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Amando de Miguel

El lenguaje simplemente correcto

Muchas veces nos alteramos con las palabras mal dichas. Puede que el error esté en poner las cosas fuera de su contexto o en la repetición cansina.

Muchas veces nos solazamos o nos alteramos con las frases o las palabras mal dichas. Puede que el error esté en poner las cosas fuera de su contexto o incluso en la repetición cansina. Fermín Sánchez de Medina se queja de mi crítica a la expresión "niego la mayor", que tantas veces repiten los tertulianos. Tiene razón mi comunicante. "Negar la mayor" es simplemente oponerse a la premisa fundamental de un argumento. No me quejo de que se utilice en ese correcto sentido, sino que se utilice como una muletilla retórica para interrumpir el razonamiento del contrario. Me cansa sobre todo la reiteración. Parece más engolado y más culto decir "niego la mayor" que "no estoy de acuerdo", pero las más de las veces la primera locución resulta afectada. Razona don Fermín la confusión que se establece con la acción de "estar al mando". "¿Las tropas están al mando del general o el general al mando de las tropas?". Creo que es lo segundo. Las tropas estarán bajo el mando del general. Bueno, ahora ya no hay tropas; hay "efectivos". A veces suman los soldados y los vehículos.

Luis Bayo (Guatemala) recuerda que siempre se ha dicho "facha" (= apariencia, traza, aspecto) con un sentido suavemente despectivo. Pero en la época franquista empezó a circular como un insulto, un acortamiento de "fascista". Juan Luis Luna advierte que ese insulto se dirige generalmente contra personas que nada tienen que ver con la ultraderecha. Añado que muchas veces quienes insultan de esa manera manifiestan una mentalidad próxima al autoritarismo fascista. Es un caso curioso de proyección.

Emilio Castellote señala, con muy buen acuerdo, que una cosa es emplear mal las palabras por falta de instrucción y otra muy distinta hacerlo por "mimetismo político, progresía mal entendida y oportunismo con el fin de confundir al respetable". Efectivamente, a eso último se refiere la crítica que se hace aquí al politiqués y sus ramificaciones.

Tampoco hay que confundir la innovación de palabras con su deliberado mal uso. No siempre es fácil de distinguir esos dos planos. Por ejemplo, Lorenzo Martínez Gómez me señala que ahora se emplea mucho lo de "dar misa" en lugar de "decir misa". Francamente, no se me alcanza la nueva preferencia. Quizá sea una consecuencia de la otra acción de "dar la comunión" que se hace en la misa.

No pensemos siempre en el politiqués. Hay ocasiones en que las personas instruidas simplemente desbarran. Jesús Lainz me envía dos sentencias judiciales. En una de ellas el juez se refiere al marido la hija del encausado como el "hierno". En otra se habla de la "autoxia" que se ha hecho a un cadáver. Son verdaderos hallazgos. A este respecto, recuerdo que una vez tramité no sé qué asunto en un juzgado. El juez me tomó declaración y me pasó el escrito para que lo firmara. Lo leí y comenté al juez: "Señoría, esto no lo puedo firmar". El juez me miró atónito por encima de las gafas. Añadí humilde: "Está lleno de faltas de ortografía". Estuve a punto de ser procesado por desacato.

Hay veces en que determinadas palabras cultas se ponen de moda y se repiten con pocos miramientos. Por ejemplo, "la casta política" para referirse a los políticos españoles actuales. No me parece un término apropiado. Ni siquiera lo es el de "clase política" (de ascendencia fascista). En la casta hay un elemento racial o de estirpe, en definitiva de herencia, al que se añade la exclusión de los de fuera. No veo que ese término defina al conjunto de los políticos. Pero pueden más los usos que los razonamientos. 

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