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Agapito Maestre

¡La Fiscalía al servicio de la Revolución sanchista!

No está solo Ortíz. Está bien rodeado de gente que sigue con los ojos cerrados el proceso revolucionario impuesto por Sánchez.

El juicio que se sigue en el Tribunal Supremo contra el señor Ortíz, Fiscal General del Estado, está revelando lo que muchos suponíamos. La Fiscalía está al servicio de Sánchez. O sea es un núcleo clave del proceso revolucionario impuesto por Sánchez hace más de siete años. Ortíz ha movilizado todos los medios a su alcance, todos los subordinados a sus órdenes, todas las piezas bajo su mando para imponer la idea de que no fue Hacienda sino Alberto González Amador, el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, quien movió ficha, es decir, quien hizo público su interés por resolver su deuda con el Fisco. Terrible. Revela esa actuación un nivel de corrupción moral y política que difícilmente podría aguantar un país civilizado. Pero aquí todo es posible. Acaso por eso, porque el gobierno de España ha rebasado todos los límites de la corrupción, las mentes más agudas de este país parecen haber renunciado radicalmente a entenderlo.

Las Universidades, las Academias y los Centros de creación de pensamiento sólo aspiran a que lleguen los "suyos" al poder. O sea quieren que nos acostumbremos a vivir en este infierno político y moral. En el mejor de los casos, sin abandonar la ceguera que ha caracterizado a las élites intelectuales españolas para hablar del futuro, han buscado en el pasado modelos para entender el presente, pero me temo que, por muchos pasos atrás que demos, por mucho que escarbemos en nuestra historia, hallaremos allí pocas fórmulas para restaurar un sistema político en ruina. ¿O acaso ha sido juzgado en alguna ocasión por un Tribunal de Justicia un Fiscal General del Estado?

Existen, sin embargo, otras épocas de nuestra historia que tienen un parecido "ideológico" a la presente. Hay fechas, como 1917, 1932, 1934 y 1936, donde sucedieron cosas similares a la impuesta aquí por Sánchez. La legalidad, toda la legalidad del sistema político, está siendo barrida por la nueva élite política que lidera Sánchez. Sí, seamos realistas, y digamos lo obvio: en torno a Sánchez han crecido unas ideas, una organización y unos métodos de lucha por el poder infinitamente más efectivos que el modelo comunista del partido-milicia. Vean TVE, lean El País, escuchen la Ser y al instante observarán "minorías" terriblemente agresivas adiestradas únicamente para guerrear, impregnadas de ideologías violentas que desprecian cualquier opinión adversa. Son "élites" de revolucionarios profesionales, aunque algunos ni siquiera saben que lo son, que ya han confiscado y, por supuesto, pervertido cualquier aspiración democrática de la sociedad española. Quien disienta de ellos, será estigmatizado con la palabra "fascista" o cualquiera otra similar.

Esas mismas élites revolucionarias están enquistadas en la Fiscalía General del Estado como está revelándose en el juicio que se sigue contra Ortíz. Es incluso aplaudido por algunos de sus compañeros. No está solo Ortíz. Está bien rodeado de gente que sigue con los ojos cerrados el proceso revolucionario impuesto por Sánchez. El problema es que esta gente no tiene una legalidad alternativa, ojalá la tuviesen, que sustituya a la anterior. Ellos ya están en el poder y han instituido un único modus faciendi la guerra ideológica. El resto, o sea la vida de una nación, o de un Estado, se las trae al pairo. Por eso, precisamente, la situación jurídico-política de España es peor que una revolución. Asistimos a un proceso que anuncia una serie interminable de revoluciones. ¡Todo se reduce a guerra ideológica! ¿Logrará el Tribunal Supremo parar, atemperar, en fin, hacer justicia contra un fiscal, alguien, que según todos los indicios está al servicio del jefe de la revolución? ¡Quién lo sabe! Pero no le pidamos demasiado a quien tiene que inventar algo nuevo: juzgar, se dice pronto, a quien tendría que velar por la Justicia. ¡Qué papeleta! No quiero imaginar la sentencia: una terrible bronca moral al juzgado, pero se irá de rosita a su casa para seguir empeñado en la guerra ideológica.

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