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Amando de Miguel

Trucos retóricos

La gestación de esta última lección ha durado más de cuarenta años, que son los que llevo como profesor. Pero lo maravilloso es que, al discurrir por lo que creía ser la barojiana "última vuelta del camino", se me abren nuevas avenidas intelectuales

El habla de los españoles se distingue por la abundancia de recursos retóricos. Es llamativo, por ejemplo, el tono de voz altisonante en las conversaciones, a lo que se añade el continuo acompañamiento de la gesticulación. En la vida pública se impone la palabra actuación (más ampulosa que "acción"). Por lo mismo se dice que los personajes públicos escenifican su presentación ante el público, es decir, dan forma dramática a sus parlamentos y conductas. Todo ello hace que la vida de relación tenga algo de teatrera, como si los "actores" estuvieran representando una función dramática.

La forma de hablar de los políticos hace resaltar el sentido dramatúrgico que muestra la vida pública. Por ejemplo, se abusa de la "retórica trinitaria", tan clásica, por la que se concede especial fuerza a la concatenación de tres palabras. Recuérdese el famoso recurso de "sangre, sudor y lágrimas", si bien en el original de Churchill era "sangre, fatiga, sudor y lágrimas". Pero, al repetir el recurso, se redujo a los tres elementos dichos.

Por cierto, ese juego trinitario lo practicaron algunos políticos españoles de la época republicana. Por ejemplo, Diego Martínez Barrio, con motivo de los sucesos de Casas Viejas, dijo en las Cortes: "Creo que hay algo peor que un régimen se pierda, y es que ese régimen caiga enlodado, maldecido por la Historia, entre vergüenza, lágrimas y sangre" (1933). José María Gil Robles utilizaba mucho en sus mítines el recurso de "sangre, fango y lágrimas" (1934). Estaba claro que se estaban preparando para la guerra civil.

El ritmo trinitario se observa en la gran ventaja que suelen tener las siglas constituidas por tres letras: ETA, IRA. ONU, PIB, IVA. La ventaja fonética del castellano sobre el inglés en ese aspecto es que las siglas pueden decirse como sustantivos. Por eso mismo, es preferible recurrir al artículo (la ETA, el IRA, la ONU, etc.). Si los relamidos eliminan el artículo en esos casos es por influencia del inglés y en algún caso del vascuence.

El hombre público cultiva mucho más la forma que el contenido de sus discursos. Lo que le importa es la apariencia, quedar bien. Los argumentos son válidos si se exhiben como el jugador de cartas muestra al final las suyas. Por eso se abusa de la expresión "encima de la mesa" para indicar cualquier movimiento en pos del ansiado "diálogo".

Aparte de actuación y escenificación, son muchas las voces del vocabulario de la política práctica que nos llevan al aire dramatúrgico que distingue la vida pública: ámbito, entorno, escenario, espacio, marco, patético. El sentido dramatúrgico del discurso político se acentúa con la moda actual de hablar de forma intencionalmente pausada, entrecortada y repetitiva. Es una manera de hablar que recuerda el tono que tienen los profesores de dictar un texto a los alumnos. Aunque es posible que las modas pedagógicas hayan desterrado la práctica del "dictado".

La mezcla de la obsesión pedagógica del lenguaje político con la influencia del inglés hace que, en el habla, se trasladen los acentos a la primera sílaba o que se acentúen los monosílabos átonos. Así, en los discursos oficiales puede oírse "lá sólidaridad" o "la alianza dé cívilizaciones". El político procura ser enfático en sus discursos y declaraciones; de esa forma cree ser más suasorio. Por otra parte, aun sin apearse del tono campanudo, el político suele recrearse en motivos del habla popular. Por ejemplo, el recurso a la muletilla "lo que es", perfectamente prescindible, pero que se puede repetir hasta la exasperación del auditorio.

A diferencia del inglés, con una manifiesta querencia por las palabras cortas, a poder ser monosílabas, el español se siente a gusto con palabras de varias sílabas. El tiempo del hablante se alarga todavía más por la tendencia a construir frases largas con abundantes oraciones subordinadas y circunloquios. Por si fueran pocos requilorios, ese hablante barroco gusta de terminar sus sesquipedálicas frases con "etcétera, etcétera, etcétera", o lo que es aún más cansino, con "un largo etcétera". Al Rey de Siam del famoso musical le habría gustado eso de "un largo etcétera".

Una figura eminentemente barroca es el circunloquio: introducir más palabras de las necesarias. Es muy útil en el periodiqués (el dialecto de los periodistas) y en el politiqués (el dialecto de los políticos). La razón es sencilla. Tanto los periodistas como los políticos arriesgan mucho en sus necesarios discursos y declaraciones. Para disminuir el riesgo, lo mejor es introducir el mayor número posible de palabras con el menor número posible de ideas. El resultado es el circunloquio. Por ejemplo, en lugar del escueto "llovió" se puede decir "la lluvia hizo acto de presencia" o "la protagonista fue la lluvia". El circunloquio es una figura muy querida de las personas que presiden asambleas o reuniones de todo tipo. Por ejemplo, prefieren decir que "se va a proceder a la votación" en lugar de "votemos".

El modo superlativo existe en la lengua española como en la inglesa y otras muchas. Lo que destaca en el habla de los españoles es la necesidad de emplear el superlativo a troche y moche. La explicación es que el aire declamatorio que se da tantas veces a la conversación exige el tono ponderativo, exagerado. No basta con el sufijo regular, como en "buenísimo" ("bonísimo" es un arcaísmo o un cultismo). La lengua coloquial admite expresiones ponderativas como "un pedazo de..." (para indicar algo muy destacado) o "un diez" (la nota escolar más alta; equivale a la "A" en inglés). Una forma suavizada del superlativo es el "como muy", seguida del adjetivo correspondiente. Mi impresión es que esa fórmula es más propia del habla femenina.

Son innúmeras las cláusulas barrocas. Por ejemplo, las muletillas para reforzar una negación: "en modo alguno", "ni muchísimo menos" o "como no puede ser de otra manera". Es fácil concluir que esas muletillas se repiten para ocultar la realidad contraria. Es decir, el interlocutor tiene tras de sí "mucho más" de lo que dice, tanto es así que las cosas bien pudieran ser "de otra manera". Más difuso es todavía el ubicuo "de alguna manera", que se empareja con otro anglicismo "en este sentido". Son muletillas que pueden acompañar a cualquier enunciado.

El pleonasmo es la reduplicación del sentido de un término con un segundo que viene a significar casi lo mismo que el primero. Es una figura retórica que merece un gran rechazo social. No se entiende muy bien esa actitud, pues el barroquismo consustancial del habla de los españoles exige los pleonasmos. Una pequeña lista del lenguaje político:

  • muestra representativa
  • elecciones democráticas
  • partidos políticos democráticos
  • autoridad competente

Esos pleonasmos no lo son del todo cuando se observa la realidad de una democracia, como la española, no bien conseguida.

El abuso del eufemismo es la expresión del culto a la apariencia. No está el mundo para defender abiertamente el comunismo, doctrina gloriosamente fracasada. Por eso, en lugar de "comunista" se puede decir unitario, que es más presentable. Los eufemismos más educados reciben el apodo anglicano de "políticamente correctos". Hay un Diccionario políticamente incorrecto de Carlos Rodríguez Braun que resulta hilarante.

Una figura retórica muy castiza es la antífrasis, el recurso por una imagen opuesta a lo que se quiere significar. Ejemplos:

  • darse con un canto en los dientes (= sentirse muy satisfecho)
  • pasárselo como un enano (= divertirse, disfrutar)

Las figuras retóricas no son solo las canónicas. Se crean otras nuevas según las necesidades. Por ejemplo, el "imperativo mitigado". Esa figura viene a desplegar un extensísimo abanico de fórmulas que suavizan la siempre difícil relación de ordenar algo. Por cierto, el "binomio copulativo" de ordeno y mando indica la dureza de la relación jerárquica. Imaginemos la situación cotidiana en la que una persona con autoridad ordena a otras que cierren la ventana. El imperativo estricto sería "cerrad la ventana". En su lugar, se puede mitigar la sensación autoritaria con estas otras fórmulas:

  • cerrar la ventana
  • cerradme la ventana
  • por favor, cerrad la ventana
  • ¿no os importaría cerrar la ventana?
  • habría que cerrar la ventana
  • tratad de cerrar la ventana

Las manifestaciones tan corrientes del imperativo mitigado se traducen en la devaluación del verbo "prohibir". Tanto es así que, cuando se quiere prohibir algo, el cartel correspondiente es más amenazante que imperativo: "Se prohíbe terminantemente...". A veces da no sé qué establecer una prohibición en un lugar público, en cuyo caso se emplea una fórmula restrictiva: "Perros no". Una forma diplomática de imperativo es recurrir a la primera persona del plural para indicar que la orden incluye al que ordena. Recordemos la famosa frase de Fernando VII: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional" (Manifiesto de 1820). Es el paradigma del engaño, pues el llamado "Rey felón" aborreció siempre la práctica constitucional. A veces, la fórmula de la primera persona del plural equivale a la cortesía de diluir la responsabilidad del que ordena: "Rogamos a los clientes...". En los casos más dramáticos, el imperativo se refuerza con los signos de admiración: "¡No tocar, peligro de muerte!". Véase que en ese caso se recurre al tiempo infinitivo, no para suavizar la orden sino para realzarla.

El alargamiento de los textos y los periodos es tal que difícilmente me puedo encontrar con un escritor español que limite la longitud de las frases. La norma que yo sigo es bien sencilla: ninguna frase debe contener más de 30 palabras. Más fácil es cumplir la norma complementaria de que ningún párrafo debe sumar más de 30 líneas. A través de esos pequeños trucos quizá se descubra que la escritura también sirve para comunicarse.

He llegado al final. La gestación de esta última lección ha durado más de cuarenta años, que son los que llevo como profesor. Pero lo maravilloso es que, al discurrir por lo que creía ser la barojiana "última vuelta del camino", se me abren nuevas avenidas intelectuales y vitales. Intentaré recorrerlas sin descomponer la figura.

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