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Agapito Maestre

De la democracia a la dictadura

Nuestra democracia siempre fue un simulacro, pero ahora es un esperpento.

Estoy harto de oír la expresión “vamos a un cambio de régimen”. El cambio de régimen se dio hace tiempo sin que los españoles, como casi siempre en nuestros dos últimos siglos, supiéramos enfrentarnos a esa coyuntura histórica. Perdimos sin inmutarnos y acaso sin darnos cuenta la posibilidad de haber construido una sociedad civil desarrollada. Nuestro tiempo de libertad y de provechosa convivencia civil y política, por desgracia, pasó. Porque no tuvimos sentido crítico de esa coyuntura, precisamente, hoy no tenemos un sentido democrático. Es, pues, historia la democracia degradada, bautizada en los años noventa por Jiménez Losantos con la expresión dictadura silenciosa: “La democracia española se ha convertido en una dictadura silenciosa, en un régimen autoritario matizado por la corrupción”. También es historia el protagonista, el heredero principal de Franco, con el título de “César visionario”, que fue el sobrenombre dado por José Luis Gutiérrez y Amando de Miguel a Felipe González, el gobernante que más años ha ejercido su autoridad, no exenta de autoritarismo, en España.

Esa historia trágica de la “dictadura silenciosa” y los gobernantes, sin duda alguna, autoritarios que hemos padecido los españoles marca a fuego y sangre los fundamentos de la actual dictadura impuesta por Sánchez-Iglesias. La cosa, pues, viene de lejos. Dejemos de lado, definitivamente, el tópico “vamos a un cambio de régimen”. Reconózcase lo obvio: vivimos en una dictadura. Los pocos editores críticos con el actual Gobierno tendrán que tomarse en serio el asunto, porque si persisten en hablar del “futuro régimen dictatorial” corren el riesgo de que alguien les acuse de colaboradores cínicos del actual Gobierno autoritario de Sánchez-Iglesias. Critiquemos el presente dictatorial y dejémonos de mandangas sobre el futuro. Y recordemos que, antes como ahora, el silencio cobarde y ridículo de las castas políticas y periodísticas, espejo deformado de una sociedad autoritaria, ha sido el instrumento decisivo para simular que vivimos en democracia.

Por eso, insisto, no repitamos con torpeza y jindama la expresión “vamos a un cambio de régimen”. Estamos soportando, hace demasiado tiempo, un régimen político plagado de prácticas totalitarias que ha devenido, finalmente, una dictadura lisa y llana. Ya no se cumplen ni las formalidades. La arbitrariedad define todas las acciones de Sánchez-Iglesias; se aprueban de modo simulado, por poner solo un ejemplo, los Presupuestos Generales del Estado sin siquiera pasar por el Consejo de Ministros y menos todavía por el Congreso. Y, lo que es aún peor, los pocos agentes críticos del régimen dictatorial no podemos dejar de analizar los pactos entre el Gobierno y la otrora llamada Oposición, el PP, como si se tratara de pactos entre facinerosos o forajidos, en fin, entre bandas mafiosas que luchan por imponer sus reales en determinados territorios. Terrible.

Ningún español decente, o sea libre, y no acobardado debería dejar de dar testimonio de las presiones, agresiones y persecuciones recibidas de la casta política socialista y pepera de los últimos cuarenta años… Esta dictadura oculta un tongo, un apaño, insoportable para cualquier individuo con un mínimo sentido crítico, del que los españoles en general no han dado jamás muchas muestras en la historia. Así las cosas, sospecho que el día menos pensado estos tipos del Gobierno, con el beneplácito de la Oposición, dinamitarán la Cruz del Valle de los Caídos y el Arco de la Victoria de la Moncloa, mientras los editores críticos seguirán balbuceando “vamos al cambio de régimen”. Nuestra democracia siempre fue un simulacro, pero ahora es un esperpento, y es que a los españoles, especialmente a sus elites, les va la marcha esclavista: frustración-agresión y vuelta a empezar.

En España

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