Los esquemas mentales de estos guardianes ateos y librepensadores de la ortodoxia políticamente correcta (¡menudo oxímoron concatenado!) son idénticos a los de los soplones que apelaban al Santo Oficio para que incinerara a los ateos, librepensadores y herejes; a los de los soplones que apelaban a la Gestapo y al KGB para que liquidara a los disidentes; y a los de los soplones que apelan a los jueces de la sharia para que lapiden a los blasfemos. Los librepensadores en cuestión me traen a la memoria unos versos cuyo autor desconozco pero que siempre atesoré como antídoto contra la tentación de convertir la tolerancia en dogma intolerante:
El pensamiento libre
Defiendo de viva voz
Y muera quien no piense
Igual que pienso yo.
Esta es la tercera vez que debo reivindicar en Libertad Digital mi condición de ateo, y ahora también la de librepensador, pero no puedo callarme en vista de la vergüenza ajena que me producen estos impostores que, renegando de la tradición humanista, racionalista y tolerante de la Ilustración, abrazan su versión degenerada que se encarnó en los regímenes monolíticamente ateos, pero inhumana e irracionalmente sanguinarios y despóticos, que fermentaron en el caldo del marxismo-leninismo. Por eso no es extraño ver en el manifiesto antipapal a dos partidos comunistas junto a un variopinto conglomerado de sellos de goma radicales o nihilistas.
Una sociedad de ateos
El ilustre e ilustrado Voltaire dedicó una entrada erudita a los términos "Ateo, ateísmo", en su Diccionario filosófico. En ella se lee:
En otro tiempo cualquiera que poseyese el secreto de un arte corría el peligro de pasar por brujo; toda nueva secta era acusada de degollar niños en sus misterios; y todo filósofo que se separaba de la jerga de la escuela era acusado de ateísmo por los fanáticos y por los bribones, y condenado por los necios. (...) Parece, pues, que Bayle debería examinar mejor qué es más peligroso, el fanatismo o el ateísmo. El fanatismo es mil veces más funesto; porque el ateísmo no inspira ninguna pasión sanguinaria, y el fanatismo sí la inspira; el ateísmo no se opone al crimen, pero el fanatismo lo comete.
Puesto que Voltaire conocía la naturaleza humana mucho mejor que sus falsos discípulos actuales, también advirtió:
¿En qué sentido una sociedad de ateos resulta imposible? En cuanto que se juzga que los hombres, que no tuvieran un freno, no podrían jamás vivir juntos; que las leyes no pueden nada contra los crímenes secretos; que hace falta un Dios vengador que castigue en este mundo o en el otro a los malos que escapan de la justicia humana (...) En una ciudad civilizada, es infinitamente más útil tener una religión, incluso mala, que no tener ninguna.
Y también fue un visionario que previó la aparición de los Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Pol Pot, Castro y otros déspotas ateos porque añadió:
No me gustaría tener que vérmelas con un príncipe ateo, que estuviera interesado en machacarme en un mortero: con toda seguridad me machacaría. No me gustaría, si fuera soberano, tener que vérmelas con cortesanos ateos, interesados en envenenarme: por si acaso tomaría todos los días un antídoto
Las nuevas religiones
Otro ilustre ilustrado, Bertrand Russell, escribió un largo ensayo sobre El valor del librepensamiento (en Sobre Dios y la religión) que los antipapistas viscerales no sabrían masticar y mucho menos digerir. He aquí algunos fragmentos:
"Librepensamiento" significa pensar libremente, por lo menos tan libremente como le es posible a un ser humano. (...) ¿De qué está libre el pensador? Para ser digno de ese nombre debe estar libre de dos cosas: la fuerza de la tradición y la tiranía de sus propias pasiones. Nadie está totalmente libre de ambas cosas, pero en la medida que un hombre puede emanciparse merece ser llamado librepensador (...) La libertad que busca el librepensador no es la libertad total de la anarquía, sino libertad dentro de la ley intelectual. No se inclinará ante la autoridad de otros ni cederá a sus propios deseos, sino que se someterá a la evidencia. Si se le demuestra que está equivocado cambiará de opinión; si se le facilita un nuevo hecho, abandonará, si es necesario, incluso sus teorías más preciadas. Eso no es para él una esclavitud, dado que tiene el deseo de saber, no de entregarse a caprichosas fantasías (...) Y no aceptará como conocimiento verdadero la moneda falsa que tan a menudo se ofrece con todo el aparato de la autoridad.
Es significativo que Russell confirme, al cabo de casi dos siglos, la advertencia que dejó implícita Voltaire:
La ortodoxia cristiana ya no es el principal peligro para el librepensamiento. En nuestros días el mayor peligro procede de las nuevas religiones, del comunismo y el nazismo. Es posible que tanto los amigos como los enemigos de estos movimientos políticos consideren inapropiado que les llame religiones, pero lo cierto es que tienen todas las características de una religión: defienden una determinada forma de vida sobre la base de unos dogmas irracionales; tienen una historia sagrada, un Mesías y un cuerpo sacerdotal (...) De acuerdo con la doctrina comunista, el mundo se desarrolla según un plan denominado materialismo dialéctico, descubierto inicialmente por Karl Marx, encarnado en la práctica de un gran estado por Lenin y ahora interpretado a diario por una iglesia cuyo papa es Stalin. A quienes disienten del papa, con respecto a la doctrina o el gobierno de la Iglesia, hay que liquidarles si es posible; en caso contrario, es preciso embaucarles. Siempre que se tenga poder para hacerlo, hay que impedir el debate libre; la revelación será interpretada, sin discusión, no mediante un debate democrático, sino por el dictamen de los dignatarios eclesiásticos (...) Si esta doctrina y esta organización prevalecen, la libre indagación será tan imposible como lo fue en la Edad Media, y el mundo caerá de nuevo en el fanatismo y el oscurantismo.
Antología de falacias
Los argumentos que emplearon los fóbicos y los frívolos para dar un aire de racionalidad a la campaña contra la acogida que las autoridades políticas brindaron a Benedicto XVI podrían compilarse en una antología de falacias. Hubo quienes la describieron como un atentado contra el principio constitucional de aconfesionalidad del Estado. Cuando el Papa visitó Barcelona en el 2010 ya afloró este alegato, que Francesc de Carreras, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona, rebatió con rigor académico:
El artículo 16.3 de la Constitución establece que "ninguna confesión tendrá carácter estatal". Pero a renglón seguido añade que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones". Por tanto –prosigue el profesor De Carreras–, el Estado es laico –o no confesional, no veo diferencias de fondo–, pero debe tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, en especial la religión católica, y a tal efecto mantener relaciones de cooperación con las distintas confesiones de forma proporcionada a su significación social. Dado que la religión católica es, con enorme diferencia, la más numerosa, las autoridades se han comportado de acuerdo con este mandato constitucional.
Basta consultar un mapa de España o el callejero de cualquier ciudad española para comprobar que los nombres de connotación católica proliferan por todas partes, y supongo que ni a los más obtusos devotos de Buenaventura Durruti se les ocurrirá imitar la demencial campaña que emprendieron los anarquistas durante la Guerra Civil para cambiar esos nombres por otros con simbolismo revolucionario. ¿Nuestros fóbicos y frívolos no acudirán a la Cruz Roja mientras ésta se llame así y no Estrella Roja?
Mucho más endeble, si cabe, es el argumento de que Benedicto XVI se inmiscuye, con sus opiniones y consejos, en la vida de un país soberano. Afirmar esto, en momentos en que el presidente de Estados Unidos, la canciller alemana y el primer ministro chino arrancan imperiosamente de su catatonia al inquilino de la Moncloa y le ordenan por teléfono lo que debe hacer para encauzar la economía, es un cachondeo o un acto reflejo de defensa contra la deprimente realidad.
Confianza en Cáritas
Queda, finalmente, la consigna "Con mis impuestos, no", encaminada a deslucir la visita del Papa. Me parece mezquino entrar a discutir si este evento dejó pérdidas o ganancias. Mis preocupaciones van por otro lado, aunque mis magros ingresos de jubilado me eximan de pagar impuestos. Pero sí me preocupa que de los impuestos que pagan mis conciudadanos se destinaran, en el 2010, 7.419.979 euros de subvenciones a CCOO; 7.301.383 euros a la UGT; 213.818 euros al sindicato abertzale LAB; y 2.083.314 euros a la CEOE. También me inquieta que la Fundación Española para la Cooperación Solidaridad Internacional, privilegiada ONG que creció bajo el ala de Leire Pajín, haya recibido 29.881.595 euros del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación para el periodo 2010-2013. Esto sin contar las ingentes sumas que se dilapidan tanto en las embajadas que la Generalitat de Cataluña distribuye por el mundo como en las organizaciones secesionistas que trabajan por la balcanización de España.
Todo esto mientras Cáritas, que padece, entre los antipapa maniqueístas, el estigma de ser una institución católica, asistió en el 2010 a 950.000 personas, más del doble que hace tres años. Y para más inri, el 67 % de los demandantes de ayuda fueron derivados a Cáritas por los servicios sociales de los ayuntamientos, que estaban desbordados. Así se explica, también, por qué, según la empresa de sondeos Metroscopía, Cáritas obtiene un índice de confianza 6,8 contra el 3,3 de los sindicatos; el 3,1 de los obispos; el 3 del actual Gobierno del Estado; el 2,8 de los partidos políticos y el 2,6 de los políticos.
Problemas de primera magnitud
Volvamos ahora, con reforzada vergüenza ajena, a la pretensión de que la Fiscalía General del Estado vigilara las declaraciones del Papa y de las organizaciones de la Iglesia. Los soplones de la Unión de Ateos y Pseudolibrepensadores deben de sentirse unidos por vínculos emocionales muy estrechos a los terroristas etarras y yihadistas si se prestan a la abyecta maniobra de distraer, con falsos señuelos, la atención de los organismos encargados de reprimir los delitos de los auténticos enemigos de nuestra sociedad.
Bildu, fachada legal de ETA, domina municipios vascos desde los que practica la apología de la barbarie y de los bárbaros, y su máximo representante institucional, el diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, ocupó la tribuna de la Universitat Catalana de Estiu, semillero de secesionistas, para congraciarse con éstos mediante el argumento de que ETA había cometido "más que un error" al atentar en Cataluña, "en un momento en que la sociedad vasca había recibido mucho apoyo de los catalanes". Ipso facto un dirigente de Solidaritat Catalana per la Independencia defendió la "no disolución de ETA" ante la posible llegada del PP al Gobierno.
Y la prensa informa que "el auge del yihadismo en Cataluña provoca la mayor concentración de agentes secretos desde la II Guerra Mundial". Al Centro Nacional de Inteligencia español se suman los servicios de inteligencia de todos los países, grandes y pequeños, que tienen problemas con el terrorismo islámico.
Es evidente que la Fiscalía General del Estado y las fuerzas de seguridad tienen en su agenda problemas de primera magnitud, que guardan relación con la vida de todos los españoles, por lo cual no figura entre sus deberes el convertirse en un Santo Oficio custodio de la corrección política y censor del discurso papal.