Las elecciones de este domingo tienen una evidente y directa importancia política: sirven para elegir a alcaldes y presidentes de comunidades autónomas que controlan relevantes partidas presupuestarias y poseen un tremendo poder normativo sobre nuestras vidas.
Además tendrán también un impacto quizá a más largo plazo en la política nacional: la magnitud de las victorias o de las derrotas y del resultado en determinadas capitales o en ciertas autonomías nos dará una idea más ajustada de la situación real en España, de la capacidad del PSOE para superar el bache actual o de si éste se convierte en un precipicio en el que el PP encuentre una amplia mayoría.
Pero los ciudadanos de Madrid tendemos también el privilegio de poder mandar un mensaje claro al, previsiblemente, próximo partido en disponer de mayoría parlamentaria: los populares de Rajoy.
Con nuestro voto en estas elecciones municipales y autonómicas los madrileños podemos decirles a los mandamases de Génova qué PP queremos, podemos decir si estamos por las obras faraónicas, el despilfarro, la arrogancia y el intervencionismo socialista levemente camuflado de capacidad de gestión. O también podemos mostrarnos partidarios de lo poco de liberal que hay en la política española, de contener la inmensa maquinaria de lo público, de la racionalidad en el gasto y de que los políticos no se metan en aquello de nuestras vidas que no es de su incumbencia (es decir, casi todo).
Podemos, en definitiva, votar o no a Alberto Ruiz Gallardón, hacer lo propio con Esperanza Aguirre e incluso votar a estos dos políticos que comparten partido y poco más. Pero sobre todo tenemos una posibilidad más interesante: que esta sea la segunda ocasión en la que Aguirre obtiene en la ciudad de Madrid más votos que su compañero–rival.
Ya sé que es prácticamente imposible que el alcalde–faraón pierda estas elecciones, incluso es muy improbable que no alcance la mayoría absoluta dado el merecido descrédito que PSOE e IU tienen en la capital, pero los madrileños sí tenemos la posibilidad de lograr que Gallardón sea el único hombre importante de su partido que no logre mantener o mejorar sus resultados.
Y con ello mandaremos un mensaje muy claro a Rajoy sobre lo que queremos de un futuro Gobierno del PP y, sobre todo, daremos el primer paso para acabar con la carrera de uno de los políticos más dañinos para la derecha española en las últimas décadas, un hombre que ha antepuesto su propia ambición a cualquier otro interés y que es el mejor ejemplo de que hay socialistas en todos los partidos... aunque algunos prefieran llamarse de otra forma y pescar en otros caladeros de votos.
Es una oportunidad que yo no pienso desperdiciar, ¿y ustedes?