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Eduardo Goligorsky

Otro ministro pirómano

Manuel Castells tiene la peculiaridad de reunir en su persona todas las taras típicas del enemigo empedernido de la sociedad abierta.

Manuel Castells tiene la peculiaridad de reunir en su persona todas las taras típicas del enemigo empedernido de la sociedad abierta.
Manuel Castells | EFE

Nadia Calviño y Margarita Robles debieron de lanzar un suspiro de alivio cuando se enteraron de que las reuniones del Consejo de Ministros se celebrarían por vía telemática. No es que tuvieran miedo al contagio del coronavirus en los actos presenciales, sino que el aislamiento les ahorraría la obligación de vestir ropas ignífugas cuando sus compañeros de Gabinete pirómanos practicaran su vicio cotidiano de jugar con fuego. Sin embargo, el peligro de combustión no reside exclusivamente en la proximidad física.

La preservación de la integridad cívica y moral exige colocarse en las antípodas ideológicas de estos incendiarios que jalean manifestaciones contra la Monarquía constitucional, atentan contra la independencia del Poder Judicial, vulneran la disciplina de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, firman pactos con sediciosos enrolados en cruzadas de desmembramiento territorial, se amanceban con activistas afines a regímenes dictatoriales extranjeros, negocian con despojos de la mafia terrorista y desprecian los valores de la civilización occidental.

Cúmulo de mentiras

El ministro de Universidades, Manuel Castells, tiene la peculiaridad de reunir en su persona, bajo un nutrido manto de títulos y honores académicos, todas las taras típicas del enemigo empedernido de la sociedad abierta. Iván Vélez lo retrató como un precoz aprendiz de revolucionario en "El ministro que frapeó" (LD, 6/6). Una vocación en la que perseveró sin dar tregua hasta hacerse acreedor a ocupar la cuota de poder que el felón Pedro Sánchez reservó a los pupilos de Ada Colau y Pablo Iglesias en el Gobierno del Frente Popular.

Las hemerotecas están plagadas de testimonios de esta perseverancia. Escribió, por ejemplo, con el título deliberadamente provocador "Comunistas" (LV, 21/5/2016):

Resulta sorprendente y un tanto deprimente observar en la política española la descalificación de "comunista" como argumento político, como en tiempos de Franco y de la guerra fría. (…) Resulta que el líder político actualmente mejor valorado en las encuestas es Alberto Garzón, que se declara comunista a mucha honra, sin que les importe a los ciudadanos en un sentido o en otro. (…) Esa realidad histórica también arrojó un balance de éxito. (…) La Unión Soviética se industrializó y modernizó en un tiempo récord y construyó una máquina militar que fue la fuerza decisiva para derrotar al nazismo. (…) China es hoy la segunda potencia económica mundial y el pulmón del capitalismo global bajo la dirección de un partido comunista tan totalitario como el soviético.

Sería ocioso ponerse a desmontar a esta altura de la historia el cúmulo de mentiras que componen el argumentario de quien comparte poltronas con el comunista confeso Alberto Garzón, pero no está de más recordar que la naturaleza infamante de la palabra comunista proviene de los cien millones de muertos que dejaron tras de sí los regímenes con esa denominación. Víctimas, muchos de ellos, del trabajo esclavo al que fueron sometidos para lograr el simulacro de industrialización y modernización, en tanto que el material bélico lo facilitaron los países aliados a un Ejército Rojo catatónico, cuyo Estado Mayor había sido fusilado en masa por Stalin en vísperas de su pacto con Hitler.

Proclama subversiva

La piromanía del ministro Castells va más allá de las disquisiciones teóricas y culmina con la justificación explícita de los actos vandálicos. Cuando los disturbios violentos obligaron a trasladar la Cumbre del Clima COP-26 de Chile a Madrid, el académico premiado avivó el fuego ("Y la nieve ardía", LV, 28/12/2019):

El fracaso de la cumbre de Chile-Madrid, que se intenta disfrazar con eufemismos, ha indignado a muchos y descorazonado a muchos más. Bien haríamos en fijarnos en que el activismo global de Extintion Rebellion pone el acento en "rebelión", porque ya no queda más. Si los gobernantes no actúan, unos por otros, y las grandes empresas encargan el tema a sus relaciones públicas, habrá que empezar a resolver la supervivencia desde la calle. Una calle que ya empieza a estar saturada de los que también tienen que recurrir a la protesta como forma última de afirmar sus derechos a todo.

Y ahora, lo que sucede en Estados Unidos le ha hecho perder el oremus al ministro supernumerario que, olvidando la discreción inherente al cargo que desempeña, sacó a ventilar sus viejas fobias antisistema y antiyanquis en un artículo lindante con una proclama subversiva. Desde el título, "Caos" (LV, 6/6):

¿Por qué ese grado de desorden? ¿Por qué los saqueos? Porque la rabia es de tal calibre que ya no hay confianza en las instituciones y mucho menos en cualquier político. Demasiada injusticia, demasiadas veces. Con una policía a la que se le permite todo. (…) Hay hambre y miseria por todas partes, y cuando no se respeta la ley desde arriba tampoco hay razón para respetarla desde abajo. Desintegración moral y social de un orden que aparece ilegítimo al aplicar la ley de forma diferente según a quién.

El colmo de la desvergüenza

Lo revelador es que, cuando se ensaña con Estados Unidos, el autor pasa por alto el hecho de que es él quien forma parte de un Gobierno que resta confianza en las instituciones y en los políticos, que obstaculiza la aplicación de la justicia, que aborrece el patriotismo de la policía insobornable porque esta investiga sus chanchullos, y que abre las compuertas al hambre y la miseria ciñéndose al modelo chavista. Pero, sobre todo, que no respeta la ley desde arriba, porque arriba es donde lucran los trepadores sin escrúpulos, los comunistas alzados contra la Monarquía constitucional, los renegados de su nacionalidad española y los albaceas de la herencia terrorista. Y para colmo de la desvergüenza, Castells añade, con el fin de denigrar a Estados Unidos:

Al tiempo que proliferan grupos violentos de blancos supremacistas que, según su discurso en las redes sociales, quieren acelerar la destrucción de todo el orden para que se constituyan nuevos estados por y para los blancos.

Imposible describir con más precisión a las bandas de supremacistas violentos que se movilizan, amparados y estimulados por los golpistas de Cataluña, para destruir el orden en España y constituir un nuevo Estado por y para la oligarquía autóctona. Y la desvergüenza consiste en que quien apostrofa a estos energúmenos cuando son blancos y estadounidenses goza de sus prerrogativas ministeriales gracias a los energúmenos blancos y catalanes del bloque de la investidura. Para más inri, Castells es uno de los que piden el indulto de los cabecillas de estos energúmenos supremacistas blancos y catalanes, presos por sedición contra el Estado de Derecho.

La cartera de este ministro de Universidades debería ostentar la imagen de un bidón de gasolina. Llamen a los bomberos.

PS: Los chalados del Ku Klux Klan se envuelven en túnicas blancas y se enmascaran con capirotes también blancos. Los chalados de los Comités de Defensa de la República y sus anexos se envuelven en esteladas y se enmascaran con pasamontañas. Ambos son adictos a las antorchas y las hogueras, y debajo de los diferentes disfraces fermentan los mismos virus de odio irracional al Otro.

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