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Carmelo Jordá

La izquierda y el amor por los pobres

Se desviven tanto por el pueblo, que no lo van a hacer de gratis, oiga.

Se desviven tanto por el pueblo, que no lo van a hacer de gratis, oiga.
EFE

Al contrario que la derecha, la izquierda –permítanme la simplificación de usar estos términos– lleva más o menos dos siglos viviendo políticamente de su amor a los pobres, de su irrefrenable empatía con los más desfavorecidos.

El político de izquierdas normal no es pobre, más bien al contrario suele provenir de ambientes económicamente acomodados, usualmente no ha conocido la pobreza sino de lejos y en no pocas ocasiones su propia vida es bastante muelle: por ejemplo –y si creen que estoy pensando en alguien concreto están en lo cierto–, la del profesor universitario que completa sus ingresos con conferencias, intervenciones en los medios, libros o extraordinariamente bien pagadas asesorías.

Sin embargo, ama a los pobres, los adora, siente por ellos un admiración tal que hace de la pobreza incluso un bien moral, especialmente frente a la execrable y malvada riqueza, siempre sospechosa cuando no directamente culpable.

Por supuesto, como todo amor verdadero este tiene ánimo de exclusividad: mientras ellos, la izquierda, se desviven por los menos afortunados, la derecha sólo busca fortalecer sus presuntos privilegios –sí, esos de los que el político de izquierdas viene disfrutando desde la cuna–, aumentar su "lucro desmedido" –pronúnciese con rictus de desprecio– y mantener a cuantos más sea posible en la más ignominiosa pobreza que imaginar quepa.

Puede parecerle un relato simplista, y quizá lo sea, pero escuchen un discurso de Pablo Iglesias –si es que llega a tiempo de pronunciarlo– o lean una encíclica del Papa y verán que, con algo más de retórica, la esencia es muy similar a esto.

Es tal el cariño que un buen izquierdista siente por los pobres que se diría que todos sus esfuerzos se concentran en multiplicar su número. Ahí tienen los resultados de sus paraísos en Cuba, Corea del Norte o Venezuela, por citar sólo los ejemplos aún vigentes.

Los multiplican en la realidad y los multiplican aún más en su retórica antimoderna y anticapitalista: cualquiera que escuche a uno de los eximios representantes de la izquierda actual –ya sea con mitra o con coleta– se estremecerá ante los Apocalipsis de miseria que describen, cuando la realidad es que nunca, repito, nunca, ha habido tantos seres humanos desarrollando una vida digna con sus mínimas necesidades cubiertas.

Así lo dicen los datos, y de su estudio podemos extraer dos conclusiones básicas: que si algo ha sacado a millones y millones de personas de la miseria en los dos últimos siglos ha sido el capitalismo y que cuanto más libre es una economía más rápido es su tránsito de la pobreza a la comodidad e incluso la opulencia.

Pero los que defendemos las bondades de un sistema que no sólo es el más eficaz sino que es también el más moral lo hacemos porque no queremos a los pobres… y estamos deseando que dejen de serlo. Los anticapitalistas, en cambio, los adoran, y ahí están y ahí siguen, intentando por todos los medios que la famélica legión siga siendo lo más numerosa posible… mientras ellos, eso sí, siguen disfrutando de los privilegios que les corresponden por desvivirse tanto por el pueblo, que no lo van a hacer de gratis, oiga.

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