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Cristina Losada

El guante de la sedicente reforma federal

No hace ninguna falta convertir a España en una federación. De facto, somos como un estado federal, aunque funcionamos peor que la mayoría.

La reforma federal que propugna el PSOE es una oportunidad, si bien se mira. Esto es, si fuera algo distinto de un número para el entreacto destinado a darle tiempo al PSC. O si no fuera un modo de mantener la indefinición sobre la unidad de España, sin sumarse tampoco a la ruptura de la nación. Total, que de no ser lo que es, esa reforma con la que Rubalcaba y compañía quieren marear la perdiz durante buena parte del año, sería la ocasión para un intento de acometer las reparaciones que necesita el Estado de las autonomías.

Los socialistas aseguran que hay que cambiar el modelo autonómico por otro federal porque el primero no funciona. Sobre el hecho de que no funciona bien, caben pocas dudas. El proyecto que cocinan dieciocho expertos convocados por Griñán plantea, por ejemplo, que ha de clarificarse el reparto de las competencias. Es ése un asunto que la Constitución dejó tan mal tejido, que los diecisiete parlamentos regionales han podido legislar a su antojo sobre todo lo humano y lo divino. Esto lo han hecho con gran alegría, apenas enfriada por el guardián de la Carta Magna, y el lío legislativo es ahora gigantesco. He ahí una de las reformas constitucionales necesarias y posibles, y perfectamente factible sin organizar el pandemónium federal.

Cuando el PSOE presente en sociedad su Macguffin federal, con una trama más o menos verosímil, el PP debería recoger el guante. Decir que si quieren mejorar el modelo, bienvenidos al club, pero que no hace ninguna falta convertir a España en una federación para conseguir ese propósito. De facto, somos como un estado federal, aunque funcionamos peor que la mayoría. A fin de parecernos a Alemania, que es la aspiración socialista según Ramon Jáuregui, no tenemos que ponernos la etiqueta federal. Basta copiar los preceptos que regulan las relaciones entre el Bund y los Länder. Basta con que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo al respecto.

Cada uno, sin embargo, pone sus obstáculos. El PP no quiere abrir melones, y el PSOE quiere una sandía. Quiere, en fin, retrotraernos a las sesiones de las Constituyentes del 31 donde estuvo a punto de proclamarse la España federal, aunque nadie sabía bien qué era el federalismo, qué el autonomismo y qué la soberanía. Entonces hubo que llevar de madrugada a Ortega para que diera una lección. Pues, como escribió Julio Camba, "para aquellos energúmenos era lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos al objeto de crear un puzzle". En ésas volvemos a estar.

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