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Aníbal Romero

Revolución en el Cielo

Semejante teatro del absurdo sólo podría ser escenificado por unos marxistas de pacotilla atemorizados por la palpable realidad de la muerte

Semejante teatro del absurdo sólo podría ser escenificado por unos marxistas de pacotilla atemorizados por la palpable realidad de la muerte

Insuficientemente contentos con su utopía terrestre, nuestros heroicos bolivarianos se empeñan en llevar la revolución al Cielo: rezos, cánticos, incienso, invocaciones, misas y plegarias ascienden a las alturas en una incesante cacofonía, en la que se mezclan el cristianismo y el budismo, el islam y Confucio, los sabios griegos y los babalaos cubanos, con ingredientes de Lao Tsé, Krishna, María Lionza y las ánimas benditas del purgatorio. Semejante teatro del absurdo sólo podría ser escenificado por unos marxistas de pacotilla atemorizados por la palpable realidad de la muerte, que endereza y enfría cerebros torcidos y recalentados.

En medio del ritual de religiosidad primitiva con brujería y subdesarrollo a que nos someten los seguidores del caudillo criollo, he recordado las enseñanzas católicas que impartían en mi querido colegio La Salle La Colina. Allí me explicaron aspectos básicos de la doctrina que no existen en el universo mental de quienes hoy, asustados ante la constatación de la finitud de la vida, se reúnen tomados de las manos a implorar por la curación de su jefe.

Por ejemplo, me quedó claro que para que se produzca el perdón divino es necesario el arrepentimiento y la contrición. Es decir, el perdón no es gratis; es resultado de un proceso que exige un examen de conciencia, una revisión autocrítica, así como voluntad de rectificar y un genuino arrepentimiento por las vilezas, tropelías y maldades cometidas.

Pero ¡atención! Esto ya no será así. Por decreto bolivariano, el Cielo deberá ahora someterse a novedosas reglas. En adelante, y en lo que a ellos, los revolucionarios criollos, concierne, bastará con besar un crucifijo, mostrarse llorosos y compungidos, convocar al pueblo a congregarse y orar para que Dios se vea obligado a sanar, a hacer milagros, a olvidarlo todo y administrar sus indulgencias y absoluciones sin exigencias adicionales.

Lo hecho durante catorce años, las muertes y las persecuciones, los encarcelamientos injustos, la perenne instigación al odio y la venganza, las listas de Tascón y tantas otras, las divisiones y expropiaciones, las vidas truncadas y desoladas, la sociedad convulsionada y sujeta a un permanente bombardeo propagandístico, plagado de rencor, mendacidad y crueldad..., nada de esto importa: en adelante, el perdón también será revolucionario.

Ni siquiera en el trascendental momento en que, al retornar de Cuba hace unos días, anunció que sería operado de nuevo logró Hugo Chávez levantarse por unos minutos de la ciénaga en que han transcurrido estos catorce años de oprobio y ruindad. Ni una palabra que revele la más mínima conciencia del daño infligido, la más mínima percepción de la maldad desatada sobre un país que definitivamente pudo y puede ser conducido por los derroteros de la concordia y el esfuerzo común para prosperar juntos. Nada, nada que indique una aunque sea precaria comprensión de lo que significa acudir al crucifijo como bálsamo espiritual, que en este caso no puede ser un mero ejercicio interno sino la clara decisión de responder en público a una historia que involucra a millones de seres humanos.

Decía Platón, con acierto, que la condición de la Polis, es decir, de la comunidad política, es el reflejo de la condición de las almas de quienes la integran. En ese sentido, hay que admitir que la condición espiritual de nuestra sociedad deja mucho que desear. Nuestros gobernantes nadan en una ciénaga, pero buena parte del llamado "pueblo" también ha tolerado y se ha aprovechado de la maldad imperante. Es inútil negarlo.

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