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Adolfo D. Lozano

Seis paleomandamientos para la supersalud

1. Consumir vegetales y productos animales; 2. Evitar alimentos modernos; 3. Caminar con frecuencia y levantar algo pesado y esprintar de vez en cuando; 4. Dormir lo suficiente; 5. Tomar algo de Sol; 6. Jugar, desarrollar el cerebro y vivir en comunidad.

Para entender nuestro mundo, y avanzar en el mismo, debemos hacernos ciertas preguntas sobre la realidad que nos rodea. El qué, cómo y por qué no puede ser adecuadamente respondido sin conocer el origen de las cosas. Conoce su origen y lo comprenderás todo. Preguntas como qué debemos comer, qué tipo de ejercicio físico realizar o cómo podemos vivir una vida saludable parecen cambiar constantemente de respuestas debido a las modas, las ideologías o los medios de comunicación. Tanto en el campo de la salud en general como en el de la nutrición en particular parecemos vivir en un mundo orwelliano. El pescado graso era el demonio de ayer y el salvador de hoy, los huevos unos días matan y otros curan, hoy se lleva correr hasta la extenuación, mañana sólo los ejercicios suaves y la meditación. Los tabúes de ayer parecen ser las verdades de hoy, y viceversa. Y si los propios médicos e investigadores parecen cambiar de ideas con la rapidez de la luz, ¿qué podemos esperar del gran público? Gran parte de esta confusión se debe a que hemos perdido de vista las preguntas esenciales, y hemos olvidado el origen de las cosas.

Consideremos por un momento lo siguiente. Nuestros ancestros cazadores-recolectores del paleolítico eran tan o más altos que los ciudadanos europeos y norteamericanos de hoy. No tenían caries, ni acné, tampoco malformaciones óseas –como la maloclusión dental– comunes en la malnutrición. Lo mismo sucede con la diabetes, la enfermedad cardiovascular o el cáncer. Sin disponer de atención sanitaria, tenían tasas notablemente bajas de mortalidad infantil, y más del 10% vivía hasta los sesenta años. No sólo eran más fuertes y robustos muscularmente, sino que también eran más veloces. El hombre paleolítico sería hoy un atleta de triatlón.

Decía el genetista ruso Theodosius Dobzhansky en un famoso ensayo publicado en 1973 que nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución. No se trata de superar nuestras limitaciones genéticas individuales, sino de sacar el máximo potencial a nuestra carga genética. Para ello debemos en muchos sentidos plantearnos aquellas preguntas esenciales y recuperar en muchos otros nuestros orígenes.

  1. Consumir vegetales y productos animales: Las mejores fuentes de proteína para el ser humano son la carne, el pescado, los huevos y probablemente también la proteína del suero de leche. No olvidemos que todos nuestros huesos, nuestra piel, nuestros órganos, etc. están hechos de proteína. La deficiencia de proteína es frecuente en el vegetarianismo y en parte puede que explique el debilitamiento que produce en tantas personas abandonar por completo todo producto animal. Debemos consumir productos animales lo más naturales posibles, sin estar hormonados, aún mejor de ganadería ecológica, e idealmente alimentados por pastos. Quizás para muchos es una sorpresa saber que el ganado alimentado con pastos contiene Omega 3, un nutriente esencial del que seguimos careciendo en las dietas modernas. Consideremos los vegetales como los sustitutos tradicionales de los modernos cereales, y consumamos algunas frutas preferentemente de reducido nivel glucémico como manzanas, frutas del bosque, pomelos o alguna naranja o pera.
  2. Evitar alimentos modernos (cereales, azúcar, margarinas, harinas, aceites vegetales...): Si una pista de 100 metros lisos representara toda la línea del tiempo del ser humano sobre la Tierra, tendríamos que recorrer algo más de 99 metros para alcanzar el momento de la revolución agrícola. En una de las obras más destacadas de antropología nutricional de los primeros 80, podemos encontrar la comparación de una población agrícola hace 500 años con una cazadora-recolectora hace 5.000 años, ambas en la región del Ohio actual. ¿Cuáles son las conclusiones? Los agricultores de hace 500 años tenían 7 caries por persona, los cazadores-recolectores una o ninguna. Sólo los primeros tenían deficiencia de proteína, calcio o hierro, y sufrían de una menor esperanza de vida y mayor mortalidad infantil. La ciencia antropológica actual establece que se produjo una reducción de estatura y capacidades físicas y de salud con el advenimiento de la revolución agrícola neolítica. La idea de que el hombre paleolítico fuera vegetariano es un falso mito recreado por el vegetarianismo, ya en los 70 refutado por el profesor de antropología el Dr. H. Leon Abrams de la Universidad de Georgia.
  3. Caminar con frecuencia y levantar algo pesado y esprintar de vez en cuando: Aunque parece que lo que se lleva más en cuanto al ejercicio físico es correr hasta la extenuación, en realidad nuestros antepasados no hacían tal cosa. Además, este tipo de ejercicio aeróbico tan intenso suele comprometer nuestra masa muscular y en muchos casos comporta perjuicios como el que inflige a nuestras articulaciones. Y recordemos que por sudar más no vamos a adelgazar más. Sin embargo, el ejercicio cardiovascular suave como caminar conlleva múltiples beneficios. Si se desea acabar energizado en lugar de exhausto, elige un cardiovascular suave. También nuestros antepasados levantaban pesos; el ejercicio anaeróbico o muscular en muchos sentidos es una estrategia antienvejecimiento hormonalmente hablando y es un potente refuerzo para nuestro sistema inmunitario. Lo ideal es levantar ocasionalmente peso que realmente estrese a nuestros músculos pero durante un tiempo muy breve, no prolongado. Semejante sucede con los esprints. Piensa en los fornidos corredores de 100 metros lisos frente extremadamente delgados corredores de fondo. El hombre paleolítico era el primero, no el segundo.
  4. Dormir lo suficiente: Y además de modo adecuado. Si tuviera que resumir las normas de un sueño óptimo diría que tiene que ser en un horario regular, durante la noche –no el día–, no menos de siete horas diarias pero no mucho más de nueve, en una habitación sin luz y con el mínimo de aparatos electrónicos. Y por supuesto en un buen colchón, donde pasamos la tercera parte de nuestra existencia. Los expertos en sueño creen, además, que es importante reducir la luz de la habitación donde se esté la media hora antes de dormir. Una ventaja de nuestros antepasados es que no tenían luz eléctrica con la que distraer los ritmos de nuestra hormona del sueño, la melatonina.
  5. Tomar algo de Sol: Especialmente en primavera y verano. La razón es que éste es el Sol más eficiente en generar vitamina D, sobre todo en las horas centrales del día. La vitamina D juega un papel muy importante en la evolución. Hay científicos que sostienen que la falta de vitamina D puede que fuera una causa destacada de la extinción de los dinosaurios. Más que probablemente el hombre paleolítico no habría alcanzado todo su potencial si hubiera sido fotofóbico. Cómo se pasó de los años 30 a los 80 del siglo pasado a recomendar tomar el Sol a recomendar evitarlo por completo figura entre uno de los cambios más radicales de las autoridades públicas de salud en la era moderna.
  6. Jugar, desarrollar el cerebro y vivir en comunidad: El Dr. Lorraine Peniston sostiene que el juego mejora nuestra independencia, nuestro sentido del humor, aporta más adaptabilidad y creatividad y mejora la calidad de vida. Obviamente no me refiero a jugar a videoconsolas sino a juegos mucho más tradicionales. Muchos de ellos implican coordinación en equipo, lo cual redunda en reforzar los lazos de la comunidad. Precisamente todos los expertos de la longevidad han remarcado la importancia de la integración de los individuos en comunidad en todas las poblaciones longevas. Muchos juegos, individuales o en equipo, desarrollan el cerebro. Motivarnos con metas, dar márgenes a la prueba y error a nuestros hijos y retarnos a hacer algo nuevo por nosotros mismos fortalece la naturaleza humana.

Vivir de acuerdo a nuestros genes no significa volver al pasado y abandonar por completo la moderna civilización. Significa recuperar estilos de vida tradicionales que dejaron una profunda impronta en nuestro carácter y naturaleza como humanos. La sabiduría reside en combinar dichos valores y estilos tradicionales con los avances de la civilización. Lejos de cualquier añoranza de tiempos pasados, se trata de estrategias probadas y demostradas científicamente. ¿Cómo y por qué los seres humanos vivimos sobre la Tierra? ¿Cuál es nuestra naturaleza? Como diría la filósofa Ayn Rand, nada hay más irracional que traicionar nuestra propia naturaleza. Observarla y seguirla es ineludiblemente parte de la ruta hacia una salud superior y, en el camino, también hacia un mundo mejor.

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