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EDITORIAL

Los indecisos de los que nadie habla

Los asuntos del país no van a quedar en manos de comunistas confesos ni de sus compañeros de viaje separatistas y filoterroristas.

El pasado sábado, el diario La Razón publicaba un estudio de NC Report basado en la más reciente encuesta del CIS sobre intención de voto para las generales del día 26 que, sorprendentemente, ha tenido un muy escaso impacto mediático. Según el mismo, hay una bolsa de 1,8 millones de votantes indecisos con origen y destino en PP, PSOE y Ciudadanos. Así, 410.000 personas que votaron al PP el 20-D se están pensando votar esta vez a C’s, y otros 305.000 quizá se decanten por el PSOE. En cuanto a los indecisos socialistas, 322.000 barajan respaldar al partido de Albert Rivera y 287.000, al de Rajoy. Por lo que hace a los de Ciudadanos, 220.000 se están planteando votar popular y 239.000, socialista. El partido Podemos va a pescar poco en estas aguas, salvo en las socialistas; pero incluso ahí son muchos más los que dudan en pasarse al PP o a Ciudadanos (609.000) que los que tienen la mira puesta en los neocomunistas de Pablo Iglesias (387.000).

Estos datos deberían llevar a una profunda reflexión a los estrategas de PP, PSOE y Ciudadanos. Por supuesto, cada partido debe volcarse en atraerse al mayor número de votantes posible y aprovechar los puntos débiles del adversario. Pero, dada la trascendencia de estos comicios, y el tremendo empuje de la extrema izquierda liberticida y antisistema, deberían imponerse la obligación de pensar en todo momento en el interés nacional y en generar una suerte de marco común en el que encaje la gran mayoría de sus electores, empezando por esos 1,8 millones que, habiendo votado en diciembre a uno de los tres partidos, se están pensando hacerlo esta vez al mismo o a alguno de los otros dos.

Es decir, que el voto del miedo, la demonización y la podemización no son las únicas alternativas que tienen a mano rojos, azules y naranjas. Pueden y deben hacer una campaña de miras altas, capaz de generar confianza en vastas capas de la población, que sobre todo precisa que se le dé toda clase de seguridades de que los asuntos del país no van a quedar en manos de comunistas confesos ni de sus compañeros de viaje separatistas y filoterroristas, enemigos jurados de España y su Estado de Derecho.

Esos indecisos de los que nadie habla están dando, pues, una clave de importancia extraordinaria que los líderes de los tres grandes partidos constitucionalistas no pueden ignorar. Por el bien de sus propias formaciones y el de la propia España.

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