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Agapito Maestre

La ficción de la libertad

Si este acto montado por la Fundación San Pablo-CEU muere en su propia representación, habrá contribuido junto a otras ficciones similares a la falsificación de la libertad. De la democracia.

Todo acto público a favor de la libertad de expresión tiene sentido en sí mismo. Es un acontecimiento emancipador. Ejemplar fue el organizado por la Fundación San Pablo-CEU, el pasado lunes, para apoyar a los medios de comunicación reprimidos por el Comité Audiovisual de la Generalidad de Cataluña. "Más y mejor democracia" fueron las palabras más repetidas por los participantes. "Más y mejor democracia" fue el grito de ánimo que surgió de ese foro público. "Más y mejor democracia" fue la expresión, la voz de la conciencia, que acompañará durante mucho tiempo a los que allí nos congregamos. Y, sin embargo, tengo que reconocer que la situación política de España es hoy tan desvaída y fragmentada, tan oscura y decadente, que todo acto a favor de libertad corre un riesgo. Un perverso y estético riesgo. Aquí lo dejo escrito; pero no sin advertir que antes lo traté de transmitir, de viva voz, a esa modélica asamblea. Es otra forma de hablar del enigma de la libertad.

El ataque a la libertad de expresión, a la libertad, llevado a cabo por la Generalidad de Cataluña contra los grupos editoriales, que persisten en defender los principios de la Constitución de 1978, especialmente la defensa del castellano como lengua común de la nación, es la muestra de una derrota más amplia y profunda. El análisis de ese asalto a la libertad es sólo una manera de comprender subjetiva, interesada y pasionalmente la agonía de España como nación. La libertad ciudadana, esa que emana de la nación española, muere sin que nadie en el Parlamento o en las instituciones controladas por los partidos lo remedie.

Sólo cabe, pues, agarrarse a la esperanza, o mejor, a la creencia de que la esperanza rescatada de la fatalidad, como dijera María Zambrano, es la libertad verdadera, realizada, viviente. El rescate, sin embargo, que hoy, aquí y ahora, hacemos de esa esperanza es ficticio. Nadie se engañe. Hoy por hoy, en España, no existe tal esperanza. Aquí estamos o para hacer la elegía de España o para consolarnos unos a otros. Este nuevo atropello del socialismo y el nacionalismo contra la libertad sólo nos sirve para mirarnos compasivamente y repetirnos: otra vez hemos sido vencidos. Entonamos palinodias, escribimos textos, protestamos, sí, para darnos ánimos unos a otros e incluso conseguimos ponernos de acuerdo para hallar una fecha que vuelva a reunirnos para seguir protestando. Evadiéndonos.

Pero, en realidad, esto es un funeral para sobrevivir. Acaso un placebo para retirarnos a lo privado con la conciencia un poco más sosegada: "Yo hice lo que pude", decimos entre nosotros. Mentira. Quizá lo hayamos intentado, pero, en verdad, no hemos llevado a cabo ninguna acción inteligente, porque esto, España, ha sido convertido en un pudridero, una montaña de inmoralidades, por la casta política, las "elites" intelectuales y la llamada "sociedad civil". No hay, pues, soluciones a la vista, porque nos negamos, o peor, no queremos vivir la tragedia que sufren, sufrimos, millones de españoles. En verdad, no queremos reconocer que vivimos instalados sobre unas ruinas.

Yo no puedo, quizá no sé, decir más. No me conformo, naturalmente, con levantar acta de la derrota, pero, de momento, es suficiente. Espero que la poesía logre, algún día, transmitirnos, aunque sea ambiguamente, el sentido de esas ruinas. No descarto tampoco que aparezca una novela que consiga copiar la ambigüedad de lo humano, de lo más humano, de los españoles: la ruina de su nación. Por desgracia, esos antídotos al veneno del nacionalismo no existen. Sin poesía y sin novela, sin verso y sin narración, vivo este acto organizado por la Fundación San Pablo-CEU, estos testimonios a favor de la libertad de expresión, como un ritual más de la estética de la ruina española. Sobrepuestos unos a otros, nuestros discursos, todas nuestras palabras, corren el riesgo de morir en su propia representación.

Quizá cantamos nuestra decadencia, nuestra ruina, para compadecernos de nosotros mismos. Conllevarnos. Preferimos antes el lamento de las palabras, aunque sean altisonantes, que la acción en la historia, el discurso vacío que la vida política real. Arrastrados, o peor, sepultados, entre la grandeza evanescente de quienes nos han precedido en el uso de la palabra y la expectativa que abre el próximo orador, nuestros discursos y testimonios mueren ordenados, apilados en fosas comunes, como los cadáveres en una guerra cruel.

Concluyo: Si este acto montado por la Fundación San Pablo-CEU muere en su propia representación, habrá contribuido junto a otras ficciones similares a la falsificación de la libertad. De la democracia. Si este acontecimiento no mueve a la acción política, a la movilización permanente contra los enemigos de la libertad, es decir, al combate continuo contra el nacionalismo y el socialismo en el poder, entonces estaremos contribuyendo a su perpetuación. Estaremos nutriendo de modo cínico y cobarde al monstruo sobre el que está montado nuestro "estaribel político", a saber, los españoles tenemos una vida política real. Una genuina democracia. Falso.

En España, a pesar de lo que diga la casta de los políticos, sólo existe una mala ficción de la democracia, a saber, cada x años celebramos elecciones, pero después todo ese espíritu público muere arruinado por las cúpulas de los partidos, llamados nacionales, que ha preferido terminar con la nación española antes que cuestionar sus intereses propios.

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