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Cristina Losada

La excepción Sánchez o los narcisos no se retiran a tiempo

Creen que el milagro político siempre llama dos veces, como el cartero. Incluso prefieren creer que Sánchez tiene algo insustituible.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a su llegada a una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 26 de noviembre de 2025, en Madrid (España). | Europa Press

Mientras el líder del PP hacía el horóscopo chino y declaraba a 2026 el año del cambio, voces gubernamentales proclamaban lo contrario, y frente a la expectativa de mudanza, ofrecían la certeza de la inmutabilidad. Parménides contra Heráclito, si esto fuera un primer curso de filosofía. Se puso en lo inmutable la presidenta del Congreso, que eligió el verbo "aguantar", bien elegido, para definir qué va a hacer el Gobierno o qué cree ella que hará y presentó las 50 leyes aprobadas en este grandioso período como la prueba de que todo va a pedir de boca. La otra voz autorizada, Elma Saiz, se apoyó igualmente en las 50 leyes, tal como si fueran el bastón mágico de Gandalf, para negar cualquier posible final anticipado, pero, además, subió la apuesta. Porque aquel propósito, malamente formulado un día por Sánchez, de darle esquinazo al Congreso, se ha recompuesto en un "no saben ustedes cuántas cosas se pueden hacer sin necesidad de aprobar leyes". Traducido: vamos a pasar del legislativo, porque no tenemos la mayoría parlamentaria, pero no queremos hacer lo que se hace en las democracias en estos casos, que es convocar elecciones.

Las voces gubernamentales no dieron siquiera esperanza al cambio lampedusiano, que sería el más inteligente. Pero no hay inteligencia suficiente en el Gobierno para cambiarlo todo para que todo siga como está. La cuestión es que Sánchez parece empeñado en hacerse notar, también en esto, como una excepción. Lo normal es que un presidente que lleva dos o más mandatos evite volver a presentarse cuando está seguro de que va a perder. Verse rechazados por el electorado después de haber sido apoyados y queridos es una humillación que los políticos con cierta dignidad prefieren ahorrarse. Pero Sánchez no tiene un historial nítidamente victorioso. Ganó o quedó primero en 2019, mientras que en 2023 cedió el puesto a su odiado Feijóo. La humillación de quedar segundo, pese a tener el Gobierno, que es mucho tener, se le pasó enseguida, si la sintió, a la vista de que podía conservar el poder. De esta experiencia se colige que no le será problemático volver a presentarse aunque los datos y la demoscopia, la intuición y el olfato (de otros) le digan que va a sufrir una derrota de las que hacen historia.

Sustituir al candidato Sánchez es el cambio lampedusiano posible, el que permitiría pasar el trago al partido con los menores daños. Cambiando una pieza, esa concreta pieza, se ahorrarían que todo cambie a su pesar. La dificultad está en provocar el cambio de la pieza en un partido que ha perdido gran parte de su poder territorial. Porque los que tienen poder en el partido son los que están en el Gobierno y los que están en el Gobierno prefieren, como dice Armengol, "aguantar". Prefieren, sobre todo, creer. Creer en el milagro político. En que si una vez se produjo, por qué no va a repetirse. Creer que, de nuevo, unos separatistas catalanes y una parte del electorado femenino, el último día, como quien dice, en vez de quedarse en casa, irán a votar al bueno de Pedro para evitar males mayores y todo eso. Creen que el milagro político siempre llama dos veces, como el cartero. Incluso prefieren creer que Sánchez tiene algo insustituible. Que con él, la derrota es probable, pero sin él, la derrota es segura. Es así cómo se convence a los presidentes, y ellos se auto convencen, de volver a salir al ruedo cuando deben retirarse. Y los narcisos nunca se retiran a tiempo.

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