Menú
Amando de Miguel

Primores de lo vulgar

El culto de lo vulgar en todos los órdenes se disfraza muy bien con las ideologías de la igualdad, de dar más oportunidad a los de abajo para compensar un poco su situación de partida.

No es nada nuevo, y no me refiero al ensayo de Azorín o al comentario de Ortega y Gasset. La España contemporánea (el último siglo y medio) ha visto muchas veces el enaltecimiento de lo zafio, la excrecencia de lo basto, el elogio de lo chabacano, el culto a lo soez. Es algo que siempre ha manifestado el populacho, contento de serlo para defenderse de sus limitaciones. Es también algo que ha atraído a los señoritos incultos para acallar su mala conciencia de amos.

Lo novedoso de la España actual (la última generación) es que la vulgaridad se cultiva artificialmente, y de forma incluso impostada, por muchas personas que gozan de ribetes de educación superior. Por lo menos son las que presumen de medios materiales para poder pasar con un mínimo de refinamiento. Simplemente, renuncian a ese nivel sin ningún cargo de conciencia.

Para comprobar el diagnóstico que digo, no hay más que asomarse a las producciones recientes del cine o de la televisión, y eso que han gozado de generosas subvenciones oficiales. Tanto es así que a uno le hacen añorar las películas o los programas en blanco y negro.

No se trata de la nostalgia que supone la filigrana esteticista de "cualquier tiempo pasado fue mejor". No creo que fuera hoy satisfactorio manejar la máquina del tiempo de H. G. Wells para trasladarse por un momento a la época de nuestros antepasados cercanos. No podríamos soportar el aire infestado de moscas y otros insectos, presentes también en las mansiones de los potentados. Por cierto, las películas de recreación histórica han sido incapaces de reproducir tal ambiente. En donde se demuestra que la figuración del pasado resulta siempre idealizada.

La actual exaltación de lo vulgar, cultivado sobre todo por las clases acomodadas y hasta ilustradas, es algo más sutil. Les gusta ir de pobres por la vida, al menos parecerlo un poco por la manera de vestir o de hablar, por ciertos gustos y aficiones en donde prima lo gregario.

Se cultivan, sí, ciertas exquisiteces y refinamientos más bien de tipo gastronómico, pero como ostentación para parecer originales (ahora se dice "sofisticados"). Pero, al generalizarse, se nos hacen vulgares de pleno derecho.

Caben siempre alardes excéntricos, pero que pronto se adocenan. Por ejemplo, saturados ya de todas las formas de liberación sexual, lo que priva ahora es enamorarse de uno mismo. Parece la culminación del homosexualismo. Pero se trata de algo tan viejo como el mito de Narciso. Cuyo personaje exige la facultad de prescindir del sentimiento de culpa.

El culto de lo vulgar en todos los órdenes se disfraza muy bien con las ideologías de la igualdad, de dar más oportunidad a los de abajo para compensar un poco su situación de partida. Pero el argumento (ahora se dice "el relato") peca de falaz. Mejor sería igualar por arriba, apreciando un poco más la excelencia. Como es notorio, el sistema educativo actual se halla muy lejos de cultivar tal virtud. No nos extrañemos, pues, de que un político eminente pueda mostrar una tesis doctoral inane que no ha redactado o firmar un libro que ha sido compuesto por otra persona, a la que se le ha regalado un sustancioso cargo público. Aquí tampoco aparece el sentimiento de culpa, un mínimo del cual es necesario para que podamos hablar de civilización o de progreso. Bien es verdad que un exceso de tal sentimiento, como se muestra en una estupenda serie de la televisión danesa ("Algo en que creer"), da lugar a una sociedad descoyuntada, violenta y etílica.

En España

    0
    comentarios