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Canción de Navidad

Frío seco, guante y bufanda, abrigo largo al salir de la oficina, y cielos límpidos de brillantes constelaciones. Días de Navidad. Tiempo de bien. Noches de paz.

Frío seco, guante y bufanda, abrigo largo al salir de la oficina, y cielos límpidos de brillantes constelaciones. Días de Navidad. Tiempo de bien. Noches de paz.
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Una luz verde tintinea sobre el espejo del salón. Ritual navideño. Apagar las luces de casa y dejar que los brillos coloridos de la calle dibujen nubes de nostalgia en cada rincón. Un tiempo para la nada. Silencio y soledad. Reposan en la esquina las cajas del Nacimiento, recién sacadas del trastero, con su fina capa de olvido. Aún falta montar el Belén. Asoman guirnaldas y ecos de plateada purpurina alrededor. Todo parece en sepia, todo parece un villancico de otro siglo, todo parece escrito a mano con una vieja estilográfica.

Atascos de diciembre en cualquier calle, cajas de jamones sobresalen en los contenedores, maridos olvidados a las puertas de los comercios, y elegantes vestidos de fiesta en mujeres embellecidas que van y vienen de las cenas con el champán coloreando sus mejillas. Frío seco, guante y bufanda, abrigo largo al salir de la oficina, y cielos límpidos de brillantes constelaciones. Días de Navidad. Tiempo de bien. Noches de paz.

Vaho en los cristales, dulces en la entrada del supermercado, y jolgorio en todos los cafés. Abrazos largos, reencuentros, copas y sonrisas. Coronas de adviento junto a los altares. Flores de Navidad. Buzones repletos de cartas, y cartas repletas de buenos deseos. Villancicos y puestos navideños en las plazas de pueblos y ciudades. Y en cualquier rincón un niño, el mismo que fuimos, sin soltar la mano de su madre, con su gorro rojo y sus manoplas, pega la cabecita al escaparate de la juguetería, con los ojos brillantes de la ilusión más pura.

Volver la mirada a otro tiempo, casi sin quererlo, al chocar nuestra conciencia con las sillas vacías, dejando que la esperanza venza a la melancolía, y deslizar una oración de gratitud al buen Dios, por la suerte que tuvimos cuando estaban ocupadas. Cómo olvidar las manos arrugadas que llenaron de cariño, sabiduría e ilusión nuestras primeras navidades.

El belén de la parroquia tiene dos fases. A ratos se iluminan las fogatas, corre el agua por el río, y giran las aspas de un viejo molino. A ratos baja la luz, pero se escucha el martilleo del herrero, se mueven los brazos del artesano, y prende su haz de luz la gran estrella del portal. Está el pesebre vacío hasta Nochebuena, bien lejos los Reyes Magos, que aún no miran al cielo, y la Virgen con una sonrisa serenísima.

Las fruterías del barrio han expulsado del escaparate al brócoli y al repollo, lo celebro con entusiasmo, y ocupan su lugar dos grandes cajas de los inigualables mantecados Felipe II. La farmacia tiene ahora un Santa Claus un tanto grosero, que menea la cadera al ritmo de un villancico cuando das una palmada, y hay cola en todos los puestos de venta de lotería. Hay caminantes solitarios y ensimismados en la misma orilla de la playa, tal vez realzando la soledad entre tanta gente, una pareja apura un benjamín de cava en la terraza, pegados a una gran antorcha, y al otro lado de la biblioteca, entre cartones, alguien ha regalado un par de turrones al mendigo, que los custodia como tesoro.

Vienen a nuestra memoria Tip y Coll y Martes y 13, y la televisión que fue. Y aquel humor libérrimo y feliz por Navidad. En cualquier esquina suena de una radio la cantinela de los niños de San Ildefonso. Y pronto empezarán a programar Qué bello es vivir, y volveremos a llorar, a sonreír, a soñar con tener un corazón tan grande como el de James Stewart.

Abro uno de esos vinos de las pocas veces. Rebosante y tizón. El vino de recordar. Aunque no logra acordarme de quién me lo regaló. Encerrado en la copa, brilla en la penumbra como una mora al alba, en fogonazos, siguiendo la danza de las luces de Navidad de la calle. En la ventana de enfrente, una abuela enseña a sus nietos a colgar el paño del Niño Jesús, como habrá hecho cada diciembre desde niña. Y remonta la avenida, desde más allá de la tienda de retales, un hombre canoso que camina lentamente con bastón, encorvado hacia donde lleva un gran paquete envuelto con papel infantil, con una ilusión secreta en la mirada.

Incluso en esta Navidad, con los titulares enredándose con la bandeja de los turrones, tenemos el derecho a contemplar la paz infinita de un Belén. Días de calma y emociones. Días de perdón, de celebrar, de pensar bien. Devoción, triduo, y Adeste Fideles. De bellezas y tradiciones. De viajar en el tiempo y recordar las grandes enseñanzas de los mayores, el ejemplo, el consejo, y la memoria, que tenemos la obligación moral y sentimental de transmitir a los más pequeños, todo lo que hay que amar sin medida por Navidad: la familia, los amigos, y al Niño Dios.

Feliz Navidad.

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