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Amando de Miguel

El triunfalismo que todo lo tapa

Es asombrosa la capacidad que tienen los españoles de hacer suyas las prédicas triunfalistas del Gobierno.

El triunfalismo es un rasgo muy característico de la política española de nuestro tiempo. Equivale a la exaltación, bien difundida, de los proyectos y los logros de los que mandan, especialmente los gobernantes. Estamos ante la apoteosis de la propaganda, la que pide una propina de afecto a la población por la buena noticia que transmite el poder. Estas eran las albricias en las costumbres de los moros españoles, que había que darlas de forma ostentosa. Así pues, el triunfalismo exige la contraprestación de la sumisión al poder, que a veces se presenta como espontánea y sincera; en otras ocasiones se traduce como servil.

Durante la guerra civil de 1936 (la que llamamos "nuestra guerra"), los nacionales empezaron a etiquetar anticipadamente el año 1937 como "primer año triunfal". Luego vino el segundo y el tercero. Mayor triunfalismo no cabe al anticipar la victoria en medio de crudelísima contienda. Era el signo de la propaganda, que entonces se había elevado en el bando nacional a la dignidad de una dirección general. El origen de la expresión se sitúa en la Iglesia Católica, cuyas misiones se comprendieron como la propaganda fide.

La moderna propaganda política, sistemática y masiva, fue una de las creaciones de los regímenes totalitarios (fascistas y comunistas). En España se imitaron durante la guerra civil. Fue tan exitoso el experimento que no solo perduró después en la Transición democrática, sino que se refinó hasta extremos de gran finura. Ahora mismo hemos alcanzado cimas nunca soñadas gracias al dominio de las técnicas telemáticas. Nos acercan a la utopía de la obra de George Orwell, 1984.

El triunfalismo se sirve de un eterno mecanismo psicológico que todos practicamos con deleite en la medida de nuestras posibilidades. Es el wishful thinking, la sustitución de la realidad por los deseos. De ilusión también se vive o se malvive.

Lo grave es que, de tanto repetirlas, las proclamas triunfalistas de los que mandan acaban creyéndoselas los mandados. Es asombrosa la capacidad que tienen los españoles hodiernos de hacer suyas las prédicas triunfalistas del Gobierno o de los grupos de influencia, sean empresariales o ideológicos. Es más, las hacen suyas como si fueran cogitaciones personales y espontáneas. Precisamente, lo que se llama mandar en política consiste en lograr esa transferencia de opiniones y sentimientos. Se puede comprobar que las asumen personas que se consideran a sí mismas como críticas o independientes.

Los Gobiernos todos pretenden hacernos creer que su poder se mantiene con los votos potenciales de los diputados en el Congreso. Eso es solo una mínima expresión, la envoltura ritual del proceso que llamamos ‘poder político’. La sustancia está en el amplio convencimiento por parte de la población de que lo que hace y dice el Gobierno es lo correcto. Trasládese el mismo esquema a los grupos de influencia. De ahí que la charnela que une a todos esos sujetos de la camada de los que mandan consista en una propaganda efectiva. Se disfraza muchas veces de información. Asombra el éxito que tiene ese propósito de convencimiento de la opinión pública en el preciso sentido de lo que le conviene a la cofradía de los que mandan. Puede que sean muy heterogéneos, pero el poder une mucho. Para que la propaganda sea creíble conviene que los sujetos que la emiten se presenten con un aire salvífico, benéfico. Los intereses empresariales se defienden muy bien si se disfrazan, por ejemplo, como 'fomento del trabajo'. Los comunistas de hoy venden admirablemente sus propósitos de dominación si aparecen ante el público como 'unidas podemos'.

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