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La mala memoria del Emérito

No he leído ni pienso leer ese libro. Y no por su protagonista, Juan Carlos, sino porque le profeso especial inquina desde la juventud a Régis Debray

No he leído ni pienso leer ese libro. Y no por su protagonista, Juan Carlos, sino porque le profeso especial inquina desde la juventud a Régis Debray
France 3

Hace un rato, andaba yo algo desesperado; no se me ocurría nada para escribir que no fuera lo de la peste porcina, asunto que me motiva poco. Así que llamé a Cristina Losada con la esperanza de robarle algún tema con disimulo. Hubo suerte: se lo robé. Por eso la cito, para que no se cabree demasiado cuando se entere. Y es que me contó una historieta que me valía para la columna. Resulta que ella acababa de leer una cosa larga de Arcadi Espada, en un periódico de Madrid, sobre las memorias del Emérito.

Yo no he leído ni pienso leer ese libro. Y no por su protagonista, Juan Carlos, sino porque le profeso especial inquina desde la juventud a Régis Debray, uno de los santones más pretenciosos y plastas de la extrema izquierda francesa de cuando entonces. Y puesto que nunca he dejado de ser fiel a mis fobias personales, tampoco nunca he dejado de considerar un gran cretino a Debray. Que la autora del libro, su hija, no tiene la culpa, lo sé, claro. Pero son manías de viejo. En fin, que dice Cristina que Arcadi dice que Juan Carlos dijo que se subió a un helicóptero para ver, junto al presidente Suárez, la manifestación organizada por el Partido Comunista tras el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha. Algo que ya era del dominio público, por cierto.

De ahí que no sea esa la cuestión que nos ocupa, sino lo que el otro Rey asegura recordar ahora de aquello. Porque, al parecer, testimonia que allí observó un mar de banderas rojas y también de rosas del mismo color. Pero no hubo banderas rojas en aquel sepelio civil (viviendo en la clandestinidad, nadie incurriría en la temeridad loca de pasear por la calle con banderas rojas). Y tampoco hubo, por cierto, rosas. Eso de las rosas era – y sigue siendo – una cursilada naif exclusiva de los socialdemócratas. Los comunistas de la época portaban siempre claveles, al modo del Portugal revolucionario, no rosas. Simplemente, nada de eso que cree rememorar Juan Carlos sucedió.

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