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Cristina Losada

No hablemos de inmigración

Como somos un país acomplejado, poner restricciones a la inmigración se ve como algo viejo, premoderno, poco multicultural y hasta cateto.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante el acto donde ha presentado su Plan de Inmigración, este martes en Barcelona. | EFE

Días atrás, en Barcelona, el Partido Popular presentó lo que se ha llamado un plan para la inmigración en el que, por primera vez en años, manifiesta una voluntad de poner orden y cortapisas a una situación caracterizada por lo contrario. Solo el hecho de hacerlo puso en guardia a los partidos del Gobierno y, en general, a la izquierda. En ese territorio sin fronteras - y sin problemas -, hablar de inmigración es tabú y hablar de restringirla, un crimen. La presentación del PP no fue todo lo sistemática que debiera, pero al lado de la ausencia de una política gubernamental sobre este asunto, ya es algo. Quizá por eso no obtuvo demasiada atención. Las reacciones críticas no entraron en las medidas, ¡eso nunca!, ¡qué peñazo tener que leerlas!, o lo hicieron con poco rigor. Como siempre, la gente se queda en la música y pasa de la letra. Y los portavoces se limitan a poner el piloto automático, como detectar "un tufo xenófobo" o una sintonía (naturalmente, perfecta) con Vox.

El PP ha presentado esto en octubre. A finales de septiembre, el Partido Laborista británico presentó lo suyo. Puede decirse, sin más exageración que la inevitable, que hay una sintonía, incluso una sintonía perfecta, entre lo que ha anunciado Feijóo y lo que había anunciado unos días antes la ministra del Interior británica, Shabana Mahmood. Si de endurecer requisitos hablamos, el Reino Unido va a ser mucho más restrictivo de lo que se propone el PP. Allí van a hacer del permiso de residencia indefinida uno de los más difíciles de obtener del mundo. Para lograr ese estatus previo a la obtención de la nacionalidad, se exigirán diez años de residencia legal, tener trabajo, aportar a la Seguridad Social, un alto nivel de inglés, carecer de antecedentes penales, no recibir ayudas sociales y haber hecho trabajos, tipo voluntariado, para la comunidad. Feijóo no llega ni de lejos a la dureza de los Laboristas, que también prometían acabar con el hospedaje en hoteles de los solicitantes de asilo y enviar de vuelta a sus países a quienes no tengan permiso.

La frase de Feijóo que más circuló de su discurso en Barcelona fue que "la nacionalidad española no se regala, se merece". Se destacó negativamente. No sólo porque algunos en España tengan cierto desdén por la propia nación y concuerden con lo que se atribuye a Cánovas cuando se discutía qué poner en la Constitución de 1876: "pongan que son españoles los que no pueden ser otra cosa". También, y no es excluyente, porque el cosmopolitismo al que se aspira en un país atravesado por el complejo de no ser del todo europeo percibe, en manifestaciones de ese tipo, un tufillo identitario españolista que le disgusta. Ese problema no lo tienen otros. Por eso, la señora Mahmood, británica de origen pakistaní, pudo decir sin cortarse que "al igual que mis padres, debes ganarte el derecho a vivir en este país para siempre". Ganarse el derecho. Merecer la nacionalidad. Quizá fue mejor la fórmula de la ministra Laborista, pero los dos, con distintas palabras, están diciendo lo mismo.

Como somos un país acomplejado, lo que hacen países a los que damos más categoría que al nuestro, se presenta muchas veces como un modelo. Pero porque somos un país acomplejado, poner restricciones a la inmigración se ve como algo viejo, premoderno, poco multicultural y hasta cateto. Mientras esa percepción domine, el Gobierno seguirá manteniendo, en la práctica, las fronteras abiertas.

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