Colabora
Santiago Navajas

Las Nevenkas de la izquierda no tienen quien les escriba

Este doble rasero no es un accidente. Es la manifestación contemporánea de una ley moral que Nietzsche diagnosticó con precisión metafórica.

La secretaria general del PSOE de Aragón, Pilar Alegría. | EFE

En los primeros años 2000, el caso Nevenka fue un aldabonazo en la conciencia pública española. Una joven concejala del PP denunciaba acoso sexual por parte de su alcalde. La izquierda, con el PSOE y sus satélites mediáticos a la cabeza, descubrió un filón en el que combinar la causa feminista con la ventaja partidista. Se organizaron manifestaciones, se llenaron horas de televisión, se escribieron editoriales encendidos y hasta hay novelas y series de televisión. "¡Mata más el machismo que el Covid!", gritaban. El caso se convirtió en símbolo de que la derecha es el patriarcado hecho bigotes obscenos y carajillos casposos de unos retrógrados que solo piensan en las mujeres para ponerlas mirando a Cuenca, mientras que la izquierda se subía una vez más al pedestal de la vanguardia moral que no toleraría ni una vejación a las mujeres, ni una humillación de machirulo, ni una mirada masculina que no fuese de "aliade", violeta, empática y deconstruida.

Veinte años después, la realidad se encarga de reírse en la cara de aquella escenificación de sepulcros morados. Los escándalos sexuales dentro del PSOE y sus organizaciones afines (el caso del exvicepresidente de las Juventudes Socialistas condenado por tenencia de pornografía infantil, la trama de Tito Berni, las denuncias a dirigentes de Podemos, Errejón ante un tribunal por presunto acoso sexual y un largo etcétera que no especifico porque surgen como setas los Ábalos socialistas) no han provocado ni una centésima parte de la campaña mediática en la izquierda que provocó el caso Nevenka. Las mismas feministas que se rasgaban las vestiduras por un alcalde del PP guardan ahora un silencio sepulcral cuando el acosador lleva carnet socialista o luce lazos morados. Un #MeToo sesgado está triunfando en España, donde se cree a la víctima siempre que señale hacia la derecha, ya que si apunta hacia la izquierda, se la tilda de loca, de instrumento de la caverna o directamente se la entierra en el olvido. Por supuesto, ni una sola feminista en la izquierda ha pedido la dimisión inmediata del macho alfa que ha permitido, tolerado y silenciado la opresión machista sistémica en el PSOE, como ninguna alzó la voz en su momento contra la misoginia sádica de Pablo Iglesias, donjuanito que amenazaba con azotar mujeres hasta hacerlas sangrar.

Este doble rasero no es un accidente. Es la manifestación contemporánea de una ley moral que Nietzsche diagnosticó con precisión metafórica cuando advirtió, parafraseo, que quien con monstruos lucha cuide de no convertirse en monstruo él mismo. Pero como si Pedro Sánchez, Cerdán y las mujeres del Instituto de las ídem tuviesen tiempo y ganas de leer al que recomendaba el látigo para ir con las mujeres como si fuese uno más de los rijosos del clan del Peugeot. Nietzsche no se extrañaría de que quienes más presumen de virtud sean los que más tienen que ocultar.

En la Genealogía de la moral, Nietzsche explica que la moral del rebaño surge siempre como escudo de los débiles que necesitan proclamarse buenos para compensar su impotencia real. El esclavo no puede vencer al amo en el terreno de la fuerza, así que inventa una moral en la que la debilidad se convierte en virtud y la fuerza en pecado. El socialismo español contemporáneo funciona exactamente al modo que Pedro Sánchez ha convertido en santo y seña de su partido: cuanto más corrupto o más depredador es internamente, más necesita gritar su pureza moral en la plaza pública. La indignación contra el adversario no es nunca sincera, es un mecanismo de compensación psicológica y una cortina de humo política.

Ya lo vio también La Rochefoucauld en sus Máximas cuando sentenció que "La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud". Cuanto más se proclama una causa, más probable es que quien la proclama esté haciendo exactamente lo contrario en privado. El feminismo de pancarta y subvención que durante años convirtió cualquier denuncia contra la derecha en un circo mediático, tres días después tiene el rostro de pedir un falso perdón cuando la víctima es una militante de base y el agresor un cargo orgánico o un "compañero de lucha". El silencio no es olvido, al contrario, es complicidad activa para seguir chupando del bote lila.

Y no se trata solo de acoso sexual. El mismo patrón se repite en la corrupción económica. El PSOE se presentó durante décadas como el partido de los honrados, el que venía a regenerar la vida pública tras los escándalos del felipismo (Filesa, Roldán, GAL…). Zapatero prometió talante y transparencia con la misma seguridad en sí mismo que mostró Fidel Castro cuando prometió libertad a los cubanos y Maduro prosperidad a los venezolanos. Sánchez, zapaterista en fondo y forma (ni una mala palabra, ni una buena acción), llegó al poder con la moción de censura ética contra Rajoy por el caso Gürtel. Y ahora asistimos al espectáculo grotesco del partido que más casos de corrupción investigados acumula en democracia (ERE, Tito Berni, caso Koldo, Ábalos, su hermano y su esposa, Delcy Rodríguez, los sapos de la SEPI…) presentándose todavía como adalid de la limpieza institucional que es como si Jack el Destripador presumiera de cirujano. El mismo que pedía dimisiones por mensajitos entre Rajoy y Bárcenas pide ahora "prudencia" y "presunción de inocencia" cuando vamos a tener que ampliar las cárceles para todos los que algún día apoyaron a Sánchez. Hubo un tiempo en el PSOE en el que quien se movía no salía en la foto. Hoy las fotos que más se hacen los socialistas son las que toma la policía cuando detienen a alguien.

Y mientras tanto, las víctimas reales, las Nevenkas de dentro del socialismo, aprenden la lección más amarga: que todos esos "aliados" hacían como que leían a Judith Butler en feminizados clubes de lectura pero para intentar meterles mano después en garitos adornados con fotos de la Pasionaria y Nina Simone. Para esta izquierda, el sufrimiento femenino solo importa si se puede instrumentalizar para ganar elecciones o para mantener la subvención. Si alguna señala hacia dentro, la tildan de traidora. El feminismo de izquierdas dejó de ser a lomos de Sánchez e Iglesias una lucha por la dignidad de las mujeres para convertirse en un arma arrojadiza partidista y conseguir puestos de relumbrón en los diversos chiringuitos institucionales, como cátedras universitarias para analfabetas funcionales. Y la corrupción dejó de ser un problema moral para convertirse en un problema de marketing que resta votos (y ni eso, tan corrompido está el votante socialista medio).

Y así, mientras las feministas de izquierda siguen mirando hacia otro lado cuando el machismo lleva chapas de "sororidad" y "feminismo o barbarie", el resto asistimos al espectáculo tragicómico de una ideología que se derrumba bajo el peso de su propia hipocresía. La moral de los débiles siempre termina devorándose a sí misma. El rebaño que se proclamaba redentor termina convertido en el peor de los depredadores, porque su única brújula nunca fue la verdad ni la justicia, sino el resentimiento y el poder.

Como decía el martillo de felones y alfeñiques, Nietzsche, no hay mayor venganza que la verdad cuando llega demasiado tarde. Pero la verdad, tarde o temprano, siempre termina llegando.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario