El pequeño Lucas, otra víctima del feminismo
El interés superior del menor ha quedado reducido a cenizas en la hoguera del feminismo.
Los que ya peinamos canas recordamos como, en la década de los noventa, la sociedad española tenía puesto el foco de la violencia doméstica en el maltrato no de las mujeres, sino de los niños. Los casos que causaban escándalo y nos hacían llevarnos las manos a la cabeza eran los de niños muertos o gravemente heridos por la violencia de sus propios padres, incluyendo en muchos casos el abuso sexual. Aquella década larga arrancó con el Luka de Suzzane Vega y desembocó en la película de Achero Mañas El Bola, estrenada en el año 2000. Y fue enterrada, junto con tantas otras cosas, con la aprobación de la ley integral de violencia de género en 2004.
Hoy asistimos horrorizados al asesinato de Lucas, un niño de cuatro años maltratado por su madre y su padrastro hasta la muerte, y feministas como María Pozo –más conocida como Barbijaputa– se tiran de los pelos indignadas por que el Estado miró hacia otro lado mientras el niño acudía al colegio con moratones y la policía ignorase la denuncia de una familiar. Pero jamás pasarán de la retórica. Porque lo cierto es que el Estado miró hacia otro lado porque tenía la vista fija en la única violencia doméstica que le ha importado durante los últimos veinte años: la que tiene como víctimas a mujeres adultas.
El Estado mira hacia otro lado porque a la opinión publicada y una gran parte de la opinión pública lo que le preocupa es mantener en pie una industria, la del género, que necesita para su sustento impedir cualquier atisbo de duda en la ficción de que la única violencia doméstica de importancia es la denominada "machista" cuya causa es el malvado patriarcado. Bajo esas gafas de color violeta, todo lo que no se ajuste en el patrón o se inserta a martillazos o se ignora como si no existiera. Como a Lucas. Y aquellos que ponemos un pero a ese relato falso se nos tilda de negacionistas, ese término que originalmente se creó para los nazis que decían que el Holocausto jamás existió y que ahora se aplica a cualquiera que tenga cualquier objeción a cualquiera de las causas fetiche de la izquierda.
El Estado mira hacia otro lado porque, al contrario que las feministas, los niños no votan ni tienen tribunas en las teles donde difundir su odio. Por eso, cuando Vox propuso en el Ayuntamiento de Madrid que el centro que atendía las 24 horas del día a víctimas de violencia sexual incluyera al menos a los niños, ya que sabía que era imposible que asistiera a hombres adultos, todos los partidos incluyendo al PP de Martínez-Almeida y los Ciudadanos de Begoña Villacís votaron en contra. Porque el interés superior del menor ha quedado reducido a cenizas en la hoguera del feminismo.
Cuando María Sevilla y su pareja maltrataron a los hijos de ella la calificaron de "madre protectora" y la indultaron. Acuérdense: encerraron a los niños en un caserío perdido en medio del campo sin atención médica, vacunación ni escolarización, hasta el extremo de que uno de ellos terminó siendo incapaz de comunicarse más que con gruñidos. Pero ahora se supone que tenemos que preguntarnos qué hemos hecho mal para que el sufrimiento de Lucas fuera ignorado. Todos sabemos qué hemos hecho mal, incluso las más fanáticas barbijaputas. Pero reconocerlo supondría cerrar el negocio. Y los Lucas que viven en el segundo piso, encima de ti, no les importan tanto. Si es que les importan en absoluto.
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