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Cristina Losada

Las sorpresas, de Perejil a Ceuta

La experiencia muestra que la idea de que se van a evitar los conflictos con Marruecos poniendo dinero, con mucha cooperación y mucha inversión, es una idea equivocada.

La experiencia muestra que la idea de que se van a evitar los conflictos con Marruecos poniendo dinero, con mucha cooperación y mucha inversión, es una idea equivocada.
El Rey de Marruecos, junto a Pedro Sánchez y Fernando Grande Marlaska. | EFE

Cuando Marruecos ocupó el islote español de Perejil, en el verano de 2002, y el Gobierno Aznar, tras intentos de resolverlo por vía diplomática, optó por su recuperación manu militari, los humoristas de turno hicieron mil chistes sobre aquella operación por un peñasco habitado por cabras y sobre la lírica del ministro Trillo al dar el parte de guerra. "Al alba, y con tiempo duro de Levante" (o viento fuerte de levante, según otras versiones), fue frase de Trillo sometida a mofa y befa del humorismo, categoría que incluye habitualmente a sectores del periodismo y de la política.

Los conocedores de las relaciones hispano-marroquíes hicieron algo muy distinto a reírse. Tomarse a chanza los movimientos hostiles del vecino del Sur no es muy recomendable. Pero lo menos recomendable de todo es no sacar lecciones de la experiencia. Y esa falta de aprendizaje es exactamente lo que se ha manifestado ahora. Marruecos ha vuelto a dar una sorpresa desagradable a España, y en especial a los ceutíes, sin que indicios previos, como la riada de inmigrantes ilegales que llegó a Canarias, pusieran en suficiente alerta al Gobierno Sánchez.

Había más indicios. En diciembre, ya como pato cojo, el presidente Donald Trump anunció que Estados Unidos reconocía la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Lo hizo a cambio de que Marruecos estableciera relaciones diplomáticas plenas con Israel. Rabat es un aliado estratégico de Washington, y está por ver que Biden reconsidere la decisión de su antecesor. Pero no será ahora, con el nuevo estallido bélico entre Israel y Hamás en Gaza. Los que tomaron la decisión de alentar el paso masivo de jóvenes y niños hacia Ceuta habrán visto ahí una ventana de oportunidad.

A principios de marzo, Marruecos suspendió todos los contactos con la embajada de Alemania y sus fundaciones y agencias de cooperación, aparentemente por la posición alemana sobre el Sáhara Occidental. Esto también fue un aviso. Que tampoco llegó a Madrid. Desde marzo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea delibera sobre la legalidad de las exportaciones marroquíes procedentes del Sáhara Occidental, a raíz de un recurso del Frente Polisario. Y desde finales del año pasado, a raíz de que Marruecos reabriera la carretera que comunica el territorio con Mauritania, ha vuelto a haber enfrentamientos armados.

Más avisos, imposible. Añádase el que dio, de forma inequívoca, Marruecos cuando descubrió que España había accedido a tratar, en un hospital, al líder del Polisario, a petición de Argelia, y que lo tenía allí en secreto. Estaba servido el pretexto. Los pretextos también tienen su importancia a la hora de abrir hostilidades. No es cuestión, sin embargo, de que España amolde su política al objetivo de no dar nunca pretextos a Rabat. Siempre habrá alguno, y si no se inventa. Lo que sí ha de tener España es una política ante un país vecino que reclama para sí las españolas Ceuta y Melilla.

Desde lo de Perejil hasta lo de Ceuta, la experiencia muestra que la idea de que se van a evitar los conflictos con Marruecos poniendo dinero, con mucha cooperación y mucha inversión, es una idea equivocada. En procura de sus intereses territoriales, un país puede sacrificar sus intereses económicos. No sería el primer caso. Hay que tener más cartas en la manga, hay que jugar en el tablero internacional y hay que estar preparados para que las sorpresas no sorprendan al Gobierno, de nuevo, mirando para otro lado. O hacia el futuro feliz de 2050.

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