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Amando de Miguel

Juegos de palabras

Qué perversa es la lengua. Teo Marfil discrepa del uso convencional que acompaña al giro “dar la razón”. Argumenta: “Si efectivamente usted tiene la razón, nadie se la tiene que dar, porque la razón ya la tiene. Y si alguien la razón le diere, sin razón se quedaría el donante”. Muy ingenioso, pero no me convence. La razón es como la simpatía, que no por darla a otro disminuye la que uno tiene. Casi se diría que sucede al contrario, que, al dar simpatía a otro, yo me hago más simpático. O también, por el hecho de dar las gracias yo me quedo más agradecido. Por eso está muy bien el acto de “dar la razón”. También puede ser que “razón” funcione aquí como sinónimo de recado o mensaje. Es decir, el que da la razón comunica al otro que se identifica con su argumento. Me gusta mucho el verbo enrazonar de los catalanes, que es como nuestro platicar clásico, ahora conservado por los mexicanos. “Enrazonan” o “platican” los que se lo pasan bien conversando, como nosotros ahora por escrito. Es el placer supremo de los españoles.
 
Los españoles extravertidos necesitan muchas palabras para describir esa afición a comunicarse con otros. Ángel Nieto, de Toledo, me proporciona dos palabras de su tierra para describir a la persona que le gusta mucho salir y divertirse. Son pingo y golitrero. Francamente, las desconozco. Ni siquiera figuran en el completísimo Diccionario de regionalismos de la lengua española de Pablo Grosschmid y Cristina Echegoyen. Incorporados quedan a mi vocabulario. Expresivas sí que son. Algunos lectores me afean mi condescendencia al aceptar nuevos terminachos, vulgarismos y extranjerismos. Yo apelo al “oído” para incorporar palabras o giros que no son comunes. Pero Santiago Pérez Rasgado, psiquiatra, me descubre que lo del “oído” no es un argumento sólido. En su lugar cree advertir que lo hago por el placer de transgredir la norma. Ha dado en el clavo. Copio su consejo, utilísimo: “Si uno no se concede de vez en cuando (sin abusar, con prudencia, eligiendo el campo) pequeñas e inofensivas transgresiones, seguro que es portador de una personalidad rígida”. Añado yo: si uno se empeña en hacer más rígida su personalidad, sufre tontamente. Ahora está claro por qué caer en las pequeñas transgresiones de la norma lingüística. Las palabras sirven para jugar con ellas. Las pobres casi siempre se dejan; solo a veces se vengan.
 
Tanto jugar con las palabras, a veces no me hago entender. Por ejemplo, Ángel García G. me espeta lo siguiente: “El contenido de Libertad Digital es en general ultraconservador, pero su opinión la considero bastante objetiva”. Muchas gracias por su gentileza, pero le advierto que yo no puedo ser muy objetivo, pues ─como razonaba Unamuno─ soy un sujeto, no un objeto. Pretendo ser clarito, sincero y honrado: no tanto objetivo. No sé si conseguiré tales prendas, y eso que no tengo abuela. Me considero más bien liberal-conservador y, por tanto, enemigo de cualquier tipo de extremo, ultra o fanatismo. Creo que los compañeros de Libertad Digital andan por las mismas trochas, aunque aquí cada uno es de su padre y de su madre. Si no, no sería libertad ni digital. Lo de “digital” significa, claro está, que estos escritos no son tales, circulan por el hilo telefónico y aparecen en la ventana del ordenador. Es la taumaturgia de la electrónica. No llego a ser pingo, pero sí ventanero.
 
Rafael Navarro Ruiz se maravilla de la expresión “echar de menos”. En su opinión tendría que ser mejor “hacer de menos”. También suena, pero el “echar de menos” resulta muy familiar. Desde luego, es casi lo contrario de lo que significa normalmente “echar” (tirar, arrojar, etc.). La explicación de tan raro uso es que se trata de un lusismo. En portugués achar de menos es tanto como “encontrar a faltar una persona, la que está ausente”. Es natural que una expresión tan nostálgica provenga del portugués. A los secos castellanos les maravillaría ese sentimiento de sus vecinos lusitanos que “achaban de menos” al que no estaba. Lo lógico es que, al importar el giro se transformara en “echar de menos”. Los catalanes lo expresan de parecida forma a la de los portugueses: trobar a faltar, literalmente “encontrar que falta uno”, la persona a la que se dirige esa cortesía. Un aragonés, por cercanía a Cataluña, quizá diga “te encuentro a faltar”. Pero a un castellano recio ese giro le parece poco. Así que “te echo de menos” cuadra admirablemente.
 

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