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Eduardo Goligorsky

El mesianismo y sus víctimas

Cuando la reacción emotiva se encarrila por la vía política también puede degenerar en masacres.

Cuando la reacción emotiva se encarrila por la vía política también puede degenerar en masacres.
Asistentes al acto protagonizado en Perpiñán por el golpista fugado Carles Puigdemont. | EFE

El columnista iconoclasta de La Vanguardia, Joaquín Luna, desencadenó una tormenta de insultos en los medios y las redes sociales del supremacismo catalán cuando publicó el artículo “¿Y esta `colla´ [comparsa] iba a crear una república modélica?” (4/9). En él opinaba:

Hay muchas maneras de suicidarse. (…) La manera elegida por el independentismo de Puigdemont -mayoritario en las urnas- se parece a la del piloto de Germanwings: mis delirios son -les guste o no- los del pasaje. Y aquí el pasaje somos los ciudadanos de Catalunya.

Todos murieron

El piloto cuyos delirios Luna equipara a los de Puigdemont fue el que, para suicidarse, estrelló su avión, con 144 pasajeros y 6 tripulantes a bordo, contra un macizo de los Alpes franceses. Todos murieron.

Informa el panfleto digital secesionista El Nacional (5/9) que Puigdemont reaccionó calificando esta semblanza de “repugnante” y vertiendo feroces diatribas contra el diario del camaleónico oportunista conde de Godó que la publicó, en tanto que la pirómana Pilar Rahola tuiteaba “¡Qué asco!”, y el histrión Lluís Llach preguntaba, refiriéndose al periodista irreverente, “¿Quién es este imbécil?”.

Luna corrigió la forma, reiterando el fondo (“El dolor y la hipocresía”, LV, 6/9):

Un símil desafortunado, porque podía haber elegido el Titanic o el Costa Concordia para decir lo que libremente opiné tras una esperpéntica remodelación ministerial. Puigdemont apuesta por otra confrontación, allá él. Lo malo es que le da igual arrastrar a todos, en plena pandemia y una crisis económica y social de caballo.

Al borde del abismo

Antoni Puigverd no es un iconoclasta como su compañero de periódico Joaquín Luna. Todo lo contrario. Es un saltimbanqui vocacional que transita alternadamente por todos los recovecos del laberinto catalán. Y cuando ve que está al borde del abismo no vacila en recular y dar la voz de alarma (“La pulsión autodestructiva”, LV, 7/9):

Hoy somos más pobres que ayer, y menos que mañana. Pero las funestas circunstancias no han servido para alentar un cambio de estrategia en el sentido que pedía el profesor Mas-Colell en el diario Ara: “se engaña a sí mismo quien piensa que la política de confrontación no interfiere en las perspectivas económicas y sociales del país”. (…) Indiferente a esta sabia recomendación, Quim Torra usa la Generalitat como instrumento de batallas internas (Trump hace exactamente lo mismo con la Casa Blanca). ¿Salir del pantano? ¡Al contrario: hay que hundirse un poco más en él!

Y aquí es donde el saltimbanqui Puigverd (“cronista servil”, según el ayatolá Puigdemont, LV, 16/9) refuerza, sin quererlo, el argumento del iconoclasta Luna cuando agrega:

En todo el mundo occidental (pensemos en los negacionistas de la Covid) las creencias, fundamentadas o no, suscitan reacciones emotivas que se traducen en comportamientos autodestructivos, si no suicidas.

Falsos mesías

El fenómeno de la pasión autodestructiva o suicida que Puigdemont inculcó a dos millones de catalanes tiene menos puntos de contacto con las tragedias de Germanwings, el Titanic o el Costa Concordia que con los suicidios masivos que acabaron con la vida de miles de prosélitos adoctrinados por falsos mesías.

Estos falsos mesías y las creencias que transmiten para suscitar “reacciones emotivas que se traducen en comportamientos autodestructivos, si no suicidas” pueden ser de índole religiosa o política. Consultemos la hemeroteca. En 1978, 918 estadounidenses, feligreses del Templo del Pueblo liderado por el pastor Jim Jones, se envenenaron con cianuro en Guyana para practicar una “muerte revolucionaria” (sic). Entre 1994 y 1997, 74 adictos a la Orden del Templo Solar se suicidaron en Canadá. En 1997, 34 miembros de la secta Portal del Cielo se suicidaron en Rancho Santa Fe, California. Antes, en 1993, el mundo se enteró horrorizado de que el pastor David Koresh y 82 de sus fieles, sospechados de almacenar armas y explosivos, habían optado por morir envueltos en llamas en la sede del culto Davidiano, en Waco, Texas, en lugar de capitular cuando los asediaban las fuerzas del orden.

Hoy, las autoinmolaciones y matanzas religiosas se propagan por los cinco continentes.

Queda poco tiempo

Cuando la reacción emotiva se encarrila por la vía política también puede degenerar en masacres. Guerras y revoluciones son atrocidades que los bárbaros necrófilos idealizan y prometen repetir. Aquí las víctimas del mesianismo tribal sufren la fragmentación social, el empobrecimiento económico, la desprotección sanitaria, la inopia cultural y el caos institucional. Que ya es demasiado. Y es lo que Luna denuncia que sucede, equiparándolo a un suicidio forzado de los ciudadanos abducidos, en la hacienda feudal de Juan Domingo Puigdemont (así lo llama Luna, comparándolo con el dictador naZionalista Perón, que “heredó una Argentina próspera y la dejó en cueros”).

Todavía contamos con los recursos que enumera la Constitución española para pararlos y emprender la recuperación. Queda poco tiempo.

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