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Amando de Miguel

La guerra de los sexos

Con la excepción de Vox, no hay ningún partido que se oponga a la hegemonía del feminismo.

Empleo deliberadamente una expresión antigua, obsoleta, hoy despreciada. En las sociedades actuales, especialmente en las desarrolladas o avanzadas, predomina un nuevo puritanismo laico. Se caracteriza porque ni siquiera se utiliza ya la palabra sexo en su prístina acepción de "condición orgánica por la cual un ser es masculino o femenino". Para no tener que pronunciar la palabra vitanda, se recurre a la más meliflua de género, un término gramatical por el que los nombres y adjetivos suelen tener dos terminaciones, masculina o femenina. El sexo queda hoy relegado al disfrute del aparato genital, a poder ser sin propósitos genésicos. En ese caso se considera encomiable y desplaza otras consideraciones.

Por aquí llegamos a lo que se llama con exaltación "ideología de género", que es la prevalente en nuestros días. Consiste en aceptar como axiomas (no admiten discusión) las ideas del grupo de presión más exitoso de nuestro tiempo: el feminismo. Tanto es así que feminismo pasa por ser admirable, mientras que machismo es relegado como lo más vituperable. Cualquier consideración que se aparte de ese dogma político puede ser castigada como delito de odio. O, en su forma más venial, como un atentado contra lo políticamente correcto, definido así por la propaganda prevalente. Regresamos así a un mundo que creíamos periclitado, en el que se condena la simple expresión del pensamiento, de las ideas. Los grupos establecidos no parecen escandalizarse contra ese asalto de la libertad.

La paradoja es que no se considere punible el principio que ahora se impone en la guerra de los sexos (perdón, en el conflicto de los géneros). A saber, que allí donde exista la sospecha de un acto violento de un varón contra una mujer, el testimonio femenino prevalece sobre el masculino. He aquí otro atentado que queda impune contra la libertad del individuo y la dignidad de la mujer. Ni siquiera se lo considera oficialmente como punible. Es más, la hegemonía feminista lo entiende como encomiable. Hasta ese punto ha degenerado el valor de la igualdad.

Las consecuencias degradantes de la dominación feminista son innúmeras. De ella se desprende, por ejemplo, la reverencia programada y el culto oficial del homosexualismo, extendido ahora a cualquier forma de relación erótica que no sea la tradicional de varón-mujer. De ahí se desprende esa degradación estética y moral que es el orgullo gay, o simplemente el "orgullo", una fiesta y una organización que recibe todo tipo de subvenciones públicas y apoyo de las autoridades y los medios. Naturalmente, se prohíbe todo lo que suponga expresar el orgullo de ser masculino o femenino, y de lo natural y complementario que resultan esos dos polos. Una cosa así caería inmediatamente bajo la tacha de machismo.

Hay más asuntos relacionados con la miseria del feminismo imperante. Por ejemplo, casi nadie duda de que los años de enseñanza obligatoria tengan que realizarse en los centros educativos al efecto. Es decir, se prohíbe que los padres (no sería necesario decir "padres y madres" para evitar el masculino genérico) puedan escolarizar a sus hijos en casa, si es que disponen de medios para ello. O también, se prohíbe que los niños y adolescentes realicen trabajos remunerados; con la curiosa excepción de que tal dedicación sea para anuncios y programas de televisión. Bueno, los niños y adolescentes pueden ser explotados con tal de que eso se haga en los países pobres.

Oponerse a todas esas ideas establecidas que digo es un signo de depravación que se castiga con las leyes y sobre todo con la presión hegemónica del feminismo. Con la excepción de Vox, no hay ningún partido que se oponga a tal hegemonía. De ahí que Vox sea tachado por el Establecimiento de antidemócrata, machista y fascista. Hasta ese punto de degradación política hemos llegado, y lo que falta por ver.

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