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Eduardo Goligorsky

Estoy asustado

Lo que me asusta es que la mayoría cuerda de la sociedad española caiga en la trampa urdida por la minoría desquiciada y rompa la unidad del frente constitucionalista.

Lo que me asusta es que la mayoría cuerda de la sociedad española caiga en la trampa urdida por la minoría desquiciada y rompa la unidad del frente constitucionalista.
Busto del rey emérito Juan Carlos I retirado de la localidad madrileña de Pinto. | Europa Press

Leo en la prensa impresa y digital artículos en los cuales periodistas cuyo rigor profesional, tenacidad en la investigación, lucidez intelectual y valor cívico siempre he admirado emiten juicios implacables contra el rey emérito. Se basan para ello en los extractos del archivo privado del difunto general Emilio Alonso Manglano, que fue jefe del Cesid, hoy CNI (Centro Nacional de Inteligencia), entre los años 1981 y 1995, extractos que está publicando el diario ABC. Por supuesto, esta divulgación se ciñe al cumplimiento del deber ético de poner en conocimiento de los lectores unos materiales cuya veracidad ha sido comprobada y que los ayudarán a orientarse respecto de la situación del país donde viven, a la hora de tomar decisiones de naturaleza social y política. Pero…

Peccata minuta

Pero confieso que, después de leer esos juicios implacables de formadores de opinión que me han servido de guía en muchas circunstancias críticas, estoy asustado. No porque discrepe con ellos, dada la magnitud de los desafueros que atribuyen a Juan Carlos I por su desmedido apetito de lucro y por la hiperventilación de su libido, sino porque los formulan cuando una banda de arribistas sin escrúpulos, comunistas nostálgicos de la barbarie estalinista, émulos de las satrapías tercermundistas, albaceas de asesinos terroristas y enemigos acérrimos de España se ha conjurado para derrocar la Monarquía constitucional, que es la clave del arco de bóveda de la unidad nacional, aniquilando junto con ella los derechos y garantías de igualdad y libertad que los ciudadanos conquistaron, no sin grandes sacrificios, a partir de la Transición de 1978.

Debe ponernos sobre aviso que a los argumentos fundados de los guardianes de la transparencia institucional se les superponga, desde las cloacas del Estado, una feroz campaña de fake news encaminada a implantar una atrabiliaria Confederación de Repúblicas Socialistas Ibéricas –que incluiría territorios arrebatados a Francia e Italia y anexados a los míticos Països Catalans– gobernada por estos crápulas ensoberbecidos y desahuciada de la Unión Europea. Los presuntos delitos económicos y las andanzas lúbricas de don Juan Carlos son peccata minuta cuando se los compara con los antecedentes tenebrosos de sus detractores de la extrema derecha etnocentrista, la extrema izquierda bolchevizante y el submundo antisistema.

Mirada retrospectiva

La mirada retrospectiva nos muestra, por un lado, a un monarca que encarriló su país por los senderos de la democracia, apadrinó la convergencia de todas las fuerzas políticas y sociales en aras del bien común, frustró más de un golpe de Estado regresivo y devolvió su patria al concierto de naciones civilizadas. Por el lado contrario, conspiran contra la Corona quienes sustentan la ideología que desembocó en las masacres de millones de inocentes y en los regicidios perpetrados con guillotina en Francia y con pistolas en Rusia; a los que se suman los resucitadores del racismo encarnado en los canonizados Sabino Arana y Francesc Macià, burdos precursores provincianos del genocida Adolf Hitler; amancebados, a su vez, con los vándalos patibularios de la chusma nihilista.

Lo que me asusta, digo, es que la mayoría cuerda de la sociedad española caiga en la trampa urdida por la minoría desquiciada y rompa la unidad del frente constitucionalista y lo debilite, comulgando con la leyenda negra que estigmatiza a los Borbones. El peligro para la perduración de la cohesión territorial y social y del régimen democrático no consiste en la presencia del rey emérito en Abu Dabi, Portugal o España, sino en el enrocamiento de los tránsfugas destituyentes en la Moncloa y de los sediciosos impenitentes en la plaza de Sant Jaume y Waterloo.

Cerrar filas

Para neutralizar a la horda cainita y desalojarla de los centros de poder que usurpa, la sociedad civil que congrega a los patriotas constitucionalistas debe cerrar filas en torno al legítimo jefe incorruptible del Estado, que no es otro que el rey Felipe VI. Entonces se terminarán los sustos y volveremos a dormir tranquilos.

PS: Mi susto asciende a pánico cuando asisto a los enfrentamientos suicidas entre el PP y Vox, y peor aun dentro del PP, que eternizarán en el poder al doctor Frankenstein y su corte de monstruos y monstruas.

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