En contra de la más acendrada tradición de la casa, de lacayuna sumisión al líder de turno, ya son varias las personalidades populares que han manifestado su deseo de liderar el PP tras la incalificable marcha del infausto Mariano Rajoy.
El primero en anunciar su candidatura fue el diputado abulense y secretario ejecutivo de Relaciones Internacionales del PP José Ramón García Hernández; tras él lo hicieron José Manuel García Margallo, exministro de Asuntos Exteriores, y Pablo Casado, vicesecretario popular de Comunicación. En cambio, el presidente regional de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, ha renunciado a presentar su candidatura, para sorpresa de no pocos analistas que lo veían como el sucesor cuasi natural de Rajoy.
Este curso de los acontecimientos desbarata las previsiones iniciales, muy del gusto del aparato, de convertir el próximo Congreso Extraordinario del PP en el gran escenario de la lucha a cara de perro entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Pero lo cierto es que el PP no está para cainismos personalistas y que debería volcarse en su rearme ideológico.
Rajoy arruinó intelectual y moralmente al partido traicionando todos y cada uno de los grandes principios que una vez enarboló. El precio de semejante felonía fue su humillante desalojo del poder y el descalabro brutal de los populares en todas las encuestas, al punto de que algunas ya los sitúan en el cuarto lugar en intención de voto.
El PP no puede, no debe dejar pasar la ocasión para reflexionar a fondo sobre su proyecto político y sobre qué modelo de partido, y de país, quiere defender y publicitar. El debate es no sólo conveniente sino necesario para los populares, que han de librarse cuanto antes del muy tóxico lastre del rayojismo y su sórdido avatar sorayista si no quieren asistir al colapso definitivo y ucedístico de su partido.