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EDITORIAL

El PP de Casado no puede ser el de Rajoy

Casado tiene no sólo la legitimidad sino el deber de cumplir con el cambio radical que planteó a sus correligionarios.

A pesar de que Pablo Casado no ha querido hacer un casus belli del asunto, la sorprendente invitación que la presidenta del Parlamento, su correligionaria Ana Pastor, ha cursado al golpista Quim Torra, previa consulta con Pedro Sánchez y, al parecer, a espaldas del propio Casado, es un movimiento político difícil de entender desde la buena fe.

Para empezar, porque es un error clamoroso en la estrategia contra el golpe de Estado en el que Torra y los suyos llevan embarcados tanto tiempo, y que precisamente hace un año inició sus jornadas más ominosas con la voladura de la legalidad autonómica desde el propio Parlament. El Congreso no está para que racistas y xenófobos vayan a exponer ufanos sus proyectos totalitarios, sino para combatirlos frontalmente.

Ni Pastor ni, por supuesto, el Parlamento pueden prestarse a normalizar un discurso que no sólo es abiertamente rupturista con el orden constitucional, sino que además tiene como propósito arrebatar sus derechos democráticos a la mitad de los catalanes y la soberanía nacional a todos los españoles.

Por otro lado, la iniciativa de Pastor coloca al PP en una situación harto indeseable, pues le hace volver a los tiempos en que Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría fracasaron miserablemente con la operación Diálogo, primero, y con la vergonzante aplicación del artículo 155, después, que desembocó en la celebración de unas infaustas elecciones regionales que volvieron a colocar la Generalidad en manos de los liberticidas.

Como presidenta del Congreso, la rajoyista Ana Pastor tiene todo el derecho a tomar las decisiones que estime oportunas y caigan dentro de sus competencias, pero resulta de todo punto imposible imaginar siquiera que hubiese planteado una iniciativa así en tiempos de Rajoy sin antes hablar con éste. Sin duda, no le hubiera ninguneado como ha hecho con Casado.

Para el joven político popular, recién llegado a la Presidencia de su partido, no es fácil gestionar maniobras como ésta, cuyo propósito último no parece ser otro que minar su autoridad; pero, precisamente por eso, debe mostrarse inflexible: su PP no puede ser como el del infausto Rajoy; de hecho, fue elegido, en detrimento de Soraya Sáenz de Santamaría, para que tomara un rumbo bien distinto, y tiene no sólo la legitimidad sino el deber de cumplir con el cambio radical que planteó a sus correligionarios.

Y si para eso tiene que apartar a los que quieren volver a las andadas rajoyescas, ya está tardando en quitárselos de en medio.

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