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Cristina Losada

Ciencia populista

Tendría que estar claro, no obstante, que las decisiones, las grandes decisiones, las tienen que tomar los políticos. Porque representan a los ciudadanos.

Circula un manifiesto dirigido al presidente del Gobierno, a los presidentes de las Comunidades Autónomas y a los señores políticos, tal cual, bajo el lema En la salud, ustedes mandan, pero no saben. Va firmado por cincuenta y cinco sociedades médicas o científicas, y está recogiendo firmas en internet, además de haber dado pie a noticias, incluso noticias de portada, sobre el clásico tema del hartazgo con los políticos. Hartazgo con todos los políticos, porque se entiende que todos son igual de perversos, otro clásico. Es un recurso habitual y un recurso fácil meterlos a todos en el mismo saco siempre que se quiere aparentar que ni con unos ni con otros. Quedas bien uniéndote al común hartazgo con los políticos y nadie te puede acusar de nada, salvo gente muy retorcida, como yo misma, que dirá que lo que haces es populismo. El populismo hace política contra los políticos.

Del lema del manifiesto a mí me descuadra el “mandan”, porque lo suyo, en una democracia, es decir que gobiernan. Es menudencia, aunque cabe indicar que los autores de la frase no han caído en que dan a entender que querrían mandar ellos, los que saben. Para lo cual, obviamente, tendrían que hacerse elegir. Más allá de ese pequeño detalle, nada impide, en teoría, que los científicos tengan más influencia en las decisiones políticas sobre la epidemia de la que habrán tenido ya. De cara a conseguirla, quizá sería más útil que presentaran planes y propuestas alternativas, en lugar de las generalidades de rigor y lamentos sobre lo mal que se portan los políticos, algo que puede hacer cualquiera, y de hecho está haciendo cualquiera, sin necesidad de ser científico.

Tendría que estar claro, no obstante, que las decisiones, las grandes decisiones, las tienen que tomar los políticos. Porque representan a los ciudadanos. Porque hay muchos asuntos, no científicos ni sanitarios, a tener en cuenta a la hora de tomarlas. Los políticos no sabrán de virus, pero los científicos no sabrán –ni tienen por qué saber– de leyes, de economía, de presupuestos del Estado o de derechos fundamentales. Es por la complejidad que entraña hacer frente a una epidemia como ésta, por los efectos y costes de tales o cuales medidas, que hay discusión política, que no todo el mundo está de acuerdo en todo y que hay prioridades distintas. No es sólo por el gusto de enfrentarse. Tampoco en el campo científico, por cierto, hay uniformidad sobre cómo afrontarla. Como algunos reconocen, nadie sabe cuál es el camino correcto. Estamos tanteando.

Es fácil, decía, poner a los políticos, en bloque, sin distinciones, como los malos de la película. Se hizo durante la crisis económica. Volvemos ahora. Pero hay que mojarse y distinguir. Hay que decir, por ejemplo, qué es lo que funciona de aquello que se ha hecho y qué no. Así se avanza. Lo otro es un desahogo. Un desahogo sin coste alguno, porque todo el mundo está harto de los políticos. Aunque son –o porque son– elegidos por todo el mundo. Es una lástima: las sociedades firmantes tenían un manifiesto serio. Alguien les ha debido de decir que para que la gente les apoye tenían que hacer un panfletillo contra los políticos.

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