Menú
Carmelo Jordá

El capitalismo y los ebrios

Está el capitalismo de lo más atareado cargando con la responsabilidad de cada muerto que se produce en nuestro país.

Está el capitalismo de lo más atareado cargando con la responsabilidad de cada muerto que se produce en nuestro país.
Luis García Montero | EFE

Está el capitalismo de lo más atareado cargando con la responsabilidad de cada muerto que se produce en nuestro país. Niños asesinados, inmigrantes que mueren accidentalmente, machismo y heteropatriarcado… no hay culpa que no se pueda cargar en las anchas espaldas del único sistema que nos ha permitido superar una historia en la que la muerte y la miseria eran la norma hasta hace prácticamente nada, por mucho que a los enemigos de la libertad les sea imposible reconocerlo.

Al contrario, no es que no lo reconozcan, es que llegan a traspasar cualquier frontera del ridículo: desde tratar de exculpar a los asesinos más despreciables para poder rajar de lo malvados que nos hace el capitalismo hasta culpar al susodicho de la muerte natural de un hombre con una cardiopatía congénita.

Y lo hacen con toda naturalidad, sin que se les caiga la cara de vergüenza, lo mismo da intelectuales que concejales: todos participan de la carrera de despropósitos sin el menor sentido de la responsabilidad. Hasta se diría que se pelean por ver quién la suelta más gorda, quién es más radical, y uno por otro llegan a extremos de bochorno tales que parece evidente que sí hay alguien ebrio por ahí, como decía García Montero, pero no es precisamente el capitalismo.

Es probable que me equivoque, quizá soy joven para esto –debe de ser lo único–, o puede que mi memoria no sea tan buena como creo, pero no recuerdo que nuestra izquierda llegase antes a estos niveles, en que más que doctrina política parece empezar a necesitar tratamiento psiquiátrico. Sí, admito que puede que sea porque el tiempo dulcifica las cosas y elimina los detalles desagradables y chirriantes, pero no me suena que Anguita o Carrillo o Gerardo Iglesias –qué tendrá ese apellido– tuviesen tal desapego por la verdad o, mejor dicho, tan inmenso apego a la mentira.

No, yo creo que ha sido esta izquierda moderna nuestra la que ha descubierto que la verdad y la mentira son lo mismo, y que sólo importa lo que diga La Sexta. Da un poco de miedo verlos así, capaces de decir –y no pocos de hacer– cualquier cosa, ebrios de poder aun antes de alcanzarlo. Pero al mismo tiempo tranquiliza comprobar que es tanta la confusión que ellos mismos crean y se crean, que ya no distinguen la verdad del despropósito. Por eso, más antes que después, estarán acabados. Porque en política se puede hacer todo menos el ridículo.

En España

    0
    comentarios