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Cristina Losada

Defender España, según Iglesias y Errejón

No hay manera. No pueden ver a España con naturalidad. O no la pueden ver, punto.

No hay manera. No pueden ver a España con naturalidad. O no la pueden ver, punto.
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, en una imagen de archivo. | EFE

Sigo con interés, afición y algo de regodeo las contorsiones de Iglesias y Errejón para afrontar su problema con España. Su problema con España, por excusarlos un poco, viene de atrás. Es el que tienen las izquierdas desde que desacreditaron e imposibilitaron cualquier identificación y vínculo suyos con la nación española. Es una historia complicada, pero interesa recordar que el resultado es un distanciamiento o una repulsión visibles, que llega a impugnación total: España sería un constructo artificial, frente a la naturalidad de las naciones que albergaría en su duro y represivo seno. El corolario es que no existe en tanto que nación. Las coincidencias con el nacionalismo separatista saltan a la vista.

Toda la extrema izquierda fue siempre de ese palo, pero como apenas tenía peso electoral, el problema no se proyectaba más allá. El partido Podemos y su escisión errejonista vienen de ese área marginal, sólo que dar el salto de la minoría irrelevante a la liga de los campeones requería reordenar el discurso, y uno de los puntos a cambiar era el que se refería a España. ¿Qué hacer con España? ¿Había que llamarla así o seguir con lo del “Estado español” y quedarse en la marginalidad? ¿Era mejor reconocer que había una nación española o había que esquivar la cuestión? En el dilema, optaron por un reconocimiento esquivo, contradictoria y acrobática situación. 

Del populismo sudamericano, donde bebieron los dirigentes, probaron a copiar su énfasis en la patria y el pueblo, pero sin que la patria fuera España. Decían: “La patria es la gente”. Luego adoptaron la costumbre de meterse con el patriotismo de las pulseras y de contraponerlo al suyo, que es un imposible patriotismo sin nación. Cuando plantean la cuestión retórica de “defender a España”, resulta que España es la sanidad pública o la regulación del precio del alquiler, como dijo Iglesias en un mitin en Madrid. Y lo mismo Errejón, que al verse interrumpido por un espectador que gritó “¡Viva España!” dijo que le parecía perfecto, pero –el pero tenía que llegar– que a ver cuándo, además de acordarse de España, se acordaban de los españoles, de las residencias de mayores y de las políticas de empleo.

No hay manera. No pueden ver a España con naturalidad. O no la pueden ver, punto. La siguen viendo como cuando militaban informalmente en la extrema izquierda. Como una entidad extraña en la que están, pero de la que no son los españoles. Como una cáscara vacía que sólo pueden rellenar con colegios públicos, políticas laborales y regulación de alquileres. Ni siquiera consiguen fingir que tienen por la nación española esos profundos sentimientos que los embargan cuando hablan de la nación catalana, vasca o gallega. No es necesario ponerse sentimental, pero si vas de patriota, tendrás que tener una patria, y la patria no es un centro de salud. Resulta verdaderamente absurdo ese empeño suyo en una batalla que no pueden dar.

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