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Amando de Miguel

El declive de la imaginación política

La repulsa de la voz 'España' es otra característica de una gran parte de los españoles, por increíble que pueda parecer.

En la secular historia política europea, cada fase se caracteriza por la introducción de nuevas palabras. Sirven para entusiasmar al pueblo y dar sentido a las ideologías. En el siglo XVI prendió la voz reforma en una parte de Europa. Su origen fue religioso, pero significó el desmembramiento del Sacro Romano Imperio. Enseguida se acuñó contrarreforma, por parte de los católicos, singularmente los españoles. Estuvimos un siglo los europeos matándonos con delectación.

A mediados del siglo XIX la palabra que movilizó las revoluciones burguesas fue progreso. Era la consecuencia de la idea darwiniana de evolución. Se entendía como industrialización, apertura democrática, en algunos casos movimientos obreros.

En la España de finales del siglo XIX se impuso el regeneracionismo, que impulsó las primeras leyes sociales. Andando el tiempo, esa semilla fructificó con el llamado Estado de Bienestar. Fue realmente un fenómeno que se extendió por toda Europa a partir de la II Guerra Mundial.

En los amenes del franquismo se impuso el término consenso, traído quizá de la sociología funcionalista. Con esa voz se hizo la Transición democrática, y con notable éxito. La llevó a cabo la generación más honrada de la historia de España. Alguna vez se reconocerá, aunque yo no lo veré.

Llegados ahora a la actualidad, lo que, por no tener todavía nombre, denominamos "segunda Transición", la palabra de moda es transversal. Me parece una sinsorgada, pues no se sabe lo que significa. La falta de imaginación léxica se rellena con la repetición cansina de los viejos términos: reforma, progreso, regeneración, consenso, Estado de Bienestar. Carecen de fuerza. Son cantos rodados de la historia. No emocionan a nadie. ¿Por qué repetir y no innovar? Porque a estos políticos de ahora les faltan lecturas.

Puede que lo transversal sea la coincidencia de todos los partidos en algunos principios, o mejor, modos de actuar. El más sobresaliente es el acuerdo tácito de que hay que aumentar el gasto público, incluso con la creación de nuevos organismos. Se presume que tal decisión ayuda a crear puestos de trabajo. Es un tremendo dislate, pero se sostiene porque, con más gasto público, se acumula más poder. El cual se ejerce muchas veces para favorecer a familiares, amigos y conmilitones de los que mandan. Aunque pueda parecer mentira, vuelven las oligarquías, especialmente (esto es lo nuevo) dentro de la izquierda. Pero como al mismo tiempo los Gobiernos (obedientes a la Unión Europea) se ven obligados a reducir el oneroso déficit público, el resultado inevitable es subir más los impuestos. Los cuales afectan sobre todo a la sufrida clase media, es decir, el grueso de la población. Ahora nos llaman paganos (un retruécano para aludir a los que pagan), como antes eran pecheros. La Historia se repite como farsa.

No solo se percibe una decadencia de la imaginación política para acuñar nuevas palabras. Al mismo tiempo se produce el rechazo de algunos términos que han dado buen juego en el pasado. Por ejemplo, pueblo (sustituido penosamente por ciudadanía) o nación (sustituida por "este país" o "el conjunto de los territorios"). La repulsa de la voz España es otra característica de una gran parte de los españoles, por increíble que pueda parecer. La verdad es que somos un tanto raros.

En España

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