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Amando de Miguel

La democracia transida de España

El público valora más las instituciones, que no exigen un funcionamiento democrático, que las, estrictamente, parlamentarias.

Digo “transida” de angustia, por no saber a dónde nos quería llevar la famosa “Transición”, advenida a la muerte de Franco. Por fin, nos acomodamos, de hoz y coz, en un sistema democrático con todas las de la ley. El ideal clásico de democracia es “el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. En la práctica, se ha quedado en “para el pueblo”; y eso, en la más benévola de las interpretaciones. Es decir, se ha cultivado el famoso “Estado de bienestar”, aunque no hemos de olvidar que esa doctrina la importó Franco del Reino Unido. Fue en los comienzos de su reinado, solo que las circunstancias adversas (guerra, autarquía) no dieron lugar a su completo desarrollo. El cual lo remataron los herederos de Franco, esto es, los iniciadores de la Transición democrática. Falló, como digo, un verdadero “gobierno del pueblo y por el pueblo”. En la práctica de la última generación, lo que ha funcionado, a las mil maravillas, es una especie de “oligarquía democrática”, valga el oxímoron. Ha sido la consecuencia de una extraordinaria modernización económica. Hemos comprobado, para nuestro asombro, que el dinero, en grandes cifras, tiende a hacerse invisible y acaba teniendo personalidad. 

Es lógico que, en una democracia, cuente la intervención de los grandes grupos de influencia, al lado de los partidos políticos. Aparte del “Ibex 35”, durante los últimos lustros, los dos grupos de influencia más destacada han sido el feminismo y el ecologismo, ambos en sus formas más radicales y difusas. Son los receptores de las más suculentas subvenciones públicas. Mi predicción es que sería un éxito la instauración de un grupo como “Mujeres por el cambio climático”, o algo parecido.

La degradación democrática se muestra en el nuevo lenguaje de la política. No me da espacio para mayores precisiones. Valga una pequeña ilustración, pero, con consecuencias demoledoras. Es la práctica sustitución de la palabra “España” por la de “Estado”. Empezó siendo una muletilla de los partidos nacionalistas, ahora secesionistas. Con el tiempo, la ha hecho suya el progresismo dominante, que atrae, también, a una parte de los políticos de derechas.

Hay un dato preocupante, repetido en distintas encuestas, a lo largo de todo el tiempo de la Transición. A saber, el público valora más las instituciones, que no exigen un funcionamiento democrático (la Guardia Civil, la Corona), que las, estrictamente, parlamentarias (las Cortes, los Gobiernos).

Así, llegamos a la actualidad. Por si fuera poco, la democracia española se enfrenta con un problema insoluble: la incapacidad de resolver la doble crisis, económica y sanitaria. No cabe el consuelo de que se trata de una hecatombe mundial, ya que, en España, es mucho más grave. No es difícil percatarse de que el país se encuentra patas arriba, desmoralizado. La única continuidad con el pasado inmediato es el fútbol.

El hecho es que la incapacidad de la gestión pública para enfrentarse al doble reto destaca, sobremanera, en la política actual. No es solo una cuestión cuantitativa. Por ejemplo, el desempleo de un gran número de trabajadores y empresarios es un asunto pavoroso, pero, al lado está otro, todavía, más grave: el malempleo. Sencillamente, muchas personas activas desempeñan puestos de trabajo, para los que se encuentran mal preparadas. Se podría aducir, incluso, la ilustración de los componentes del Consejo de Ministros. Es la consecuencia de una vieja cuestión no resuelta: el atraso de nuestro sistema educativo, que se agrava con cada nueva ley de educación. Y ya, hemos despachado más de media docena, en unos pocos años.

Otro problema insoluble, de larga trayectoria histórica, es la constante y creciente presión secesionista de catalanes y vascos. A la cual, se agregan otros nacionalismos de las demás regiones bilingües. La continuidad del Estado español, y, no digamos, de la nación española, sin Cataluña o el País Vasco (con Navarra, claro), es algo, sencillamente, inviable.  Con tales secesiones, España sería otra cosa, algo así como la actual entelequia de Yugoslavia. No es fácil imaginar cómo se podría estructurar una entidad de tal naturaleza.
 

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