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En memoria de Martín Rosa Valera, mi abuelo asesinado por ETA hace hoy 30 años

Memoria y conocimiento para honrar a las víctimas, y como vacuna contra bárbaros, ignorantes e hijos de puta.

Memoria y conocimiento para honrar a las víctimas, y como vacuna contra bárbaros, ignorantes e hijos de puta.
Familia Rosa Varela

Este 11 de diciembre de 2025 el calendario impone un ineludible ejercicio de memoria. Se cumplen tres décadas del funesto y brutal atentado de Puente de Vallecas, donde ETA hizo explotar un coche bomba al paso de una furgoneta de la Armada ocupada por trabajadores civiles. Aquel acto "heroico liberador" dejó diecisiete heridos y seis muertos. Entre ellos, Martín Rosa Valera, mi abuelo.

Natural de Mancha Real, emigró a Madrid cambiando, como tantos otros, el campo por la capital. Era un trabajador infatigable que doblaba turnos de ocho de la mañana a nueve de la tarde: comenzaba su jornada como chófer en la Armada y la terminaba repartiendo en un anticuario de la calle Claudio Coello. Quienes le conocieron lo recuerdan como un hombre alegre y sociable, siempre rodeado de buenos amigos. Formaba una pareja inseparable con mi abuela y sentía una debilidad especial por los niños, a quienes siempre dedicaba gestos y carantoñas, quizás ensayando para unos nietos a los que nunca llegó a conocer.

Esa vida de puntualidad meticulosa se quebró aquel lunes 11 de diciembre. Como cada día, la familia se reunía para comer durante el descanso de mi abuelo. Mi tía, que terminaba de trabajar un poco antes, se dirigía allí para esperarlo junto a mi padre y mi abuela. Aquella tarde, desde el andén del Metro, observó una columna de humo ascendiendo sobre Vallecas, sin imaginar siquiera lo que significaba. Ya en casa, se sumó a la espera de la furgoneta que, con puntualidad, solía llegar a las tres en punto. El horario de esta furgoneta era tan predecible que su retraso resultó anómalo. Mi padre encendió la televisión buscando respuestas y las noticias interrumpieron la programación con una alerta: atentado de ETA en el Puente de Vallecas.

Mi tía se lanzó a la calle y, tras no obtener respuesta en un cuartel cercano de la Guardia Civil, decidió dirigirse al lugar del atentado. Entre el gentío y la confusión, se topó con el hijo de otro de los chóferes de la furgoneta, amigo de la familia, que al verla gritó: "Loli, son los nuestros". Aquello era un desconcierto absoluto: vehículos de emergencia, periodistas, familiares desorientados buscando certezas en el caos. Fue un periodista quien informó a mi tía: "Se encuentra en el Doce de Octubre". Un taxista se ofreció a llevarla. Subió al coche y la radio informaba sin cesar sobre el atentado. De repente, el nombre de su padre: Martín Rosa Valera había fallecido. Lo supo así, en la parte trasera de un taxi.

A la de mi abuelo se suman 852 asesinatos. De ellos, el 41% civiles. Tras 66 años y 853 asesinatos desde su fundación, ETA goza de un blanqueamiento institucional y social, Bildu gobierna en 160 municipios del País Vasco, es socio del Gobierno de Sánchez, y los asesinos etarras son homenajeados al salir de prisión. En nombre de mis tíos y de mi padre, ya que no puedo agenciarme un dolor que no es mío en su forma más cruda: nos duele que las víctimas sean borradas por conveniencia política, nos duele ver que cada asesinato ha quedado legitimado y, en definitiva, nos duele saber que han ganado.

Seis décadas han pasado, catorce años desde el cese de la actividad armada de la banda. Hoy resulta más indispensable que nunca hacer memoria. Desenmascarar a aquellos que se permiten tratar al "extranjero" peor que al aborigen y confunden hegemonía con libertad. Memoria y conocimiento para honrar a las víctimas, y como vacuna contra bárbaros, ignorantes e hijos de puta.

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