Menú

El reto de la Defensa: el mundo se adentra en el final de la Era Contemporánea

El gran cambio de este final de era implicará que los liderazgos no estarán basados en modelo de libertad sino en modelos autoritarios.

El gran cambio de este final de era implicará que los liderazgos no estarán basados en modelo de libertad sino en modelos autoritarios.
Xi Jinping y Vladimir Putin. | Europa Press

Nos adentramos en el segundo cuarto de este siglo XXI, y la impresión generalizada, ante los fenómenos políticos, sociales y geoestratégicos que se están produciendo, es que nos adentramos en un final de era, que es mucho más que un cambio de ciclo. Esta transformación histórica no llegará a todo el mundo con la misma intensidad y la percepción es que el gran perdedor de este devenir será Europa y dentro del Viejo Continente, los países del sur seremos los que nos llevemos la peor parte. Un cambio de era que llegará a finales de siglo cuando los acontecimientos y las guerras hayan definido el mundo de la "era futura" del siglo XXII, que conocerán los niños y niñas que están naciendo ahora.

El pobre y viejo continente lideró el mundo gracias a su protagonismo en las dos primeras revoluciones industriales, y subsistió de sus colonias hasta finales de 1950. La Unión Europea generó un espacio económico y social que alargó una posición de segunda potencia mundial, hasta los años presentes. El liderazgo cambió de continente después de la Segunda Guerra Mundial pero no salió de la civilización occidental, ya que fueron sus descendientes los que poblaron los Estados Unidos. Una era contemporánea que comenzó con la Ilustración y la Revolución Francesa y que termina con la ruptura de la relación transatlántica, con la emergencia de China como la gran potencia militar y económica de las próximas décadas y con las presiones demográficas que se producirán en lo que queda de siglo.

La razón de la decadencia europea se explica porque la llegada de la tercera revolución industrial —la de la informática y la automatización— encontró a Europa mal preparada, con una estructura productiva rígida, una falta de inversión en sectores clave y una confianza desorbitada en la burocracia y en el buen criterio del pueblo y sus gobernantes. Esta situación se ha perpetuado en la cuarta revolución industrial, donde el continente ha quedado rezagado respecto a otras potencias en áreas como la inteligencia artificial, la computación en la nube, la mecánica cuántica y las plataformas digitales. La fragmentación política, la falta de visión común y la lentitud en la toma de decisiones han lastrado la capacidad de respuesta europea.

La pérdida de identidad es otra característica definitoria. La inmigración, lejos de integrarse en nuestras estructuras occidentales, se empeña en mantener las propias produciendo una transformación del paisaje occidental construido durante siglos de homogeneidad; pero nada podemos hacer ante el declive demográfico, la vieja sociedad europea no podrá mantenerse sola en veinticinco años apenas.

Con unas industrias cada vez menos competitivas, es imposible crecer en el mundo junto a nuestros rivales. Nuestros trabajadores, métodos, empresarios, productos y regulación han quedado totalmente desfasados y el gran motor de Europa durante décadas, las exportaciones basadas en la calidad, el producto o el diseño, están dando paso a una economía de servicios poco competitivos, muy costosos e incapaces de competir con países como India o China.

El gran cambio de este final de era implicará que los liderazgos no estarán basados en modelo de libertad sino en modelos autoritarios, ante la imposibilidad de que las sociedades democráticas acepten deshacer todo el modelo de bienestar creado en los últimos cincuenta años. Las múltiples amenazas forzarán a los países más desarrollados hacia gobiernos autocráticos, que incluso podrán subsistir con apariencia democrática, como mecanismo de supervivencia ante las amenazas de esa gran masa de población de África y Asia, que incapaz de competir y sumida en la miseria, aspirará a la destrucción del opulento pero decadente Occidente como mecanismo de defensa.

La cuestión demográfica, como siempre ocurre, determinará el devenir de lo que queda de siglo. Mientras que Occidente, entendido como Europa y América, comenzará su declive poblacional en breve, especialmente Europa, incluyendo a Rusia y sus satélites, que con los datos de natalidad actuales habrá perdido un cuarto de su población en 2100, Asia y África concentrarán a finales de siglo al 75% de la población mundial, con las tensiones que una enorme población joven ejercerá sobre las viejas sociedades occidentales.

Téngase en cuenta que la edad media en Europa es actualmente de 43 años y la de África es de 19 y aquí estará el 35% de la población mundial a finales de siglo. China aguantará algunos años su liderazgo económico, pero por su más acusado declive poblacional, podría ver reducida su población a finales de siglo en un 30% y a una edad media superior a los cincuenta años. Esta crisis demográfica la conducirá a la colonización de sus áreas vecinas, mucho más jóvenes, para mantener su economía operativa y esta es una amenaza que también debemos considerar.

Esta nueva era, marcada por algunos ganadores, los que envejecen y muchos perdedores, seguramente conocerá las últimas grandes guerras de la humanidad que con estos desequilibrios serán terribles. Solo un hercúleo esfuerzo de diseminación de los avances tecnológicos se podría evitar la catástrofe de ver sucumbir a las avanzadas y avejentadas sociedades occidentales frente a cientos de millones que apenas tendrán la décima de parte de la riqueza del planeta.

Todavía hoy determinadas materias primas y rutas comerciales continúan siendo elementos críticos para la supervivencia de los estados y no pueden ser compartidos por todos, es decir habrá poseedores de estas materias o rutas que harán todo lo posible para impedir que estén el alcance de otras potencias. Veremos quebrarse en esta carrera por la hegemonía, principios que creíamos eternos como la no explotación de los Polos, de los fondos marinos o del Espacio y esta expansión conducirá a problemas geoestratégicos pero también medioambientales muy negativos para todos en las próximas décadas.

El avance tecnológico ha intensificado la competencia global por recursos estratégicos, especialmente materiales raros esenciales para la fabricación de dispositivos electrónicos, baterías y tecnologías renovables. Europa, con recursos limitados en su territorio, depende en gran medida de importaciones, lo que la hace vulnerable ante tensiones geopolíticas. Además, el deshielo del Ártico ha abierto nuevas rutas marítimas y acceso a recursos energéticos, incrementando la rivalidad entre potencias por la explotación de estas riquezas, carreras en las que Europa se encuentra sin ambición y sin medios.

Para Europa, este cambio nos llega en el peor momento. Existe una mezcla de sentimientos que nos abocan a una lenta decadencia. Una juventud sin ambición que ha perdido la fe en su país, en sus instituciones y en sí mismos y que deambula por alternativas rupturistas pero inviables, un espíritu del que se contagian los millones de jóvenes llegados de otros continentes que sufren el rechazo a la integración y la falta de esperanza. Todos esos jóvenes no irán a ninguna guerra porque no entenderán los beneficios de la victoria y por eso los regímenes autoritarios tomarán el poder. La insoportable levedad del occidental le llevará a aceptar de buen grado el autoritarismo como la única solución ante los riesgos y amenazas que se cernirán sobre las sociedades más desarrolladas.

Europa languidecerá; sus identidades originales serán sobrepasadas, como le pasó a la vieja Atenas que nadie reconoce hoy en día; el campo será abandonado ante el auge de alimentos fabricados y la falta de mano de obra, el empobrecimiento por la decadencia industrial nos convertirá en un enorme parque temático, descuidado como las ruinas de Roma o de España en el siglo XIX, es algo inevitable demográficamente. En el año 2050, el 25% de la población tendrá más de 70 años en España y en el 2100, cuando se jubile la generación X será el 40%, lo que hará inviable mantener un sistema de pensiones que generará una enorme población ociosa pero con vitalidad, con problemas de salud con las implicaciones que tendrá sobre los costes del estado y con unas pensiones mucho más reducidas que las actuales.

El cambio de era que atraviesa Europa supone tanto una amenaza como una oportunidad si no caemos en la indolencia. Para no quedar definitivamente rezagado, el continente debe apostar por la innovación, la educación y la cooperación, tanto interna como externa. Afrontar la crisis demográfica, invertir en tecnología y garantizar un acceso seguro a los recursos estratégicos serán condiciones indispensables para mantener su relevancia en el escenario global. Solo así Europa podrá convertir los desafíos actuales en motores de una nueva etapa de prosperidad y liderazgo mundial, pero no son las estructuras ni los líderes actuales los que pueden abordar esta tarea ingente. Los políticos europeos deben entender que la defensa y la seguridad global serán los ejes fundamentales de sus políticas, para que los estados sobrevivan, porque vendrán años muy oscuros.

Cuando acabe el siglo, el mundo habrá cambiado tanto que todo lo acontecido en el siglo XX y XXI quedará superado por un planeta mucho menos habitado, medioambientalmente más sostenible, con muchas más zonas salvajes, con grandes urbes abandonadas, con la presencia en nuestras vidas de robots que harán gran parte de los trabajos, con hijos que se tendrán a la carta en laboratorios y con una enorme longevidad, pero esto quedará reservado a los países que lideren este mundo, los demás sufrirán este abismo y poco a poco irán desapareciendo si es que antes no se han llevado por delante a la civilización que lidere estos cambios a lo largo de este siglo.

Temas

En Defensa

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal