivencia de Israel y la aplicación de la justicia salomónica.

El futuro de Israel depende de la coexistencia pacífica de dos estados y, teniendo esto claro, una negociación de territorios, fronteras seguras, el estatus de los Santos Lugares en Jerusalén, capital de Israel, y un proceso transitorio apoyado en un gran programa de reconstrucción deben ser las bases de este sueño. La pesadilla sería que al final estemos renaciendo entre todos al monstruo con mucho más poder y reconocimiento, lo que sería el peor escenario para Israel y para Occidente, pero que nuestra visión a corto plazo no nos permite visualizar. En cualquier caso, se abre una verdadera ventana para detener la guerra que ha asolado a la población palestina de Gaza y permitir que la ayuda humanitaria entre, pero solo lo humanitario, porque no dudemos que los terroristas aprovecharán cualquier resquicio para rearmarse y de ahí que sea indispensable que el control y ejecución de la ayuda no caiga en manos de los gazatíes ni de la Agencia de refugiados, y que haya un control efectivo militar de la operación ejecutado por países confiables.

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