Éxtasis de la falsificación como política
Tipos como éste que nos gobierna han falsificado incluso a su partido, a su casta dirigente y ahora, fase final, ha conseguido falsificar a la propia militancia de base, que se mira al espejo y no se reconoce.
Lo de la "dolora" de don Ramón de Campoamor queda ya lejos. "En este mundo traidor, / nada es verdad ni mentira. / Todo es según el color/del cristal con que se mira." A estas alturas, no es que haya "dos linternas" de luces de colores diferentes para alumbrar un concepto u objeto o hecho, como él benévolamente exponía, sino que se trata de la falsificación deliberada como norma básica del comportamiento de los políticos.
Decía el filósofo español en el exilio, Manuel Granell, que el hombre es esencialmente un falsificador: "Bien se advierte, por tanto, la curiosa condición humana. El hombre es un falsificador universal, incluso de sí mismo. Es más; puede definírsele como falsificador de segundo grado, pues en su empeño por dar SER al ESTAR falsifica desde una falsificación". Esto es, anhela ser, algo que no puede conseguir salvo falsificando y falsificándose. Una y otra vez, corriendo, retocando, rehaciendo un SER que nunca es lo es del todo, sino aproximación histórica.
Pero una cosa es la filosofía de la falsía de nuestro compatriota, intento noble de comprender lo que somos y cómo lo somos, y otra cosa es la falsificación como bazofia política estricta. Ciertamente, la mentira ha sido desde hace siglos una reina indudable del poder. La necesita, la prefiere, la urge cuando está en juego la supervivencia de quien lo ostenta o encarna. Ya lo escribió Cervantes: "La mentira es mejor cuanto más parece verdadera y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible." O sea, la mejor mentira es la que no solo engaña, sino que falsifica.
Lo que pasa es que, entre las muchas esperanzas que suscitó el advenimiento de un régimen democrático, más o menos como el que la Transición aportó, estaba la postulación de la veracidad como norma preferente de comportamiento. Y en efecto, es algo que se ha exigido a las ciudadanos, en sus bienes, en sus declaraciones, en sus afirmaciones y opiniones incluso, pero es algo que los gobernantes, con pocas distinciones entre ellos ni siquiera por el color de sus cristales, no han respetado desde el comienzo.
Por poner sólo un ejemplo ya pasado, la aprobación de la Constitución nunca significó que algunos partidos aceptaran las reglas de juego que imponía. Al contrario, desde los fueros vasco y navarro al uso de términos como "nacionalidades" fue objeto de una falsificación premeditada amparada en la ambigüedad de sus preceptos.
Luego se ha ido sabiendo cómo el golpe de Estado el 23-F fue fruto de una voluntad muy amplia de falsificación de una realidad decidida al margen de todo poder legal y que, si bien tuvo extras crédulos y pamplinas, los verdaderos protagonistas permanecieron en la oscuridad de las bambalinas hasta bien entrado el siglo XXI y condujeron al matadero judicial a los secundarios ya inhábiles para otros menesteres serviles.
Pero es que la falsificación en la política española está adquiriendo niveles escandalosos y dañinos para el porvenir de la nación y su régimen democrático. Y lo que es aún más alarmante: los hechos quedan desdibujados, cuando no sepultados, bajo una maraña de deformaciones, prejuicios, interpretaciones gratuitas y descalificaciones previas. Y lo que es inquietante: ¿cómo es que los votantes, los ciudadanos de a pie parecen haber perdido todo sentido crítico y todo afán de verdad?
Leo en una sola página de periódico que resulta que Pedro Sánchez ordenó al navío Furor llegar tarde a la custodia de la flotilla pro Hamás de Greta, Ada y compañía mientras escenificaba su defensa. Leo que más de la mitad de los comercios afectados por la DANA hace un año no han recibido las ayudas prometidas mientras se fingen solidaridades. Leo que el gobierno es el que menos ayuda a Ucrania de las economías europeas importantes mientras se propagan abrazos a Zelensky.
Leo cómo unos ministros de un gobierno, cuyo presidente no consiente preguntas más que a sus periodistas ancilares, atacan a un periodista por hacer preguntas a Donald J. Trump sobre temas que les incomodan. Leo cómo el PSOE y sus dirigentes pagan en sobres con dinero en efectivo mientras ejecutan una cruzada contra los pagos cash por necesidades de control de su Ministerio de Hacienda.
La falsificación llega a unos niveles de humor negro cuando dos de los imputados del Peugeot se reenvían con todo el cachondeo los discursos del Puto Amo sobre la limpieza socialista: "Cuando gobierna la derecha las recuperaciones son lentas y son injustas y con corrupción. Cuando gobernamos nosotros las recuperaciones son rápidas, son justas y gestionamos los servicios públicos con ejemplaridad." Hasta aquí resuenan las carcajadas de Ábalos y Koldo. Si lo sabrán ellos…
Ya sé que en todas partes cuecen habas. En unas más que en otras. Pero la falsificación absoluta de actuar como valeroso político moral mientras se tiene imputados: a la señora (de su pasado para qué hablar), al hermano, a dos ex secretarios generales y a su Fiscal General pues eso, que no del Estado, (y eso, por ahora) sin que dentro de una militancia socialista que presumo, al menos en parte, digna y con sentido de la realidad, haya la más mínima rebelión decente, me da muy mal bajío.
Es que tipos como éste que nos gobierna han falsificado incluso a su partido, a su casta dirigente y ahora, fase final, ha conseguido falsificar a la propia militancia de base, que se mira al espejo y no se reconoce. Es la apoteosis de la falsificación, el éxtasis de un falsificador.
(Y junto a él, la falsificadora de Triana que se rasga las vestiduras por un problema terrible ocurrido bajo un gobierno del PP con las mamografías de mujeres andaluzas con diagnóstico incierto y falsifica su propia historia ocultando las condenas judiciales sufridas por lo mismo y por causas peores cuando ella era la Consejera de Sanidad de Susana Díaz.)
Es que da mucho asco y nadie, ni unos ni otros, hablan de regeneración moral. Pues habrá que hacerlo. La veracidad y la autenticidad son necesarias en una democracia decente. ¿Cómo es que ningún partido habla de ello? Pues sí, en eso ni falsifican ni mienten. Les importa un carajo, al parecer.
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