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Cristina Losada

La xenofobia que viene de fuera

O te pones populista o te pones posmoderna, pero ponerte las dos cosas a la vez es un ridículo desastre, Teresa Rodríguez.

O te pones populista o te pones posmoderna, pero ponerte las dos cosas a la vez es un ridículo desastre, Teresa Rodríguez.
Teresa Rodríguez | EFE

Nuestro diccionario, el de la RAE, define lacónicamente la xenofobia: "Fobia a los extranjeros". En otros diccionarios, y en otros idiomas, la definición se abre e incorpora a los forasteros. No sé por cuál se inclinará Teresa Rodríguez, la candidata podemita, pero antes de nada le conviene repasar la definición de contradictio in terminis o, si prefiere el griego, oxímoron. Porque esto es lo que dijo la candidata, el otro día, en réplica a unas palabras de Pablo Casado en Granada: "Que no venga a Andalucía a plantar odio y xenofobia porque no somos un pueblo racista ni xenófobo". Parafraseando: "Que no venga un forastero a traer la fobia a los forasteros".

Claro, clarito: la xenofobia viene de fuera. La traen los forasteros. Le faltó añadir: como todo lo malo. Más aún, porque esto no fue un lapsus, Rodríguez dijo también: "Si Casado no aprende costumbres locales en una Andalucía en la que somos fundamentalmente solidarios, quizás el que debería plantearse su visita a Andalucía sea él". Resumiendo y proclamando: el forastero que no aprenda (sic) las costumbres locales, que no venga. Ni de visita. Pero, eso sí, el xenófobo es Casado. Ay, Rodríguez.

Estas asombrosas declaraciones no son sólo una anécdota grotesca de campaña electoral. Son el reflejo de una contradicción en los términos podemitas y, en concreto, de los podemitas andaluces. Una contradicción profunda que deriva de dos combinaciones imposibles: la del populismo con la izquierda posmoderna y la del identitarismo regionalista (¿o nacionalista?) con el buenismo universalista. Al final, te haces un lío y sale ese engendro declarativo de Rodríguez sobre el forastero que trae la fobia al forastero al buen pueblo que no la tiene. Un forastero que, puesto que no adopta las buenas costumbres locales, debería quedarse en su tierra.

El oxímoron podemita a la hora de encarar –de no encarar– la inmigración evoca lo que pasó en Francia hace décadas. Las clases populares sufrían problemas derivados de una inmigración masiva, pero no se podía decir que había problemas sin que sonara el SOS Racismo. Era tabú. Esto acabó provocando el conocido trasvase electoral: los que votaban comunista pasaron a votar Frente Nacional. Aquí y ahora, Rodríguez y los suyos son fieles a la línea de la izquierda francesa de entonces: no hay ningún problema, y si lo hay es por racismo (de los de fuera, o sea). El dato de interés aquí es que Vox tiene su mejor pronóstico en la provincia de Almería, que duplica la media nacional de inmigrantes.

La insalvable contradicción recorre todo lo que están haciendo la candidata Rodríguez y su coalición electoral en la campaña andaluza. Se la ha visto en los debates y está, negro sobre blanco, en el programa. Rodríguez se esfuerza por hablar como alguien del pueblo que habla para el pueblo, pero al mismo tiempo coloca a ese pueblo, a esas clases populares a las que se dirige, el menaje completo de la izquierda pija. Y tanto: "la educación emocional, sexo-genérica y afectivo sexual", "deconstruir los roles patriarcales", "garantizar el lenguaje inclusivo", eliminar los exámenes y las notas (sustituidas por "autoevaluaciones del alumno"), la jornada de ocho horas para los animales y, ya para bordarlo, la "tauromaquia cero". En Andalucía.

Todos esos productos improbables quizá tengan atractivo para urbanitas de clase media alta, pero Rodríguez no está hablando para esa gente, sino para la gente, en los términos de Podemos. Es una contradicción que no pueden cabalgar, como decía Iglesias en otro tiempo y, en todo caso, antes de que el que apareciera cabalgando fuera Santiago Abascal.

Porque el atuendo populista es incompatible con el chic radical de las posmodernidades izquierdistas. O te pones populista o te pones posmoderna, pero ponerte las dos cosas a la vez es un ridículo desastre, Teresa Rodríguez.

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