
La Sanidad pública será todo lo buena que ustedes quieran. Pero si faltan recursos, todo puede suceder. Desde triajes encubiertos (ocurre habitualmente en todos los servicios de urgencias…) hasta decisiones tomadas en función de estimaciones económicas y no sanitarias. Contra lo que algunos les intentan hacer creer, eso no es ni un tic ideológico de la derecha, ni de la colaboración público-privada. Es verdad que algunos tienen el gatillo muy rápido a la hora de privatizar. Otros no tanto, pero luego dejan morir de hambre lo público. ¿Qué es peor?
Algunos consejos prácticos. Si a usted le diagnostican, pongamos, un cáncer de mama triple negativo (inoperable), asegúrese bien de que ha caído en manos de un buen médico y un buen hospital. Porque según donde y en qué manos caiga, le puede pasar que le regateen ciertos fármacos oncológicos de nueva generación, por la sencilla razón de que son carísimos. Con el argumento de que no le van a curar, "sólo" a alargarle la vida.
Esto le pasó a una paciente catalana, Laura Escobar. Se trataba en un hospital público catalán y además tenía un seguro privado. Por la "privada" le recetaron un fármaco -Trodelvy- por el que tenía que pagar unos 5.000 euros al mes. Lo pagó mientras pudo. Cuando el gasto ya daba vértigo, investigaron las posibilidades de recibirlo por la pública. Se lo denegaron. El Trodelvy no entraba entonces en la cartera de medicamentos autorizados por la Seguridad Social, con el argumento de que era muy caro "total, para garantizar sólo unos meses más de vida". El marido y el abogado de la enferma descubrieron que el fármaco sí se administraba en otras comunidades e incluso en otros hospitales públicos catalanes gestionados con otros criterios. Pusieron entonces una demanda en defensa de los derechos fundamentales. Una doble batalla judicial y política (en esta última, yo misma participé como diputada en el Parlamento catalán) consiguió que Laura recibiera el Trodelvy y viviera DOS AÑOS MÁS. Durante los cuales pudo optar a varios ensayos clínicos. Al final murió, sí. Pero dos años después y no antes. Creo que su hija de seis años lo agradeció. También las enfermas que ahora mismo se están beneficiando de que ese fármaco sí acabara entrando en la cartera de la Seguridad Social.
Es sólo un ejemplo. Podríamos hablar de los famosos cribados de cáncer también de mama. Hay quien hace mamografías con una frecuencia razonable y luego pueden pasar estas cosas, que las pruebas y el seguimiento se pierdan por el camino. Hay quien para ahorrarse esos problemas hace mamografías mucho menos seguidas, y punto.
La Covid nos dio miedo, mucho miedo. Pero también una oportunidad de reflexionar seriamente sobre los fallos y las tensiones del sistema. Una no es conspiranoica ni antivacunas. Pero una sabe contar: si en una comunidad autónoma de, pongamos, 7 millones de habitantes, los hospitales disponen de 17.000 camas y unas 2.000 plazas de Urgencias, ¿qué creen que va a ocurrir si se desata una epidemia? Peor aún una epidemia como esta, menos letal que otras, pero que obligaba a tener camas y respiradores y atención 24 horas para muchísimos enfermos. Simplemente no se tenían. No había. El confinamiento se decretó menos para proteger a la población que para proteger al sistema de salud de poner un cartel en la puerta que dijera abiertamente: "cúrense o muéranse en su casa, aquí no cabe nadie más". Por cierto, a la crisis de la Covid siguió una crisis oncológica. Muchos cánceres no se diagnosticaron a tiempo en esos meses, muchas metástasis no se pudieron atajar. Suma y sigue.
Cada vez que estas insuficiencias emergen, emerge también mucha miseria política, mucha hipocresía, consistente en culpar de todos los males a una supuesta derecha matasanos, dando en cambio por hecho que con una presunta izquierda angelical al mando seríamos inmortales todos. Mentira. Es cierto que hay que controlar los lucros voraces en estos asuntos. Pero hay muchas maneras de lucrarse: ganando demasiado dinero o gastando demasiado poco. La respuesta no es demonizar la colaboración pública-privada, es hacer que funcione bien y con transparencia. Y esa obligación la tienen tanto los de derechas como los de izquierdas. Porque no hay enfermos rojos y enfermos azules. Todos valen igual. Y los impuestos que pagamos se supone que van para eso…¿no? Porque si es que no, que nos lo digan y que nos den la oportunidad de actuar en consecuencia.
¿Qué creen que ha pasado con la ley ELA, por qué ha costado tanto primero aprobarla, segundo dotarla económicamente, tercero que se cumpla? No se está cumpliendo en la práctica porque en la práctica el dinero no sale o sale con cuentagotas o sólo sale en fotos y titulares. ¿Cuánto tarda un enfermo de ELA o de cualquier cosa en obtener el reconocimiento de su dependencia, de su incapacidad, de su necesidad de cuidados? ¿Cuánta gente muere esperando?
Si a esto le añadimos que ahora mismo el mayor gasto sanitario de las Administraciones es el y sobre todo el farmacéutico, y que hay importantes empresas pujando por hacerse con esa bolsa tan golosa, a veces a base de ofrecer fármacos y atención de calidad, a veces invirtiendo más esfuerzos -y dinero- en congraciarse con los políticos que toman la decisión de a quién se compran las vacunas, o a qué laboratorio privado que investiga, pongamos, la peste porcina, se le dan más o menos ayudas públicas…en fin, saquen conclusiones. ¿Aquí se cura o se juega?
