El varapalo recibido por los dos grandes partidos en las elecciones de este domingo puede calificarse de histórico sin temor a exagerar. Entre PP y PSOE se han dejado 17 escaños respecto a la última cita europea, y han pasado de representar el 80% del electorado a un exiguo 49%, la cifra más baja jamás alcanzada por las dos formaciones de manera conjunta. La debacle ha afectado especialmente al PSOE, que ni siquiera puede aducir, como hace el PP, que ha resultado ganador de las elecciones en términos relativos. Pero ni socialistas ni populares parecen haber asumido la verdadera magnitud de lo ocurrido este domingo, a tenor de la forma en que han reaccionado a esta verdadera catástrofe para el bipartidismo que ambos representan.
En el PSOE, un Rubalcaba más que amortizado ha tirado definitivamente la toalla y anunciado su renuncia a la Secretaría General, que hará efectiva en el congreso extraordinario previsto para mediados de julio, de manera que podrá seguir manejando los hilos del aparato para garantizarse una sucesión a su medida. La llegada de una nueva dirección al partido, además, deja en el aire no sólo el formato, sino la propia celebración de elecciones primarias para elegir al candidato a las próximas elecciones generales, algo sobre lo que se había alcanzado un acuerdo que ahora queda a expensas de lo que ocurra en el congreso de julio. La figura emergente de Susana Díaz, apuntalada por los buenos resultados de los socialistas en Andalucía, puede ser la clave para que el PSOE lleve a cabo una renovación engañosa sin participación de la militancia, como temen ya los cuatro aspirantes que hasta el momento han mostrado intenciones de pugnar por la Secretaría General.
Y si en el PSOE las consecuencias del desastre electoral pueden acabar en una mera operación cosmética, en el Partido Popular ni siquiera se han planteado la posibilidad de tomar alguna medida para recuperar la confianza perdida de su electorado. Las palabras de Rajoy ayer, apelando a la "gran distancia" a la que están las opciones minoritarias y a que "en las grandes cuestiones" el bipartidismo no se está equivocando, son el fiel reflejo de un dirigente que ha decidido negar la realidad para evitar la toma de decisiones de calado que vuelvan a hacer del PP un partido previsible, fiable y leal a los principios que siempre ha defendido mayoritariamente el electorado de centroderecha.
El panorama político surgido de las elecciones del domingo es el desplome del PP en feudos otrora inatacables como Madrid o Valencia, el derrumbamiento estrepitoso del PSOE -con el consiguiente crecimiento exponencial de la izquierda radical, incluida una fuerza antisistema de nuevo cuño que no oculta su vocación totalitaria-, la progresión importante del brazo político de la ETA en País Vasco y Navarra y, finalmente, el relevo en Cataluña de CiU como principal fuerza política por Esquerra Republicana, dispuesta a cumplir a cualquier precio la amenaza de secesión formulada en su día por Artur Mas.
Este es, a grandes rasgos, el marco político que queda tras las elecciones del domingo, lo suficientemente preocupante como para que los partidos que hasta ahora han tenido la responsabilidad de gobernar hagan un examen a fondo de las causas que han provocado este desastre sin precedentes. PP y PSOE deberían aprovechar esta ocasión para demostrar que han entendido el mensaje y comenzar a tomar medidas para una verdadera regeneración política.
Hay importantes asuntos pendientes de una adecuada respuesta política, como la corrupción institucional, la politización de la Justicia o la necesidad de racionalizar el disparatado sistema territorial poniendo fin a los chantajes de los nacionalismos con la Constitución y las leyes en la mano. Sin embargo, todo parece indicar que las "grandes cuestiones" a que se refería Rajoy ayer para justificar su negativa a actuar se reducen a mantener a cualquier precio el sistema pendular de poder que tan cómodamente han disfrutado PP y PSOE. En esa clave hay que entender las referencias a un Gobierno de coalición que se vienen insinuando desde que Felipe González enarboló el argumento en una reciente aparición televisiva, cuyo objetivo es blindar a las direcciones de los dos partidos ante la posibilidad de que las próximas elecciones generales den lugar a unas Cortes ingobernables.
Un bipartidismo autista e interesado, el de socialistas y populares, que los votantes españoles comenzaron el pasado domingo a cuestionar de manera abrumadora, aunque los dirigentes de las dos formaciones y sus mentores prefieran seguir huyendo de la realidad.

