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Cristina Losada

No es por ejército: es por español

Es buena noticia que ese intento de expulsión no haya tenido finalmente el plácet de la ministra Robles.

Es buena noticia que ese intento de expulsión no haya tenido finalmente el plácet de la ministra Robles.
La ministra de Defensa, Margarita Robles | EFE

El Ministerio de Defensa, así se anunció en la prensa, no iba a enviar representación a la próxima edición del Salón de la Enseñanza de Barcelona. El Ejército estaría ausente por primera vez desde que comenzó a participar, en 2001. La decisión, que luego desmintió la ministra Margarita Robles, se atribuyó ipso facto al pronunciamiento de Ada Colau hace un par de años. Entonces, la alcaldesa de Barcelona aprovechó que se acercaron a saludarla dos militares del stand para decirles: "Ya saben que nosotros preferimos que no haya presencia militar en el Salón. Por lo de separar espacios. Simplemente. Jajá". El Ayuntamiento barcelonés había aprobado antes una declaración para que en el Salón no estuviera el Ejército, a fin, decía, de favorecer espacios educativos libres de armas. ¡Libres de armas! Tal y como si el stand del Ejército consistiera en una exhibición de armamento. Lo que hay que inventar para que una decisión política parezca lo que no es.

La retirada del Ejército del Salón no era reclamación exclusiva de Colau. Aunque fueron aquellas chirriantes palabras suyas, que encajaron con cortesía y civilidad los militares. las que alcanzaron notoriedad por haber quedado recogidas en vídeo. Un vídeo que, visto hoy, aún provoca que uno se sienta infinitamente más cerca de los dos militares contrariados que de quien les dice que no son bienvenidos. Pero la expulsión de las Fuerzas Armadas de un evento al que asistían con perfecta normalidad y plena justificación era una reclamación del separatismo catalán. Un separatismo del que Colau es mero apéndice prescindible.

El nacionalismo catalán, del que el separatismo es continuación, siempre ha tenido entre sus propósitos el de erradicar cualquier presencia de España en Cataluña, incluido naturalmente la de las instituciones del Estado: desde la Administración de Justicia hasta las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, pasando, cómo no, por las Fuerzas Armadas. Si la ministra de Defensa hubiera retirado al Ejército, se habría plegado a la continuada presión separatista para hacer desaparecer de Cataluña todo vestigio de las instituciones estatales. De ahí la gravedad.

Después está la palabrería. El separatismo, igual que el apéndice Colau, recubre su rechazo a la presencia del Ejército en el Salón de palabrería antibelicista. Así lo hizo la mayoría independentista del Parlamento catalán en 2016, al aprobar una moción para desarrollar la "cultura antibélica". La presentó la CUP alegando, entre otras cosas, que un desfile de la Legión "con la cabra y todo" había molestado a los vecinos de un barrio barcelonés. La cabra, ya se sabe, es lo más belicoso que tiene el Ejército. Pero también lo hizo Puigdemont, al tiempo que su Gobierno intentaba conseguir que los Mossos dispusieran de munición de guerra, puesto que a la policía autonómica no la quieren desarmada ni adiestrada en "cultura antibélica". Y todo ello a la vez que, en su delirio futurológico, diseñaban los planes de defensa para la república catalana.

Quede claro: no quieren echar al Ejército del Salón de la Enseñanza por ejército, sino por español. Es buena noticia que ese intento de expulsión no haya tenido finalmente el plácet de la ministra Robles.

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